COMPARTIR

lunes, 31 de marzo de 2025

En un rincón de mi misma: Despersonalización


 [Imagen: Mazinger Z era un robot dirigido por una persona en una cabina en la cabeza . La despersonalización la siento como este robot pero que en esta ocasión actúa solo , sin que le dirijan , mientras yo observo todo desde la cabina de control tranquilamente.

Introducción personal:

 Esta vivencia se llama despersonalización,, es como si mi cuerpo estuviera funcionando de manera autónoma, casi como un robot, mientras mi conciencia parece estar en otro lugar.  Siento que mi "yo" más profundo, mi conciencia plena, se ha apartado y se encuentra distante, en algún rincón escondido de mi mente. Aunque mis acciones parecen normales, como si mi cuerpo estuviera cumpliendo con sus rutinas, es como si no estuviera  completamente presente. 

 Este fenómeno no me asusta , como he oído comentar en otros casos, ni me genera preocupación. Lo he integrado en mi vida, como una parte más de mi experiencia, y no le doy mayor importancia. Aunque no se habla nada en los grupos de personas con ansiedad , no sé si porque no lo viven , no lo saben explicar o les hace sentir raros si lo cuentan Aunque mi conciencia se aparta un poco, no siento que me esté perdiendo nada. Es solo una manera de manejar la ansiedad, una forma de protegerme cuando las emociones se vuelven demasiado intensas. Al contrario de lo que podría pensarse, esta desconexión no me impide vivir el momento; simplemente lo hago de una manera diferente. 

 La metáfora:

 En un rincón de mi misma .

Podría decirse que en esos momentos, mi cuerpo actúa como una máquina programada, siguiendo instrucciones sin que yo esté realmente allí para dirigirla. Es como si estuviera observando desde una especie de "cabina de control", sabiendo lo que ocurre, pero sin poder interactuar con total control ni con claridad. Aunque la maquinaria sigue su curso, no soy completamente consciente de las emociones que debería estar sintiendo. 

 Reflexión final: 

Este estado de desconexión, aunque me proteja de la ansiedad y del sufrimiento, no me crea un vacío ni una sensación de pérdida. La despersonalización no es una fuga, sino una forma de lidiar con lo que siento. Esa distancia entre mi conciencia y mi cuerpo se ha vuelto algo natural, como una herramienta más para sobrellevar los momentos difíciles. En lugar de pelear con ella, he aprendido a convivir con esa desconexión, sabiendo que no me impide estar presente, solo lo hago de manera distinta.

sábado, 29 de marzo de 2025

Metàfora : La batería que nadie ve ; El agotamiento social

 


Introducción personal 

A simple vista, estar en un entorno social puede parecer algo inofensivo, incluso fácil. Pero para alguien con fobia social, cada interacción, cada mirada y cada silencio pueden convertirse en un desgaste constante. Este agotamiento no se ve, no deja huellas físicas evidentes, pero está ahí, acumulándose hasta dejarnos sin fuerzas.

 Siempre me ha resultado difícil explicar por qué estar con gente me cansa tanto. Si no he corrido, si no he hecho un esfuerzo físico, si solo he estado ahí… 

 (El cerebro va consumiendo recursos, a pesar de que se trate de una actividad tranquila después llega una sensación de cansancio y de que el cuerpo y la mente necesitan reposo ) 

 ¿Cómo es posible que termine agotada? Pero con el tiempo me di cuenta de que mi energía se gasta de una manera diferente, una que los demás no ven. 

 La metáfora: la batería que nadie ve

Imagina un dispositivo que parece estar en reposo. Desde fuera, no está haciendo nada exigente: la pantalla apenas se ilumina, no reproduce música ni ejecuta ninguna aplicación visible. Pero dentro, su sistema está trabajando sin parar, consumiendo energía a un ritmo acelerado. Los procesos internos, la actividad en segundo plano, todo eso está drenando su batería sin que nadie lo note. Y cuando finalmente se apaga, la gente se sorprende: “Pero si no estabas usando nada”. 

 Así me siento en situaciones sociales. Desde fuera, solo estoy ahí, sin hacer nada aparentemente agotador. Pero por dentro, mi mente está funcionando al máximo: analizando cada gesto, cada palabra, cada silencio incómodo. Intentando no llamar la atención, buscando la respuesta adecuada, midiendo mis reacciones. Todo esto consume mi energía como si tuviera una aplicación invisible drenando mi batería sin descanso. 

 Y cuando finalmente llego a casa, no es un cansancio físico lo que siento. Es un vacío, como si no quedara nada de mí para el resto del día. Y lo peor es que si intento explicarlo, la respuesta suele ser incredulidad: “Pero si no has hecho nada”, como si el gasto de energía solo existiera si puede verse.

 Reflexión final

El agotamiento social en la fobia social es difícil de entender para quien no lo vive. No deja señales visibles, no se puede medir, pero es real. Y la incomprensión que lo rodea lo hace aún más pesado de llevar. No se trata solo de estar en un sitio con gente, sino de todo el esfuerzo invisible que conlleva. Y aunque los demás no lo vean, eso no significa que no exista. Como la batería de un dispositivo que parece estar en reposo, pero que en su interior está gastando energía sin parar.

El malabarista con pelotas de cristal y goma

 

Introducción personal

Siempre he sentido que la fobia social es un acto de equilibrio constante. Cada interacción, cada palabra dicha (o no dicha), cada mirada evitada es como mantener en el aire un montón de pensamientos, miedos y expectativas. No es simplemente estar en un lugar con gente; es calcular cada movimiento, prever cada reacción, evitar cualquier error que pueda exponerme. A veces me pregunto por qué todo parece tan complicado para mí, mientras que para los demás parece ser algo natural. 

Metáfora 

 Encontré una metáfora que me hizo reflexionar sobre esta sensación. La mencionó Brian Dyson, ex CEO de Coca-Cola, en un discurso sobre la vida y las prioridades.

 Hablaba de un malabarista que sostiene dos tipos de pelotas: unas de goma y otras de cristal. 

 Las pelotas de goma pueden caerse y rebotar sin romperse. Representan cosas como el trabajo, las actividades diarias o compromisos que, aunque importantes, pueden soportar cierto margen de error. Pero las pelotas de cristal… esas son frágiles. Si caen, se rompen. Representan aspectos fundamentales de la vida, como la salud, la familia o la propia integridad. 

 Tener fobia social se siente como ser un malabarista que cree que todas sus pelotas son de cristal. Cada interacción social parece un momento crucial, como si cualquier fallo pudiera tener consecuencias irreparables. Me esfuerzo por mantener todo en el aire, por no tropezar con mis propias palabras, por no hacer el ridículo, por no ser juzgada. Pero la verdad es que nadie puede sostener tantas pelotas sin agotarse. 

Reflexión

 Tal vez, la clave no sea intentar que nada caiga, sino aprender a distinguir cuáles de esas pelotas realmente son de cristal y cuáles, aunque duela verlas caer, pueden rebotar sin romperse. 
 
Discurso Brian Dyson, ex CEO de Coca-Cola,  sobre la vida y las prioridades

jueves, 27 de marzo de 2025

Metáfora :El reflejo que no responde

 


Introducción personal

A veces, cuando intento formar parte de una conversación, siento que mis palabras desaparecen en el aire. Digo algo, pero nadie reacciona. No es que me ignoren a propósito, pero es como si mi presencia no generara impacto, como si hablara al vacío. En esos momentos, me invade una sensación extraña, una mezcla de frustración y duda: ¿realmente he hablado en voz alta, o solo lo he pensado? 

 Metáfora desarrollada

Es como mirarme en un espejo que no devuelve mi reflejo. Hablo, gesticulo, expreso ideas, pero no hay respuesta. Como si estuviera en una habitación con cristales opacos en lugar de espejos, esperando una reacción que nunca llega. La gente sigue conversando a mi alrededor, pero mi voz no parece encajar en el flujo de la conversación. 

