La vergüenza constante: una sombra que me acompaña desde niña
Desde pequeña, la frase que más usaba para explicar por qué evitaba situaciones era "me da vergüenza". Todo me daba vergüenza. Pero al crecer, esa expresión empezó a parecerme insuficiente, casi infantil, y la fui sustituyendo por evasivas más adultas, como "no voy" o "no me apetece". El "me da vergüenza" parecía quedarse obsoleto, como si decirlo abiertamente fuera un signo de debilidad o incapacidad.
Recuerdo que quería comprar golosinas que estaban justo al lado de casa, pero sentía tanta vergüenza que pagaba a mi hermana para que las comprara por mí. Cuando estaba con mis primas y queríamos pedir un vaso de agua en un bar , yo no me atrevía, así que les pedía a ellas que lo hicieran y aprovechaba para decirles que pidieran otro para mí. Mis tías me decían que tenía que ser como ellas, que espabilara, y se burlaban de mí por ser tan tímida. Pero yo seguía con mis "me da vergüenza".
Más tarde, en la adolescencia y la edad adulta, la vergüenza se transformó en un infierno invisible: pedir algo en una cafetería se convertía en una batalla por captar la atención del camarero sin sentirme ignorada o invisible viendo atender a otros que habían llegado más tarde que yo . Comprar ropa era horrible cuando una dependienta insistente no me dejaba tranquila. En el ascensor, después de un saludo, no sabía dónde mirar;, mirar hacia otro lado me parece de mala educación . Vivir con esta vergüenza constante es como estar atrapada entre el deseo de conectar y el miedo paralizante a ser vista.
Una emoción persistente en la fobia social: ¿qué se sabe?
La vergüenza que empieza siendo una emoción , pero cuando nos afecta durante más tiempo se convierte en un sentimiento .
Los estudios actuales relacionan la vergüenza con lo que se conoce como “autoconciencia pública elevada”, es decir, un estado mental en el que la persona se observa a sí misma desde fuera, como si estuviera bajo el escrutinio constante de los demás (Vergüenza social: qué es y cómo afecta). Esto hace que incluso gestos pequeños ,pedir algo, saludar, hacer una pregunta, se vivan con una incomodidad intensa.
Paul Gilbert, creador de la Terapia Centrada en la Compasión, explica que la vergüenza en personas con ansiedad social suele ir acompañada de una autocrítica intensa, dificultades para sentirse merecedoras de afecto y una fuerte necesidad de aprobación externa (fuente). No es solo timidez, sino un patrón emocional complejo y persistente.
No es solo timidez, sino un patrón emocional complejo y persistente.
Este enfoque teórico ayuda a entender por qué la vergüenza no desaparece simplemente “exponiéndose” más o “arriesgándose”: requiere comprensión emocional, reducción de la autocrítica y una mirada más compasiva hacia uno mismo
Conclusión
Reconocer la vergüenza como una emoción que nos acompaña y condiciona no es fácil, pero es un primer paso para entendernos mejor. No se trata de eliminar la vergüenza, sino de aceptar que existe y que forma parte de nuestra experiencia. Vivir con vergüenza constante puede ser agotador, pero no estamos solos en esta lucha. Comprenderla nos ayuda a no sentirnos culpables por lo que sentimos y a buscar caminos que nos permitan seguir adelante, sin dejar que el miedo a ser vistos nos quite la vida que deseamos.
Ya hablé de la vergüenza en una entrada anterior, cuando intenté describir cómo me invade en situaciones mínimas del día a día.
Hoy vuelvo a ella para ir un poco más allá.
Para entender mejor la verguenza en este blog : Metáfora: Piel de papel – La vergüenza
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