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lunes, 10 de febrero de 2025

Cuando socializar no es una opción, sino un obstáculo




 Hay algo que muchas personas no entienden sobre la fobia social: no es una cuestión de actitud, ni de ganas, ni de ser introvertida. No es que prefiera estar sola o que simplemente no me guste socializar. Es que, muchas veces, no puedo. Lo noto en lo más básico: abrir o cerrar una conversación es un desafío que otras personas ni siquiera parecen notar. Iniciar una interacción me llena de dudas absurdas que en mi cabeza suenan cruciales: ¿Cómo empiezo sin parecer rara? ¿Y si no quiere hablar conmigo? ¿Qué pasa si me quedo en blanco? Es como si tuviera que calcular cada palabra antes de decirla, porque cualquier error me va a perseguir durante días. Y lo peor es que, cuando la conversación ya está en marcha, viene otro problema: ¿cómo me despido sin que se note que estoy incómoda? A veces alargo la charla más de lo necesario, otras veces me voy de golpe y me arrepiento después. Nunca parece haber una forma natural de hacerlo. Todo esto no solo genera ansiedad en el momento, sino que tiene consecuencias más profundas. Poco a poco, termino evitando situaciones sociales, porque cada una de ellas me deja con la sensación de haberlo hecho mal, de haber sido torpe o extraña. Y cuanto más me aíslo, más culpable me siento. Debería esforzarme más, pienso. No debería dejar que la ansiedad me gane. Pero la realidad es que no se trata de esfuerzo. No es como si pudiera decidir un día que voy a socializar sin miedo y que todo se solucionara con fuerza de voluntad. La fobia social se cuela en lo cotidiano, en cosas tan simples como pedir algo en una tienda, responder un mensaje o ir a una fiesta . Y a largo plazo, lo cambia todo: oportunidades que se pierden, amistades que se enfrían, una sensación constante de estar desconectada del mundo. Porque aunque quiera formar parte, hay algo que me lo impide. Como si estuviera viendo la vida social desde detrás de un cristal, sin saber cómo atravesarlo. No es que no quiera salir más, hablar más o relacionarme más. Es que no puedo hacerlo de la misma manera que los demás. 
Porque la fobia social no es una elección. Es un trastorno que, aunque no se vea desde fuera, está ahí, marcando cada interacción, cada silencio y cada distancia que termino poniendo sin querer.

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