 A veces, el reflejo se insinúa por un segundo: alguien me mira, parece a punto de responder… pero luego la conversación sigue como si nunca hubiera hablado. Otras veces, recibo una respuesta mecánica, algo que parece más un eco perdido que una interacción real. Y entonces vuelve el silencio. Reflexión Es una sensación difícil de explicar. No es solo estar callada, es ser invisible incluso cuando hablo. No es que los demás lo hagan a propósito, pero eso no hace que se sienta menos extraño., Y aunque lo he vivido muchas veces, sigue siendo desconcertante cada vez.

miércoles, 26 de marzo de 2025

El titiritero invisible: Las decisiones que la fobia social toma por mi

 

Introducción personal

Durante mucho tiempo, creí que tomaba mis propias decisiones. Pensaba que si rechazaba un plan, era porque realmente no me apetecía. Si evitaba una conversación, era porque no tenía nada interesante que decir. Si elegía un camino en la vida, era porque simplemente no me veía capaz de otro. No me daba cuenta de que muchas de esas elecciones no eran realmente mías. Había algo más, algo que movía los hilos en la sombra y me hacía creer que yo tenía el control.

Cuando se habla de fobia social, suele pensarse en momentos puntuales de ansiedad intensa: una conversación, una presentación en público, una reunión. Pero su influencia va mucho más allá. No es solo un trastorno que aparece en ciertas situaciones, sino algo que modela la vida en su conjunto, incluyendo las decisiones que tomamos, las oportunidades que dejamos pasar y el tipo de vida que terminamos viviendo.

Qué estudio? Qué trabajo ? el ocio, tomar decisiones en grupo : el peso del silencio , Que ropa usar, menos llamativa, donde y cuando salir; callarne por miedo a equivocarme. , si pido o no lo que necesito, que experiencias me permito vivir …

 La metáfora explicada 

 La fobia social es como un titiritero invisible que manipula nuestras decisiones sin que nos demos cuenta. Nos deja la ilusión de elegir, pero en realidad, muchas veces es ella quien lo hace por nosotras.

Nos quedamos en casa porque "hoy no apetece salir", cuando en realidad es el miedo quien dicta la orden. Decimos que no a un plan porque "seguro que será aburrido", cuando en el fondo es el pánico a la interacción lo que nos frena. Incluso nuestras metas y sueños se ven moldeados por su influencia: descartamos carreras, amistades o experiencias sin explorar realmente si son para nosotras o si es la fobia quien nos convence de que no podemos con ellas.

El titiritero no nos obliga con la fuerza, sino con sutileza

Una vida moldeada por el miedo

No siempre me doy cuenta de hasta qué punto la fobia social ha decidido por mí. A veces, solo años después veo las oportunidades que dejé pasar, las cosas que podría haber intentado si el miedo no hubiera estado ahí. No es simplemente que me afecte en momentos puntuales, sino que va moldeando el camino, a veces sin que lo note, hasta que miro atrás y veo todas las bifurcaciones donde elegí la vía más segura, aunque no fuera la que realmente quería. La fobia social no solo impide hablar o salir, sino que determina qué vida termino viviendo

 Reflexión final

Es difícil encontrar el momento en que dejamos de ser nosotras mismas y comenzamos a ser las marionetas de un miedo que no vemos, pero que está ahí, moviéndonos. Cuando decidimos quedarnos en casa o rechazar una invitación, no lo hacemos porque realmente no queramos, sino porque el miedo se disfraza de una excusa que parece lógica. La fobia social no impone con gritos ni presiones, sino con susurros que nos hacen creer que estamos tomando decisiones. Y eso, quizás, es lo más confuso. 

 Es un proceso que ocurre tan lentamente, que cuando nos damos cuenta, ya hemos vivido demasiadas elecciones bajo esa sombra. El titiritero invisible no es algo a lo que podamos ponerle una fecha para que termine. Su presencia se siente en cada momento de duda, en cada vez que dejamos de hacer algo porque "no puedo". Al final, lo que queda es esa sensación constante de estar perdiendo algo que nunca llegamos a tener.

martes, 25 de marzo de 2025

La marca invisible: El miedo al miedo



Introducción personal:

 A veces, la ansiedad no necesita un motivo real para aparecer. No hace falta que algo salga mal ni que ocurra nada nuevo. Basta con recordar cómo se sintió antes. Basta con el miedo al miedo. 

 La metáfora: la marca invisible

Es como una quemadura antigua. La herida ya no está abierta, pero la piel sigue siendo más sensible en ese punto. Basta con un simple roce para que el dolor vuelva, como si la herida nunca hubiera cerrado del todo. 

 Así funciona el miedo en mi mente. No es la situación lo que me asusta, sino la posibilidad de sentir lo que ya sentí antes. No es el presente lo que me inquieta, sino el recuerdo de cómo fue antes y la certeza de que puede volver a ocurrir. No necesito estar en peligro real para que mi cuerpo reaccione como si lo estuviera. Basta con saber que en el pasado me paralicé, que el miedo me dejó sin aire, para que la ansiedad vuelva a aparecer antes siquiera de que ocurra algo. 

 No importa cuántas veces me diga que ahora es diferente, que esta vez no hay razón para sentirme así. La marca está ahí. Y, aunque a simple vista no se vea, sigue siendo un punto débil, un lugar donde el miedo siempre encuentra la forma de hacer daño. 

 Reflexión:

El problema de estas marcas invisibles es que engañan. Hacen que algo que pertenece al pasado parezca estar ocurriendo ahora. Me llevan a evitar situaciones no porque sean peligrosas, sino porque una vez lo fueron o porque temí que lo fueran. Y así, el miedo se mantiene vivo, protegiéndome de algo que tal vez ni siquiera existe. Pero saberlo no lo hace desaparecer.

sábado, 22 de marzo de 2025

Metáfora: El cuerpo delator



Introducción personal 

Siempre me ha parecido injusto que mi propio cuerpo sea el primero en exponerme. Antes incluso de que pueda procesar lo que está pasando, ya ha reaccionado por su cuenta. No me pregunta si quiero sonrojarme, si quiero temblar, si quiero que mi voz se corte en el peor momento. Simplemente lo hace, sin avisar y sin darme opción a detenerlo. 

 La metáfora: 
El cuerpo delator

Es como tener un cómplice traicionero, alguien que en el momento menos oportuno grita a los cuatro vientos lo que intento ocultar. Da igual lo que diga o haga, mi cuerpo siempre encuentra la manera de desmentirme. Si quiero parecer tranquila, mis manos empiezan a sudar. Si intento responder con seguridad, mi voz me traiciona. Si trato de disimular, mi rostro se delata. 

 No importa cuántas veces haya vivido la misma situación, nunca sé cómo va a reaccionar. A veces parece que todo está bajo control, que esta vez no pasará… pero basta un pequeño detonante para que mi cuerpo decida hablar por mí otra vez. Y entonces todo se vuelve aún peor, porque sé que los demás lo ven.

 Reflexión final

Me gustaría poder convencer a mi cuerpo de que no hace falta reaccionar así, que no hay peligro real. Pero no me escucha. Funciona con su propia lógica, ignorando por completo lo que quiero. Y al final, lo peor no es la reacción en sí, sino la sensación de no tener el control ni siquiera sobre mí misma.








viernes, 21 de marzo de 2025

El sufrimiento en la fobia social


El sufrimiento en la fobia social no es un solo dolor, sino muchos. Es un laberinto donde cada camino lleva a una forma distinta de angustia. 

 Está el miedo, que no es un miedo común. No es temor a algo concreto, sino a todo. A existir frente a los demás, a ser visto, a hablar, a no hablar, a moverse, a equivocarse. A veces ni siquiera sé exactamente a qué temo, solo sé que algo en mí se encoge y me dice que no puedo, que no debo, que estoy en peligro.

 Está la vergüenza, esa que no necesita que nadie me critique porque yo misma me castigo antes de que lo hagan. Cada error, cada gesto torpe, cada silencio incómodo se queda grabado en mi mente, repitiéndose una y otra vez. Es una vergüenza que no se va ni cuando estoy sola, porque entonces pienso en lo que hice, en lo que debería haber hecho, y me hundo más en esa sensación de ser inadecuada. 

 Está el cansancio. Porque vivir así es agotador. No solo es la ansiedad en el momento, es la anticipación antes y el castigo después. Es la tensión en los músculos, el nudo en el estómago, la sensación de estar en alerta constante. A veces me gustaría simplemente existir sin pensar, sin analizar, sin tener miedo. 

