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lunes, 26 de mayo de 2025

Metáfora : El volcán bajo el hielo. Sentimientos y emociones de una persona con fobia social



Introducción personal

A veces me han dicho que parezco tranquila. Que tengo un aire sereno, como si nada me afectara. Me lo han dicho incluso en momentos en los que sentía que me deshacía por dentro. Es curioso cómo podemos transmitir una imagen tan alejada de lo que sentimos. Supongo que muchas personas con fobia social se sentirán identificadas con eso: con el esfuerzo por parecer "normales", por disimular el caos interno, por no mostrar el temblor que se esconde tras cada palabra.

Esta metáfora, el volcán bajo el hielo, nació un día en que me pregunté cómo era posible que otros no vieran lo que pasaba dentro de mí. Y entonces entendí: porque está cubierto de hielo. Pero eso no significa que no arda.

El volcán bajo el hielo

Imagina un paisaje ártico, frío, silencioso. Todo parece en calma, inmóvil. En la superficie, no hay señales de peligro: ni humo, ni grietas, ni calor. Pero bajo ese hielo aparentemente eterno, hay un volcán. Uno que no ha dejado de latir desde hace tiempo.

Cada estímulo social —una mirada que se prolonga, una palabra que no sabemos cómo interpretar, un silencio incómodo— es como un leve crujido en el hielo. No lo rompe, pero avisa. Y el volcán lo nota. Se agita.

Esa es la vida emocional con fobia social: una continua contención. La ansiedad se acumula, la inseguridad se condensa, la vergüenza hierve, pero todo queda sepultado bajo capas de autocontrol. Desde fuera, tal vez se vea a una persona fría, distante, reservada. Pero dentro, lo que hay es miedo. Mucho miedo. Emociones intensas que no se expresan por temor a no ser comprendidas, a ser juzgadas, a parecer débiles.

A veces el hielo se agrieta. Cuando la presión es demasiada. Entonces surge una explosión emocional inesperada: llanto, parálisis, ira, bloqueo. Y desde fuera puede parecer desproporcionado. Pero no es algo que acaba de empezar: es algo que llevaba tiempo acumulándose en silencio.

Reflexión final

La fobia social no es una falta de emociones, es su exceso. No es frialdad, es contención. Quien la vive muchas veces se ha convertido en experta en esconder lo que siente, porque mostrarlo le ha traído consecuencias dolorosas. Pero ese volcán sigue ahí. Y quizá lo que más necesitamos no es que alguien rompa el hielo desde fuera, sino que nos mire sabiendo que bajo esa superficie hay vida. Mucha vida. Y miedo, sí. Pero también ganas de ser entendidas sin tener que estallar.


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