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viernes, 2 de mayo de 2025

Metáfora: La casa con habitaciones cerradas


Introducción personal 

A veces me imagino como una casa. No una de esas casas llenas de vida, donde las ventanas están abiertas y se escucha a alguien riendo dentro. No. La mía es silenciosa. Tiene habitaciones, claro, como todas, pero muchas de ellas llevan años cerradas. Algunas con llave. Otras, directamente, ya no sé ni cómo se abren.

Metáfora 

Desde fuera, puede que no se note. Puede que parezca que todo está más o menos en orden. Hay una entrada más o menos limpia, una sala donde puedo recibir a gente si hace falta. Me he aprendido a mantener esa parte presentable. Pero lo demás... lo demás está fuera de vista. A veces ni yo misma entro en esas habitaciones. Otras veces lo intento, pero me da miedo lo que pueda encontrar. O que alguien entre conmigo y vea el desastre.

Detrás de esas puertas puede haber de todo. La habitación del miedo a decepcionar, con frases que nunca dije y decisiones que no tomé por miedo a fallar. La habitación de la culpa, donde me repito que estorbo, que no hago suficiente. La del juicio ajeno, llena de espejos que me devuelven una imagen distorsionada de cómo creo que me ven. La de lo que no fui, con recuerdos de cosas que soñé hacer y no hice. La del llanto contenido, con todo lo que callé. Y la de los intentos fallidos, con las veces que lo intenté y no salió bien.

Y tal vez también esté la habitación del yo auténtico. Esa parte de mí que no actúa, que no se esconde, que simplemente es. Pero está tan encerrada que no sé si sabría salir.

Algunas de esas puertas las cerré yo, con miedo o por costumbre. Otras se cerraron solas, sin que me diera cuenta. Y así sigo, habitando solo una parte de mí, mientras el resto permanece a oscuras.

Reflexión 

A veces pienso que me gustaría abrir una, solo una, y dejar pasar un poco de aire. Pero luego me echo atrás. Porque es más fácil mantener la puerta cerrada que arriesgarse a que algo se rompa. O a que se me rompa algo a mí

Notas

 Cuando digo que *la casa queda a oscuras*, me refiero a que muchas partes de uno mismo ,emociones, recuerdos, deseos, aspectos auténticos del yo, quedan sin explorar, sin vivir, sin iluminar. Como si al evitar enfrentarnos a ciertas cosas por miedo o dolor, estuviéramos apagando luces dentro de nosotras mismas. 

 En la metáfora, es como si al cerrar esas habitaciones por años, dejamos de habitar todo lo que somos. Vivimos solo en una pequeña parte de nosotras, repitiendo rutinas seguras, sin atrevernos a encender la luz en esos espacios olvidados.

La casa entera representa el yo completo, y cada puerta cerrada es un pedazo de ese yo que queda sin vivirse, sin reconocerse. Con el tiempo, esa oscuridad se vuelve olvido. No solo me escondo del mundo: dejo de habitarme a mí misma.

Y no todas las puertas cerradas me protegen. Algunas, como la de la culpa, pueden parecer bien cerradas, como si así me librara de su peso. Pero no es lo mismo cerrar una puerta que sanar lo que hay dentro. Lo que no miro sigue ahí, actuando desde la sombra. Tal vez callado, pero vivo. Y a veces, junto a esa culpa, también quedan encerradas cosas valiosas: una parte de mí que necesita perdón, comprensión o simplemente ser escuchada.

A veces pienso que me gustaría abrir una, solo una, y dejar pasar un poco de aire. Pero luego me echo atrás. Porque es más fácil mantener la puerta cerrada que arriesgarse a que algo se rompa. O a que se me rompa algo a mí.

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