 Está la soledad, que no es solo estar sola, sino sentir que no encajo en ningún sitio. Que incluso si alguien se acerca, hay una distancia invisible que me separa. A veces quiero hablar, quiero formar parte de algo, pero el miedo me frena. Y cuando no lo intento, la culpa me dice que es mi culpa estar sola, que soy yo quien se aleja. 

 Y está la desesperanza. Esa que llega cuando me doy cuenta de que llevo años sintiéndome así, que he intentado cambiar y sigo atrapada. Que el mundo sigue adelante mientras yo sigo aquí, con miedo a cosas que para otros son normales, preguntándome si algún día podré ser libre de esto.

La culpa en la fobia social

 
La culpa es una de esas emociones que se cuelan en la fobia social sin que nadie la invite. Se siente como una carga que no debería estar ahí, pero que aparece de forma automática cada vez que no cumplo con lo que "se espera" de mí. No es una culpa racional, no es porque haya hecho algo malo; es una culpa que surge por existir de la manera en que existo. 

 Me siento culpable cuando alguien se preocupa por mí porque no quiero ser una carga.

 Me siento culpable cuando noto que mi forma de ser incomoda a los demás, No sé cuántas veces he notado el ambiente volverse raro en una conversación por mi culpa. Silencios incómodos, respuestas cortas o no reaccionar como se espera… Y sé que la otra persona puede interpretarlo como desinterés o frialdad, cuando en realidad estoy demasiado atrapada en mi cabeza intentando manejar la ansiedad. 

 Me siento culpable por no ser “ normal” desde siempre he sentido que hay algo en mí que no encaja, como si estuviera fallando en algo básico que todo el mundo parece saber hacer menos yo. La sociedad tiene claro cómo deberíamos relacionarnos, y cuando no puedo seguir ese guion, la culpa aparece como si fuera mi responsabilidad no ser capaz. 

 Me siento culpable por evitar situaciones Cada vez que rechazo una invitación o me escaqueo de algún evento, sé que es porque la ansiedad me supera, pero eso no evita que me sienta mal después. Sé que los demás pueden verlo como falta de interés o como una excusa, y aunque intento explicármelo a mí misma, la sensación de estar fallando a los demás no desaparece 

 Me siento culpable por no responder como se espera Esto me pasa mucho en conversaciones. A veces noto que la otra persona espera que diga algo, que haga una broma o que me ría, pero no me sale. Luego me torturo pensando en cómo debería haber respondido, en cómo he quedado, en si ahora creen que soy rara o borde. 

 Me siento culpable por necesitar ayuda No me gusta sentir que dependo de los demás, pero a veces lo hago. Necesito apoyo, comprensión o simplemente que alguien entienda que hay cosas que no puedo hacer. Y aunque sé que todos necesitamos ayuda en algún momento, la culpa de sentirme una carga siempre está ahí. 

 Incluso me siento culpable cuando intento explicar lo que me pasa, porque siempre hay esa sensación de que no debería hablar de esto, de que debería simplemente "ser normal". 

 La culpa en la fobia social es una trampa. Me hace sentir que todo es mi responsabilidad: si me aíslo, si no respondo un mensaje a tiempo, si no sé cómo reaccionar en una conversación, si decepciono a alguien sin querer. Es como si estuviera fallando constantemente en un papel que nunca pedí interpretar. 

 Sé que, en el fondo, no debería sentirme culpable. Que no elijo tener fobia social, que no es una cuestión de voluntad. Pero una cosa es saberlo y otra es sentirlo. Porque la culpa no atiende a razones, solo se instala y me repite que debería hacerlo mejor, aunque no tenga fuerzas para hacerlo. Y quizás lo más difícil de todo es que no sé cómo soltarla.

La mochila invisible de la fobia social



La mochila invisible que llevo cada día cada mañana, 

cuando intento dar el primer paso fuera de casa, siento que tengo que cargar con una mochila. No es una mochila cualquiera; es una carga invisible, pero tan pesada que parece que me arrastra hacia abajo. Me obliga a caminar más despacio, me recuerda en cada movimiento que no soy libre, que cada paso fuera de casa será un esfuerzo más. 

 Metáfora la mochila invisible 

 Dentro de esta mochila, la culpa ocupa una gran parte del espacio. Es esa sensación constante de que no estoy a la altura, de que no soy lo suficientemente buena o que siempre estoy fallando. La culpa pesa como una roca, y aunque intento ignorarla, siempre está ahí, clavada en mi espalda. A su lado, la autoexigencia, que nunca me deja descansar. La voz interior que me exige más y más, que me dice que siempre puedo hacer las cosas mejor, que no hay lugar para la imperfección. La mochila está llena de expectativas que no me puse yo misma, pero que me pesan como si estuvieran marcadas a fuego en mi piel. 

 Y luego está el miedo, que se cuela en cada r incón de la mochila. Es un miedo que no se ve, pero se siente con cada paso que doy. Miedo a ser juzgada, miedo a no encajar, miedo a ser observada sin saber qué hacer o cómo reaccionar. Es un miedo que no puedo dejar atrás y que parece aumentar con el paso de los días. El miedo se mezcla con todo lo demás, haciendo que la mochila se vuelva aún más pesada, aún más difícil de llevar. 

 Dentro de esta mochila también está el sufrimiento, esa sensación de estar atrapada en mis propios pensamientos y emociones, incapaz de liberarme de ellos. Es como un peso adicional que no puedo soltar, una carga que nunca se aligera. El sufrimiento me acompaña a todas partes, me ahoga un poco más cada vez que intento moverme. 



 Reflexión final 

 La mochila que llevo cada día es mucho más que una carga física; es un recordatorio constante de lo que siento y lo que temo. A veces pienso que nunca podré quitármela de encima, pero con el tiempo he aprendido a cargar con ella, aunque sea un poco. Aunque no pueda deshacerme de todo lo que lleva dentro, cada día doy un paso más. Y aunque el peso a veces sea insoportable, sigo adelante. Tal vez no sea fácil, pero sé que cada paso es un pequeño triunfo sobre el miedo y sobre las expectativas que me pongo. A veces, simplemente el hecho de seguir caminando, con esa mochila a cuestas, ya es un acto de valentía.






jueves, 20 de marzo de 2025

Metáfora : La máscara rota : El peso de ser otra persona

 

Introducción personal:

 Durante mucho tiempo, sentí que tenía que ser alguien que no soy, una versión de mí misma que pudiera encajar en los lugares, que pudiera responder a las expectativas de los demás. Ponía una máscara cada mañana, asegurándome de que todo estuviera en su lugar: las palabras adecuadas, las actitudes correctas. Mi máscara era sonreír cuando me hablaban, asentir aunque no estuviera de humor ni me apeteciera escuchar. Era ser amable y ofrecer lo que el otro deseara en ese momento. Si necesitaban que les escuchara, ahí estaba yo, atenta y empática. Si querían alguien gracioso, podía contar un chiste. En definitiva, siempre buscaba agradar y dar lo que los demás necesitaban, sin importar lo que sentía por dentro.

 La metáfora explicada:

 La "máscara rota" es una metáfora que describe la desconexión entre la persona que mostramos al mundo y la persona que realmente somos. La fobia social, en muchos casos, nos obliga a ponernos una máscara, una capa de comportamientos y respuestas que ocultan nuestras inseguridades, miedos y emociones reales. Nos convencemos de que si no mostramos esa fachada, seremos juzgados, rechazados o incluso ignorados. Pero, al mismo tiempo, esta máscara se convierte en una prisión que nos impide ser auténticos.

 Cuando la fobia social está presente, la máscara puede quebrarse en momentos de vulnerabilidad o cansancio. Lo que queremos ocultar se revela, ya sea a través de una reacción emocional inesperada, una palabra fuera de lugar, o simplemente el agotamiento de mantener la apariencia durante tanto tiempo. Esa ruptura puede ser aterradora, porque tememos que los demás vean lo que realmente sentimos y, peor aún, que nos rechacen por ello 

 La Máscara: Una Reflexión sobre la Fobia Social

 La fobia social es, muchas veces, un juego constante entre lo que mostramos y lo que realmente somos. Para quienes vivimos con ella, la máscara se convierte en un refugio, una capa protectora que nos permite navegar por el mundo sin exponernos demasiado. Es fácil pensar que, si tan solo pudiéramos quitarnos esa máscara, todo sería más sencillo. Pero la realidad es que, si la quitáramos de golpe, probablemente no solo nos enfrentaríamos a la vulnerabilidad, sino a la angustia de vernos completamente expuestos. 

