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martes, 24 de junio de 2025

Metáfora la piel de papel: verguenza



Introducción personal

Hay momentos en los que algo tan mínimo como tropezar con una palabra, equivocarme al saludar o decir algo fuera de lugar me enciende por dentro. No porque haya sido grave, ni siquiera importante, pero noto ese calor que sube al rostro, como si me ardieran las mejillas. Una oleada repentina que me deja paralizada, deseando que la tierra me trague. No es miedo, no es tristeza. Es vergüenza. Esa sensación absurda y brutal a la vez de haber hecho el ridículo por nada. De que todos lo han visto. De que yo misma no puedo soportarlo. Y me quedo ahí, con la impresión de haber quedado marcada por una tontería que no puedo borrar. Como si mi cuerpo entero lo estuviera gritando sin quererlo.

Recuerdo una vez cuando fui a pagar la cuenta en un bar. El camarero me miró con cara de sorpresa y me preguntó si me pasaba algo. Yo ni me había dado cuenta de lo mucho que mi expresión mostraba mi miedo y vergüenza interior. No era un momento de gran importancia, pero la sensación de que mi rostro mostraba un temor que no podía controlar me hizo sentir aún más expuesta. Incluso llegué a pensar si realmente debería haber esperado en la mesa en lugar de acercarme a la barra.

Otra vez, en una situación similar, traté de pedir algo en la barra. Mi voz, por alguna razón, salió tan bajita que el camarero no me oyó. Al ver que no me hacía caso, traté de hacerme notar, pero mi vergüenza se multiplicó. Cuanto más trataba de llamar su atención, más me sumía en esa sensación de incomodidad. Era como si todo el mundo pudiera ver mi angustia, aunque no la manifestara abiertamente.

La metáfora: la piel de papel

Imagínate vivir con una piel tan fina y frágil como una hoja de papel. No puedes protegerte del roce, del viento ni del sol. Todo deja marca. Un susurro se convierte en eco. Un gesto ajeno, en una herida. Así es la vergüenza cuando convive con la fobia social: todo traspasa.

Esa piel de papel no te defiende, solo revela. Revela lo que sientes, lo que temes, lo que no quieres que se vea. Porque la vergüenza no es solo sentirse mal por algo: es tener la certeza de que los demás también lo están viendo. Como si tus errores, tus inseguridades o tus silencios estuvieran escritos en tinta sobre esa piel expuesta.

Y entonces haces lo posible por ocultarte. Por no moverte. Por no arrugarte ni romperte. Pero eso también duele, porque estar quieta tampoco te protege de la mirada que imaginas, de la crítica que anticipas, del juicio que temes.

Reflexión final

Con el tiempo he entendido que no es que yo sea más débil, sino que todo me afecta más porque no tengo con qué protegerme. La vergüenza no es un sentimiento que se elige ni se razona. Aparece sin permiso y lo impregna todo.

No hay forma de endurecer esta piel sin perder partes de mí. Así que convivo con ella. Me hago pequeña. Me escondo. Y cuando no puedo esconderme, simplemente espero que no me rompa demasiado. Porque vivir así no es una elección, es una forma de resistir en un mundo que no sabe cuánto duele algo tan invisible..

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