Introducción personal
A veces me pregunto cómo explicarle a alguien lo que siento cuando estoy en una situación social. No hablo de un momento concreto ni de una escena especialmente difícil, sino de lo que me pasa por dentro en casi cualquier encuentro con otras personas. Porque no se ve, pero se siente. Y duele. Si tuviera que explicarlo con una imagen, diría que tener fobia social es como caminar descalza sobre cristales invisibles.
Metáfora
Camino. Me esfuerzo por seguir adelante. Hago lo que se espera de mí: estar, hablar, contestar, sonreír… pero cada paso es una herida. Cada palabra me puede cortar. Cada gesto, cada mirada, cada silencio, puede ser un cristal afilado. Nadie los ve. Para los demás, el suelo es liso y firme. Para mí, está lleno de fragmentos afilados que me pinchan y me hacen sangrar por dentro. Y lo peor es que no puedo señalar nada: si digo lo que siento, pareceré exagerada, hipersensible o directamente ridícula. Así que callo, aguanto, y sigo caminando.
Lo invisible es parte del problema. Porque si esos cristales se vieran, tal vez los demás entenderían por qué me cuesta tanto hacer cosas que parecen tan simples. Tal vez se darían cuenta de que no es debilidad, ni falta de voluntad. Es dolor. Dolor que no se ve, pero que está. Y que desgasta.
No es solo miedo a hacer el ridículo, ni vergüenza. Es esa tensión constante de saber que en cualquier momento algo me va a hacer daño. Un comentario inesperado. Una risa que no entiendo. Un cambio de tono. Todo puede herir. Todo puede ser un cristal más bajo mis pies.
Reflexión
Caminar descalza sobre cristales invisibles no es una elección. Es lo que me ha tocado. Y sigo andando, a veces más despacio, a veces con más miedo. Pero no por eso dejo de avanzar. Aunque duela. Aunque nadie lo vea.
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