 Esa máscara, aunque nos limita, nos da una falsa sensación de control. Nos oculta, pero también nos permite sobrevivir. Nos da una identidad segura, aunque distorsionada. Sin ella, estaríamos desnudos, sin la barrera que nos protege del juicio ajeno, de las miradas que sentimos constantemente. En cierta forma, la máscara es una parte de nosotros, un mecanismo de defensa que hemos aprendido a usar para evitar el dolor. Pero, ¿y si la máscara no fuera la solución definitiva? Quizá, si aprendemos a quitarnosla lentamente, sin precipitarnos, podamos empezar a reconstruirnos. No se trata de despojarnos de ella de golpe, sino de encontrar momentos en los que podamos ser quienes realmente somos, sin miedo a ser rechazados. Poco a poco, la fobia social puede perder su poder sobre nosotros, y la máscara dejaría de ser necesaria. Es un proceso largo y complicado, pero aprender a vivir sin esa máscara es un paso hacia la libertad. Al final, la fobia social es solo una forma de protegerse del mundo, y el reto es aprender a vivir sin la necesidad de protegernos tanto. Tal vez, cuando logremos eso, descubriremos que la fobia social no es algo que define quiénes somos, sino algo que hemos aprendido a vivir con el tiempo.

miércoles, 19 de marzo de 2025

Metafora: El pez fuera del agua

 

Introducción personal: 

A veces, cuando estoy en medio de una situación social, siento como si fuera un pez fuera del agua. Los demás parecen moverse con total naturalidad, mientras yo me esfuerzo por adaptarme y respirar en un ambiente que no está hecho para mí. El mundo que me rodea parece estar a otra velocidad, y no logro sincronizarme con él. El sonido de las conversaciones, las miradas, los movimientos… todo se vuelve tan agotador que no puedo dejar de pensar que no encajo, como si fuera una especie que no pertenece a este ecosistema. 

 La metáfora explicada:

 Esta metáfora reflejaría la sensación de estar fuera de lugar, de sentirse como si no encajásemos en el entorno social. El pez está destinado al agua, un espacio que es natural para él. Cuando se encuentra fuera, todo le resulta extraño, difícil e incómodo. De la misma manera, las personas con fobia social se sienten desorientadas y fuera de su entorno en situaciones sociales, sin saber cómo actuar o cómo respirar con normalidad. 

 Reflexión final: 

Esa sensación de estar fuera de lugar es agotadora, como si el entorno nunca fuera el adecuado y cada intento de encajar resultara forzado. Es una realidad difícil de evitar cuando la fobia social nos acompaña, convirtiendo lo cotidiano en un esfuerzo constante. No siempre hay un sitio al que regresar ni una solución clara, solo la certeza de que esa incomodidad está ahí y nos define más de lo que quisiéramos.

martes, 18 de marzo de 2025

El puente invisible: evitación



Introducción personal:

 Muchas veces, cuando sé que tengo que enfrentar una situación social, algo dentro de mí me dice que no puedo, que no estoy preparada. Sé que existe un camino para llegar a donde quiero, pero en el momento de dar el paso, ese camino desaparece y me paralizo. No importa cuánto lo piense, al final termino evitando la situación, convenciéndome de que es mejor no intentarlo.

 La metáfora explicada

La evitación en la fobia social es como un puente que desaparece cuando más lo necesitas. Sabes que el puente está ahí, que otras personas lo cruzan sin problema, pero cuando intentas dar un paso, el miedo lo borra de tu vista. Entonces, te das la vuelta y decides no intentarlo. Cuanto más evitas, más sólido se vuelve el miedo, y más difícil es creer que el puente alguna vez estuvo allí.

 La clave es entender que el puente nunca desapareció realmente. Solo que el miedo lo cubre con una niebla densa que te impide verlo. Para hacerlo visible otra vez, hay que atreverse a dar un paso, aunque no estés segura de que estará ahí.

 Reflexión final: 

 La evitación nos mantiene en la orilla porque, desde nuestro punto de vista, no hay un puente, solo un abismo. Nos dicen que avancemos, pero ¿cómo dar un paso cuando todo indica que caeremos? No se trata de valentía inmediata ni de actos impulsivos, sino de ir tanteando el terreno, aunque al principio todo parezca vacío. A veces, ni siquiera encontramos señales de que haya un camino, y eso hace aún más difícil moverse. Pero si en algún momento percibimos un indicio, por pequeño que sea, podemos decidir si queremos explorarlo o no.

lunes, 17 de marzo de 2025

Hacerse invisible



Introducción personal:

Tanto me escondo que al final pareciera que soy invisible. No sé si es porque hablo bajo o porque no les interesa lo que tengo que decir pero a menudo me siento invisible. Me hago invisible .

Siempre he tenido la sensación de que, en ciertos momentos, desaparezco. No porque lo quiera, sino porque simplemente ocurre. Estoy ahí, pero es como si mi presencia se desdibujara, como si fuera menos real que los demás. Al principio, pensaba que era una estrategia propia: bajar la voz, evitar el contacto visual, moverme con cautela para no llamar la atención. Pero con el tiempo, me di cuenta de que no siempre era una elección. A veces, incluso cuando quiero hablar, cuando intento ser parte de algo, sigo siendo invisible. 

 La metáfora de la invisibilidad

La fobia social no me ha dado el poder de hacerme invisible. Me ha convertido en alguien que se siente invisible. Al principio, confundí ambas cosas. Pensé que al apartarme, al hablar lo menos posible, al ocupar el menor espacio, estaba protegiéndome. Pero pronto descubrí que no era solo yo quien me ocultaba: los demás también dejaron de verme. No porque lo hicieran a propósito, sino porque la invisibilidad, cuando se instala, se vuelve real. 

 Puedo estar en una conversación y notar cómo mi voz se pierde en el aire, como si nunca hubiera salido de mi boca. Puedo caminar por la calle y sentir que nadie se percata de mi existencia, como si mi presencia no alterara el espacio. Puedo intentar formar parte de un grupo y darme cuenta de que, sin quererlo, mi figura se difumina hasta desaparecer.

 Y lo peor es que, cuando realmente quiero romper la barrera, cuando intento alzar la voz o hacerme notar, es como si el mundo ya se hubiera acostumbrado a no verme. 

La lucha por volver a aparecer. Reflexión final

No sé exactamente cuándo empezó esta sensación de invisibilidad. Tal vez fue el miedo al juicio lo que me llevó a reducir mi presencia, o tal vez fue la soledad la que la convirtió en algo definitivo. Lo que sí sé es que, una vez que la invisibilidad se instala, deshacerse de ella es difícil. 

 Recuperar la presencia significa desafiar el miedo, forzarme a ocupar espacio, a recordar que merezco ser vista. Significa resistir la tentación de callar cuando quiero hablar, de esconderme cuando quiero estar. No siempre lo consigo, y muchas veces la invisibilidad regresa sin que me dé cuenta. 

 Pero sé que estar aquí no es un error. Y aunque mi reflejo en el mundo sea borroso, sigo existiendo. Y existo con derecho a ser vista.




El trabajo con fobia social: El laberinto invisible



Introducción personal

El trabajo para una persona con fobia social se siente como estar atrapada en un laberinto sin mapa ni salida. La ansiedad no proviene solo de las interacciones sociales, sino del peso de las expectativas, especialmente de las figuras de autoridad, como jefes o supervisores. Cada tarea, cada correo, cada reunión se convierte en un desafío emocional. En lugar de disfrutar del trabajo, la preocupación constante de si se está a la altura de las expectativas, si se ha hecho lo suficiente o si el más mínimo error podría ser visto como una señal de incompetencia. Este perfeccionismo, alimentado por el temor a la evaluación, crea un entorno aún más difícil para quienes vivimos con fobia social. 

 Aunque brevemente, lo he experimentado de primera mano. No he conseguido mantener un empleo por mucho tiempo. He trabajado en tres lugares distintos: un mes en una asesoría, por mi diplomatura universitaria (otro tema que explico en el blog que fue horrible )otro mes en una guardería y un año en Camelot Park, donde viví una de mis peores y escasas experiencias laborales. 

