Introducción personal:
No hace falta un gran obstáculo para que algo se vuelva insoportable. A veces basta con algo minúsculo, constante e invisible a los ojos de los demás. Para mí, la fobia social se parece a eso: a una molestia que no se va, que me acompaña a todas partes, aunque nadie la vea. Como una incomodidad tan íntima y persistente que acaba moldeando la manera en que me muevo por el mundo, aunque desde fuera parezca que camino normal.
La metáfora:
Caminar con una piedra en el zapato no impide avanzar, pero convierte cada paso en un pequeño suplicio. No puedes olvidarla, ni quitarte el zapato en mitad de la calle. Solo caminas como puedes, intentando disimular que te duele. Así es convivir con la fobia social: desde fuera pareces estar bien, pero cada interacción, cada gesto, cada mirada puede doler más de lo que aparenta.
A veces es una piedra pequeña, casi imperceptible, que se nota solo cuando mueves el pie de una forma determinada. Otras veces, es una piedra más grande, que duele con cada paso, que hace que te concentres solo en el dolor, olvidándote del resto del mundo. No importa su tamaño, lo que importa es que siempre está ahí, molesta, constante, empujándote a avanzar mientras te recuerda su presencia con cada paso que das. Y lo peor es que, muchas veces, te culpas por sentirlo. Piensas que deberías poder ignorarlo, como si fuera una manía sin importancia. Pero, en realidad, esa piedra cambia la manera en que caminas, cómo te mueves y cómo interactúas con los demás.
Reflexión final:
Lo que molesta no siempre es lo grande, sino lo constante. Y cuando algo te duele a diario, aunque sea pequeño, merece atención. La fobia social no es una rareza ni una exageración: es una realidad que muchos llevamos como esa piedra en el zapato. Y hablar de ello ya es un paso hacia el alivio. Tal vez no podamos quitarnos el zapato en medio de la calle, pero sí podemos empezar a señalar que hay algo dentro que no debería estar ahí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario