Hay momentos en los que no me siento simplemente apartada o incómoda. Me siento fuera de lugar. Como si hubiera una estructura social, una especie de plano que todo el mundo entiende, y yo no hubiera sido diseñada para encajar en él. No se trata solo de no saber qué decir o cómo actuar. Es más profundo. Es esa sensación persistente de que algo en mí es incompatible con lo que me rodea.
La metáfora que mejor representa esto para mí es la de una pieza que no encaja.
Es como si todo el mundo fuera parte de un puzle. Cada persona tiene su hueco, su forma, su encaje natural con los demás. Y yo también soy una pieza, pero no pertenezco a ese mismo puzle. No es que me falte algo, ni que esté incompleta. Es que mi forma no coincide con ninguna de las ranuras del tablero. Lo intento una y otra vez, con cuidado, buscando mi sitio, pero no hay hueco donde encaje bien. A veces incluso fuerzo un poco, tratando de adaptarme, pero solo consigo sentirme más fuera de lugar.
Esta metáfora me ayuda a poner nombre a una emoción concreta: la sensación de inadecuación.
No se trata solo de no gustar a los demás o de que no me acepten. Es algo más interno: sentir que, simplemente, no estoy hecha para esto. Para hablar con soltura. Para estar tranquila en una reunión. Para formar parte de un grupo sin miedo ni tensión. No porque me falte valor o porque no lo intente. Es más bien como si hubiera una incompatibilidad entre cómo soy por dentro y lo que se espera socialmente.
Entenderlo no lo arregla, pero al menos me permite respirar un poco.
Ponerle palabras, aunque haga daño, hace que me sienta menos perdida. No soluciona nada de inmediato, pero al menos me recuerda que esto que siento tiene sentido. Y que no soy la única que se ha sentido así.
No hay comentarios:
Publicar un comentario