 En la asesoría, tenía que sustituir a una chica de baja por embarazo y ponerme al día en apenas un mes. Me sobrepasaba la presión, las instrucciones ambiguas y el miedo a equivocarme. Salía de allí llorando y sin poder dormir. Para sobrellevarlo, incluso llegué a tomar tranquilizantes, pero ni así conseguí adaptarme. En la guardería, las compañeras me hacían el vacío por ser la nueva y se aprovechaban mandándome tareas que ellas no querían,no tendría porqué haberlas aceptado porque ellas no eran mis jefas , pero con fobia social actúas así y cada jornada se convertía en un reto insoportable. Me había formado como auxiliar de puericultura porque sentía que era mi vocación, trabajar con niños , ellos no juzgan y si les das cariño te lo devuelven con creces .

 En Camelot Park, la experiencia fue aún más desagradable. Un día, mientras estaba agachada atando los cordones de los zapatos a un niño, mi jefe, nervioso y alterado, me agarró de la coleta y me tiró hacia arriba mientras me gritaba y daba órdenes de que llamara a un cumpleaños. Fue humillante. Situaciones así reforzaban el sentimiento de que el mundo laboral no estaba hecho para alguien como yo. Debí ponerle en su sitio y decir que así no, pero lo único que hice fue llorar a escondidas . Más tarde , cuando todo se tranquilizó ,me pidió disculpas , pero el mal ya estaba hecho 

 No necesito más pruebas para saber lo que significa trabajar teniendo fobia social. Es estar en un entorno que constantemente te enfrenta a tus miedos, donde la exigencia y la interacción social son ineludibles. Para algunos, el trabajo es una forma de desarrollo personal y seguridad; para mí, ha sido una fuente inagotable de ansiedad y sufrimiento

 La metáfora explicada

 Imagina que estás dentro de un laberinto, pero no uno común. Este laberinto está diseñado por tus propios miedos y por las expectativas ajenas. No hay paredes físicas, pero sí hay un peso constante en el aire: el miedo a la evaluación de tu jefe o de aquellos que tienen la autoridad para juzgar tu desempeño. El camino a seguir no es claro, y cada decisión que tomas se ve atravesada por la duda. Las interacciones cotidianas, como enviar un correo importante o realizar una presentación, se convierten en decisiones de vida o muerte, con la sensación de que cualquier error será fatal. Aquí, el perfeccionismo juega un papel clave. La necesidad de hacer todo perfectamente se convierte en una presión diaria, en la que no solo se teme al juicio, sino al fracaso. Los compañeros pueden parecer  amenazantes , pero el verdadero peso recae en la evaluación de figuras de autoridad, que parecen tener el poder de definir tu valor profesional.

 Reflexión final 

Este laberinto no es solo un espacio físico, sino una prisión emocional construida por el miedo al fracaso y el perfeccionismo. Cada tarea se convierte en una montaña que es difícil de escalar, especialmente cuando el estándar de lo "correcto" parece tan alto. El trabajo para una persona con fobia social se convierte en un constante intentar avanzar, buscando la salida, pero encontrando nuevos obstáculos en cada esquina. Es un camino lleno de incertidumbre, donde las evaluaciones constantes, el perfeccionismo y la necesidad de validación son los que marcan cada paso.

La cuenta atrás hacia la exposición social: El reloj de arena


 Introducción personal: En cuando me entero de que debo enfrentarme a una situación social, algo en mi interior comienza a preparar una cuenta atrás. Como si fuera un reloj que no puedo detener, los minutos se alargan y cada segundo pesa más. La sensación de estar atrapada en el tiempo es agotadora, y lo peor es que sé que no puedo escapar de esa espera. Mi mente empieza a anticipar lo que va a pasar, imaginando todo lo que podría salir mal. Y, aunque el evento no ha llegado, ya lo estoy viviendo en mi cabeza, una y otra vez. 

 La metáfora: 
 Es como un reloj de arena. 

Cada grano de arena que cae es un segundo más que me acerca a la exposición social. Pero en lugar de ver cómo el tiempo avanza con calma, lo que siento es que cada grano aumenta la presión. La arena no cae de manera uniforme, sino que se desliza lentamente, casi como si se estuviera resistiendo a caer, haciendo que la espera sea interminable. Y con cada grano, el peso de la ansiedad crece, acumulándose en mi pecho, en mi estómago, hasta que parece que el momento está tan cerca, pero a la vez tan lejano, atrapado en una espiral de pensamientos y miedos.

 Reflexión final: 

 Lo más desconcertante de esta cuenta atrás es que, al llegar al final, al enfrentarme finalmente a la situación social, el peso de la ansiedad no es como esperaba. De alguna manera, la anticipación se convierte en el mayor enemigo, la sensación de estar sumida en esa cuenta regresiva. Porque , después de todo el miedo acumulado, la mayoría de las veces lo que temía no ocurre, o no con la intensidad que había imaginado. Me doy cuenta de que todo el proceso ha sido más sobre el tiempo y lo que he dejado que mi mente imagine sobre el momento real.

sábado, 15 de marzo de 2025

Nadar contra corriente


Introducción personal : 

 A veces siento que todo lo que hago para enfrentar la fobia social es un esfuerzo enorme. No importa cuántas veces intente seguir el ritmo de los demás, siempre hay algo que me arrastra hacia atrás. Mientras otros avanzan con naturalidad en el mundo social, yo lucho con cada paso, con cada palabra, con cada mirada. Es como si el agua me empujara en dirección contraria, como si cada intento de integrarme requiriera una fuerza que no sé de dónde sacar. 

 La metáfora: nadar contra corriente 

Imagínate en un río de corriente fuerte. La mayoría de la gente simplemente flota con la dirección del agua, dejándose llevar sin dificultad. Pero tú no. Tú tienes que nadar contra la corriente, esforzándote al máximo solo para mantenerte en el mismo sitio. 

 Cada intento de hablar en público, de interactuar en una reunión o de hacer algo tan simple como comprar en una tienda se convierte en un esfuerzo agotador. No porque no quieras hacerlo, sino porque todo en tu interior se resiste. La corriente sería la presión social, las expectativas, la forma en que el mundo parece funcionar para los demás pero no para ti. Cuanto más intentas moverte en su dirección, más sientes que te ahogas. 

 A veces, la fatiga es tan grande que solo quieres dejarte llevar, rendirte y dejar que la corriente te arrastre. Evitar, aislarte, esconderte. Porque luchar contra algo tan grande y constante es extenuante.

 Reflexión final

La fobia social es esa lucha continua contra una corriente que no deja de empujar. Pero hay algo importante: no siempre hay que nadar en contra con todas las fuerzas. A veces, encontrar tu propio ritmo, aceptar ciertas pausas y buscar momentos donde la corriente sea más suave puede ayudar. No se trata de convertirse en alguien que fluye con el agua como si nada, sino de aprender cuándo y cómo avanzar sin agotarte. 

 No siempre podremos cambiar la dirección del río, pero tal vez podamos aprender a navegarlo sin perdernos en él.

El perro verde


Introducción personal; 

Desde pequeña he sentido que encajaba en el mundo de una forma extraña, como si hubiera nacido con un código distinto al del resto. No era solo timidez, ni siquiera una simple dificultad para socializar. Era esa sensación persistente de ser distinta, de estar fuera de lugar incluso en los entornos más familiares.

 A lo largo de los años, he escuchado muchas formas de describir a alguien que no encaja: "raro", "peculiar", "diferente". Pero hay una metáfora que he escuchado más de una vez  :" Ser  mas raro que un perro verde. "

 Hay que ser raro para eso jaja y la realidad es que todas las personas con fobia social se ven raros diferentes y si ya es difícil ver un perro verde más de uno sería el apocalipsis de la lógica jaja .. pero es que nos consideramos cada uno de nosotros el más raro . Yo solo he visto el de la foto 😁 

 La metáfora del perro verde

Imagina un mundo donde todos los perros son marrones, blancos o negros. No importa si son grandes o pequeños, si tienen el pelo corto o largo, todos entran dentro de un rango de normalidad. Pero un día aparece un perro verde. No ha hecho nada malo, no ha elegido ser así, simplemente nació con ese color. 

 El problema no es solo que los demás lo miren con extrañeza, sino que él mismo no entiende por qué es diferente. Se pregunta si su color está mal, si debería intentar cambiarlo o, peor aún, esconderse para que nadie lo note. 

 Para alguien con fobia social, esta sensación es muy familiar. Es el sentimiento de ser observado, analizado, juzgado por algo que ni siquiera puedes definir con claridad. No es que hayas hecho algo extraño, es que seas extraño ante los ojos de los demás. Y cuando te lo hacen notar, la inseguridad crece, como si la rareza fuera un defecto que hay que corregir. 

 Reflexión final

Con el tiempo, el perro verde puede aprender que su color no es un error, sino simplemente una característica más. Tal vez nunca deje de sentirse diferente, pero puede llegar a aceptarlo y, en el mejor de los casos, encontrar otros perros verdes con los que compartir su mundo. 

 Ser diferente puede ser duro, especialmente cuando sientes que el mundo está diseñado para otros colores. Pero tal vez la rareza no sea un problema, sino una señal de que tu lugar en el mundo aún está por descubrirse.

viernes, 14 de marzo de 2025

El muro de cristal


Introducción personalDesde siempre he sentido que hay algo que me separa de los demás, una barrera invisible que me impide acercarme del todo. Puedo ver lo que ocurre, escuchar las conversaciones, notar la conexión entre las personas… pero no importa cuánto lo intente, siempre hay algo que me deja al otro lado. 

 La metáfora explicada

Imagina estar en una habitación llena de gente, pero entre tú y ellos hay un muro de cristal. Ves cómo se comunican, cómo se entienden, cómo se acercan entre sí con naturalidad. Desde fuera parece que podrías ser parte de ello, que solo tienes que dar un paso adelante y hablar. Pero cuando lo intentas, el cristal está ahí, invisible pero infranqueable. Golpeas el muro, intentas hacerte notar, pero los demás apenas perciben tu presencia. Ellos siguen con sus interacciones sin esfuerzo, mientras tú te quedas atrapada en el silencio, sintiéndote desconectada. No es que no quieras participar, es que la barrera está ahí, aislándote aunque parezca que nada la sostiene.

 Reflexión final

A veces me pregunto si el muro está solo en mi mente o si, de alguna manera, también los demás lo perciben. Tal vez no sea un obstáculo inquebrantable, sino una distorsión que se ha hecho fuerte con los años.

miércoles, 12 de marzo de 2025

La incomodidad en el contacto físico: de la evolución a la fobia social


Es natural sentir incomodidad al tener contacto físico con personas desconocidas, y esto no es exclusivo de quienes tienen fobia social. Esta reacción puede entenderse desde una perspectiva evolutiva también a personas sin ella, ya que, en tiempos ancestrales, el contacto cercano con extraños podía ser peligroso, pues podría señalar una amenaza o conflicto. Así, los seres humanos desarrollaron normas sociales que establecían distancias para protegerse de potenciales riesgos, lo que también se refleja en el hecho de que, a nivel subconsciente, tendemos a sentir incomodidad si alguien invade nuestro espacio personal, especialmente si no conocemos a la persona.

 Mientras que esta incomodidad se siente en mayor o menor grado en la mayoría de las personas, para quienes padecen fobia social, ese malestar se ve intensificado. No se trata de un miedo a ser juzgados de forma racional, sino de una reacción interna que se amplifica por la forma en la que el cerebro interpreta estas interacciones. La fobia social hace que esos momentos de contacto físico cercano o incluso de compartir un espacio reducido se conviertan en situaciones abrumadoras, independientemente de si la persona en cuestión está realmente observando o evaluando. Para alguien con fobia social, la incomodidad es mucho más profunda, y la ansiedad que genera puede ser tan fuerte que hace que una situación aparentemente simple, como ir en el transporte público, se convierta en una serie de batallas internas. 

 Hace unos años hacia un trayecto diario , que duró 5 años  y por ejemplo, cuando subía al autobús, la primera batalla comenzaba  mucho antes de que me senara. Se trataba de encontrar un asiento, y preferiblemente uno junto a la ventana, porque de pie todo era más incómodo. El movimiento del vehículo, el tener que mantener el equilibrio y la cercanía a los demás me generaba una sensación de incomodidad inmediata. Lo ideal era encontrar un lugar donde me sintiera más segura, que era ese asiento junto a la ventana, pero esa búsqueda ya era un reto en sí misma. 

 Una vez que me había sentado, sino tenía compañía ya , el siguiente desafío era si alguien se sentaría junto a mí. Cada parada era como una mini odisea mental, en la que intentaba predecir el comportamiento de las personas a mi alrededor. Mi primera preocupación era si me libraría de que alguien ocupase mi asiento de al lado . Si lo ocupaban, siempre prefería que fuese alguien de mi mismo sexo, preferentemente con aspecto amable, la incertidumbre sobre quién se sentaría a mi lado me generaba una preocupación innecesaria. Y si veía a lo lejos a alguien que no me gustaba me decía para mis adentros: "Este no, este no." Aunque suene irracional, esa era la ansiedad que sentía, y me costaba  liberarme de esos pensamientos. 

 Una vez sentada, el resto del trayecto era un constante cuestionamiento mental: ¿Se sentará alguien a mi lado? ¿Cómo será? (Si era alguien del sexo contrario o de aspecto amenazador pej) Aunque en principio el trayecto era relativamente corto, cada parada se convertía  en una nueva batalla interna. A veces, incluso me sorprendía pensando: "Este no, por favor, que no me toque este." Y todo esto mientras trataba de disimular e incluso me relajaba algo de mi incomodidad ,mirando por la ventana distraída con el paisaje que  me ayudaba a desconectarme de la situación. 

 Una de las situaciones que más recuerdo era cuando, en mi horario habitual, había un chico grande con problemas de retraso o algo que, si te tocaba en el asiento de al lado en  el trayecto, solía acariciarte la cabeza y decirte: - - - -"¡Guapa, guapa, qué tal? Bien, y tu mamá?" Era algo tan horrible que me sentía incapaz de reaccionar. Era solo verle de lejos y temblar ‘ que no se acerque , que se quede allí" Ese tipo de contacto físico no solo me resultaba incómodo, sino que me resultaba tremendamente abrumador del que no podía escapar. Era una persona con problemas inofensiva , solo podías dejarte hacer y seguirle la corriente y en 5 años me tocó más de una vez El resto a otras incautos, que siempre eran chicas, que le contestaban , pero con bastante menos delicadeza  que yo

El resto del trayecto volvía a hacerse angustiante a medida que se acercaba mi parada , ya que en ese punto , todo lo que quería era que la persona que se sentaba junto a mí bajara antes que yo para no tener que pedirle paso cuando me tocara salir, ocupando yo el asiento de la salida . Era una batalla constante por mantener mi espacio y mi tranquilidad. 

 También tengo que decir que estaba todo interiorizado y automatizado por la repetición diaria que era aceptada y resignada, viviéndolo con la máxima normalidad posible . Aguantando esa incomodidad que explicada así , si parece una odisea , pero no es que fuera tan horrible como para tener fobia al autobús , pues no era miedo , sino una gran gran incomodidad. 
Eso sí , era un auténtico respiro cuando por fin el viaje terminaba. 

 Este tipo de incomodidad no está relacionado con ser observada ni con la preocupación de que alguien esté juzgando,, sobre todo si estás cómodamente sentada en tu  asiento, otra cosa es caminar con alguien detras que si me siento observada y acabo sin saber donde tengo el pie derecho y el pie izquierdo de la vergüenza insoportable  que tengo . Es la ansiedad que genera estar en situaciones sociales que nos desbordan. Para una persona con fobia social, estos momentos se sienten como una serie de pruebas, batallas internas que a menudo se libran en silencio. La sensación de estar fuera de control es lo que alimenta la ansiedad, haciendo que situaciones cotidianas se conviertan en algo abrumador. 

 En resumen, mientras que todos experimentamos cierta incomodidad con el contacto físico o con la invasión de nuestro espacio personal, para las personas con fobia social esa incomodidad se intensifica, no porque sean juzgadas, sino porque todo el proceso de compartir el espacio con otros se convierte en una fuente de ansiedad difícil de controlar.

lunes, 10 de marzo de 2025

El miedo a caminar delante de otras personas




Siempre me ha parecido extraño que algo tan simple como andar pueda convertirse en un problema. No es un miedo evidente ni fácil de explicar, pero ahí está, apareciendo cuando menos lo espero. 

 No recuerdo cuándo empezó exactamente. Quizá en el colegio, cuando cruzar la clase para ir a la papelera se sentía como un desfile ante los compañeros. O tal vez fue en la adolescencia, cuando empecé a ser más consciente de mi cuerpo y de cómo a veces me miraban los chicos por la calle. Y si venian varios a la vez  me decian  cosas:
-  Ei  guapa. A donde vas tan deprisa? Pej
Lo cierto es que, aunque parezca una tontería, caminar delante de otras personas me resulta incómodo, incluso angustiante en algunos momentos.

 Si voy sola y hay gente detrás, empiezo a sentirme observada. ¿Estoy caminando demasiado rápido? ¿Demasiado lento? ¿Camino raro? Es como si de repente tuviera que recordar cómo se anda, y eso solo lo empeora. 
A veces, si sé que hay alguien siguiéndome, noto cómo mis pasos se vuelven torpes y descoordinados, como si mis piernas ya no supieran hacer algo tan automático. 

 Las escaleras son especialmente incómodas. Subirlas con alguien justo detrás me pone tensa, como si en cualquier momento fuera a tropezar o hacer algo extraño. 

Cuando la calle es estrecha y alguien viene de frente, también aparece la duda: ¿me aparto? ¿Sigo recto? ¿Me estoy moviendo de forma natural o se nota que estoy incómoda? Sé que nadie va por la vida fijándose en cómo caminan los demás. Aunque lo sepa, eso no lo hace más fácil. Así que intento disimular. 

A veces finjo que miro el móvil, otras voy más despacio para que la otra persona me adelante y pueda volver a andar tranquila. Pequeñas estrategias que, al final, solo sirven para hacerme sentir más rara. No siempre pasa, pero cuando ocurre, lo único que quiero es desaparecer. 

Andar sin que nadie me vea. Que mi cuerpo deje de sentirse ajeno y que mis pasos vuelvan a ser eso: simples pasos. 

 A veces, el miedo no es solo incomodidad, también es real. Ser mujer no ayuda, especialmente cuando caminas de noche por la calle. La sensación de inseguridad, de no saber si alguien te está mirando o puede acercarse, hace que cada paso se sienta más pesado. Cada ruido de pasos tras de ti se convierte en una alarma, y cada sombra en una amenaza. 

Ver video representativo


 Es una mezcla de ansiedad por la posible observación de los demás y la sensación de vulnerabilidad que no se puede evitar. Este miedo a caminar, que para muchos es algo tan cotidiano, para mí es una lucha constante. Cada paso tiene detrás un mar de pensamientos que solo buscan que me haga invisible, que pueda moverme sin sentirme observada o fuera de lugar. Y aunque sé que no siempre es racional, no siempre puedo evitarlo.

 

viernes, 7 de marzo de 2025

Algunos ejemplos de inseguridad con fobia social



La inseguridad en la fobia social no es solo dudar de vez en cuando, es un filtro que distorsiona todo. Lo que digo, lo que hago, incluso lo que soy, siempre parece estar bajo sospecha. Es como caminar sobre hielo fino, midiendo cada paso para no hundirme, pero sintiendo que, de todos modos, en cualquier momento voy a caer.

Inseguridad al usar el teléfono
El teléfono suena, y mi corazón se acelera. El nombre en la pantalla es familiar, pero eso no reduce la ansiedad. ¿Y si no sé qué decir? ¿Si hay silencios incómodos? ¿Si digo algo inapropiado sin darme cuenta? Contesto con una voz que apenas reconozco como mía, tratando de sonar natural. Cada palabra es cuidadosamente seleccionada, cada frase analizada en tiempo real. Al colgar, repaso la conversación una y otra vez, buscando errores, convencido de que he dicho algo mal.

 Inseguridad al recibir cumplidos

"Qué bien te queda esa camisa", me dicen. De inmediato, me siento muy incómoda . No sé cómo responder. ¿Debería simplemente agradecer? ¿Devolver el cumplido? Pero, ¿y si piensan que soy falsa o que no lo merezco? Mi mente busca razones para desacreditar el cumplido. Quizás lo dicen por compromiso, o tal vez se están burlando. La idea de que alguien pueda apreciar algo en mí es difícil de aceptar.

(Situaciones inventadas )

 Inseguridad al expresar opiniones

Durante una reunión, se pide nuestra opinión sobre un nuevo proyecto. Tengo ideas, pensamientos que podrían aportar valor, pero el miedo me paraliza. ¿Y si mi opinión es ridícula? ¿Si los demás piensan que no tengo idea de lo que hablo? Es más seguro permanecer en silencio, asentir y seguir la corriente. Mientras la discusión avanza, siento que me estoy traicionando a mí misma, pero el temor al juicio es más fuerte que el deseo de participar.

 Inseguridad al iniciar conversaciones

En una fiesta, todos parecen conversar con facilidad. Yo, en cambio, estoy de pie en una esquina, luchando por encontrar el valor para acercarme a alguien. ¿De qué hablo? ¿Y si no les intereso? ¿Si me rechazan o, peor aún, si me ignoran? La idea de iniciar una conversación se convierte en una montaña insuperable. Finalmente, decido que es mejor marcharme temprano que enfrentar la posibilidad de un rechazo.

 Inseguridad al ser el centro de atención

Durante la reunión, el jefe menciona mi nombre. De repente, todas las miradas se posan en mí. Siento cómo el calor sube por mi cuello y mis manos comienzan a sudar. Intento hablar, pero las palabras se enredan en mi boca. ¿Y si digo algo incorrecto? ¿Si me juzgan por mi torpeza? Cada segundo bajo la mirada de todos se siente eterno

jueves, 6 de marzo de 2025

La inseguridad en la fobia social


La fobia social y la inseguridad van de la mano.
No es solo timidez o nervios ante los demás; es dudar de cada palabra antes de decirla, de cada gesto antes de hacerlo, de cada decisión antes de tomarla. Es sentir que cualquier cosa que hagas o digas puede estar mal, puede ser juzgada, puede hacer que los demás te miren raro.

La inseguridad en la fobia social no se limita a un solo aspecto, sino que se infiltra en todo: en la forma de hablar, en la apariencia, en las relaciones, en las decisiones y, en la propia existencia. 
No es simplemente pensar que puedes equivocarte, sino sentir que cada error, por pequeño que sea, es una confirmación de que no encajas. Y esa sensación nunca desaparece del todo

Recientemente una persona a la que pedí expresamente su juicio porque me parecía muy razonable me dice que lo que hice no estaba lo suficientemente bien como para darme su aprobación. Yo que confiaba en su buen juicio  me lleno de inseguridades 

 ¿y si estaba mal ?
¿y si no lo hice bien. ? 
 
Era su opinión , pero la inseguridad puede surgir con fuerza, especialmente si tienes fobia social. La sensación de ser juzgada negativamente pueden generar una gran carga emocional. En estos casos, la mente tiende a enfocarse en la crítica, preguntándote si esa persona tiene razón . 

 Pero aprendí enseguida , leyendo sobre el tema, que las opiniones son subjetivas. Lo que una persona percibe como un error no siempre es un hecho absoluto,No todos opinan igual puede haber también otras opiniones positivas al respecto y mi valía no depende de la aprobación constante de los demás. La fobia social puede amplificar esta percepción de ser constantemente evaluada, pero hay que entender que las críticas no definen quién eres, ni la calidad de tu trabajo,

 Los manuales sobre fobia social siempre hablan de miedo a la evaluación negativa y al juicio. Siempre me ha parecido una idea simplista y fácil cuando la fobia social es más complicada , pero entiendo que lo hagan así porque es la base de todos nuestros miedos e inseguridades . 

Yo ,no obstante , prefiero diseccionar y no englobar

Estas inseguridades pueden hacer que evitemos expresarnos, tomar decisiones o incluso participar en situaciones sociales por miedo a no estar a la altura de las expectativas de los demás. 

También puede llevarnos a buscar constantemente señales de aprobación, lo que refuerza la ansiedad cuando no las encontramos. Pueden ser cosas pequeñas como una sonrisa , un asentimiento ..

 Aprender a separar tu identidad de las críticas es una parte clave para lidiar con la inseguridad que genera la fobia social.

miércoles, 5 de marzo de 2025

Situación: cómo pueden verme. La realidad por dentro con F.S. (I V )



Cuando estoy en una situación social, no solo pienso en cómo me siento, sino también en cómo los demás podrían estar viéndome. A veces, esa percepción cambia según el contexto, la gente o incluso mi propio estado de ánimo. 

En esta entrada, quiero compartir siete formas en las que creo que los demás me ven, o al menos, cómo lo percibo en esos momentos. 


Si en un grupo no hablo mucho y sonrío sin decir nada, pienso  que los demás creen que solo finjo interés y que, en realidad, estoy deseando irme. Pero lo cierto es que, aunque me interese la conversación, no siempre sé cómo aportar algo sin que suene forzado o fuera de lugar. 

Si estoy en una conversación y noto que alguien me mira mientras hablo, siento que me observan demasiado y empiezo a pensar que algo en mi cara o en mi expresión es raro. En mi cabeza, los demás están analizando cada mínimo detalle de lo que digo y cómo lo digo, aunque seguramente no sea así. 

Si alguien me hace una pregunta y tardo en responder, imagino que piensan que soy lenta o torpe. Pero en realidad, mi mente se llena de opciones sobre cómo contestar, como si tuviera que elegir las palabras perfectas antes de hablar. 

Si intento intervenir en una conversación y me interrumpen, me quedo en silencio y asumo que lo que iba a decir no era importante. En mi mente, los demás creen que no tengo nada interesante que aportar. Pero lo cierto es que, muchas veces, simplemente pasa sin mala intención. 

Si salgo a la calle y noto que la gente me mira, creo que algo en mí destaca de forma negativa: mi forma de caminar, mi ropa, mi expresión. Me siento expuesta, como si fuera obvio que estoy incómoda en público. Pero probablemente solo sea mi inseguridad haciéndome ver cosas que nadie más nota. 

Si en una reunión o evento me quedo en un rincón sin acercarme a nadie, pienso  que los demás me ven como un  antisocial o que no quiero estar ahí. Pero lo cierto es que la idea de meterme en un grupo ya formado y empezar a hablar me paraliza. No quiero parecer forzada ni interrumpir, así que prefiero quedarme al margen. 

Si me cruzo con alguien que conozco y no sé si saludar o no, me quedo en una especie de limbo incómodo. Si saludo, temo que la otra persona no me haya reconocido o que parezca demasiado forzado. 

Si no saludo, imagino que piensan que soy borde o que los ignoro a propósito. 


CONCLUSIÓN :
 La imagen que proyectamos debido a la fobia social , no tiene nada que ver con nuestro verdadero yo. Si la gente pudiera entrar en nuestra mente, vería el sufrimiento constante que nos provoca el miedo a ser juzgados de forma negativa. Paradójicamente, en nuestro esfuerzo por causar una buena impresión, nuestras reacciones nos llevan a que a menudo  transmitamos  justo lo contrario. Por eso es tan importante que la fobia social se entienda y se conozca. Detrás de cada gesto incómodo o respuesta evasiva, hay alguien que solo quiere encajar y hacerlo bien. Si los demás pudieran ver nuestro mundo interior, tal vez nos mirarían con más empatía y paciencia. Pero, desde fuera, esta realidad sigue siendo invisible.


Cómo pueden vernos  desde fuera con  fobia social ( I )

martes, 4 de marzo de 2025

Situación: cómo pueden verme. La realidad por dentro con F.S. ( I I I )

 

La fobia social no solo nos hace imaginar cómo nos ven los demás, sino que también moldea nuestra forma de actuar, creando un bucle difícil de romper. A veces, nuestras inseguridades distorsionan la realidad y nos convencemos de que causamos una impresión negativa sin motivo. Pero otras veces, nuestro nerviosismo o evitación pueden llevar a que realmente se nos perciba como pensamos. 


 Aquí dejo siete situaciones en las que pienso como pueden verme 


Si en un grupo no hablo  y sonrío sin decir nada, pienso  que los demás creen que solo finjo interés y que, en realidad, estoy deseando irme. Pero lo cierto es que, aunque me interese la conversación, no siempre sé cómo aportar algo sin que suene forzado o fuera de lugar. 

Si estoy en una conversación y noto que alguien me mira mientras hablo, siento que me observan demasiado y empiezo a pensar que algo en mi cara o en mi expresión es raro. En mi cabeza, los demás están analizando cada mínimo detalle de lo que digo y cómo lo digo. 

Si alguien me hace una pregunta y tardo en responder, imagino que piensan que soy lenta o torpe. Pero en realidad, mi mente se llena de opciones sobre cómo contestar, como si tuviera que elegir las palabras perfectas antes de hablar. 

Si intento intervenir en una conversación y me interrumpen, me quedo en silencio y asumo que lo que iba a decir no era importante. En mi mente, los demás creen que no tengo nada interesante que aportar. 

Si salgo a la calle y noto que la gente me mira, creo que algo en mí destaca de forma negativa: mi forma de caminar, mi ropa, mi expresión. Me siento expuesta, como si fuera obvio que estoy incómoda en público. 

Si en una reunión o evento me quedo en un rincón sin acercarme a nadie, pienso que los demás creen que soy antisocial o que no quiero estar ahí. Pero lo cierto es que la idea de meterme en un grupo ya formado y empezar a hablar me paraliza. No quiero parecer forzada ni interrumpir, así que prefiero quedarme al margen. 

Si me cruzo con alguien que conozco y no sé si saludar o no, me quedo en una especie de limbo incómodo. Si saludo, temo que la otra persona no me haya reconocido o que parezca demasiado forzado. Si no saludo, imagino que piensan que soy borde o que los ignoro a propósito.


lunes, 3 de marzo de 2025

Situación: cómo pueden verme. La realidad por dentro con F.S. ( II )

A veces me pregunto cómo me ven los demás. La fobia social me hace imaginarlo constantemente y de forma negativa . No tengo pruebas de que realmente me perciban así, pero mi mente no deja de analizar cada gesto, cada silencio, cada reacción, como si estuviera bajo un microscopio. 
 Ya hablé de algunas cosas en otra entrada, pero hay más situaciones en las que siento que doy una imagen equivocada, que lo que pasa dentro de mí y lo que los demás ven no coinciden. 


Si me tropiezo o hago algún gesto torpe en público, mi cabeza me dice que todos lo han visto y que ahora parezco ridícula. Me convenzo de que la gente está comentándolo o recordándolo, 

Si alguien me invita a algo y rechazo la invitación, temo que crean que no quiero verlos o que no me interesa su amistad. Pero muchas veces el motivo es que simplemente no tengo la energía mental para enfrentarme a la situación social en ese momento. 

Si alguien hace una broma y no reacciono rápido, pueden verme como una persona   aburrida o sin sentido del humor. Pero la verdad es que, cuando estoy en entornos sociales, mi mente está tan ocupada controlando mi ansiedad que me cuesta reaccionar con naturalidad. 

Si en una conversación alguien dice algo y me quedo en blanco sin saber qué responder, pueden  creer que no entiendo lo que me están diciendo o que no me importa. Pero en realidad, estoy intentando procesar la situación sin que mi ansiedad se note demasiado. 

Si pido algo en una tienda o cafetería y mi voz suena temblorosa, pueden creer o pensar que soy insegura o que algo va mal conmigo. Pero lo cierto es que es solo la ansiedad manifestándose de la forma más molesta posible en el peor momento. 

Si en una videollamada o reunión online no enciendo la cámara, temo que los demás piensen que quiero esconderme o que no tengo interés en participar. Pero en realidad, la idea de verme en la pantalla mientras hablo y notar que los demás también me ven me genera demasiada incomodidad. 

Si noto que alguien me mira mientras habla, me preocupo por si mi expresión no es la adecuada. Pueden  pensar que estoy demasiado seria o que no estoy entendiendo la conversación, cuando en realidad solo estoy tratando de no parecer demasiado nerviosa. 

Si alguien me dice algo y no lo entiendo a la primera, tengo que pedir que lo repitan. En mi cabeza, eso significa que los demás creen que soy despistada o que no presto atención. Pero la verdad es que, cuando estoy ansiosa, ,  no oigo bien lo que dicen   y a veces me cuesta procesarlo
.