INCOMODIDAD Y TRISTEZA : DOS EMOCIONES QUE CONVIVEN EN LA FOBIA SOCIAL
A veces pienso que, si tuviera que describir mi experiencia con la fobia social usando solo dos emociones, elegiría la incomodidad y la tristeza. No porque sean las únicas que experimento, pero sí porque están siempre ahí, como el fondo sobre el que se proyecta todo lo demás.
La incomodidad, por ejemplo, no aparece solo cuando tengo que hablar o salir, sino también en los pequeños gestos cotidianos: al cruzarme con alguien en el pasillo, al no saber si debo saludar, al sentir que mis movimientos pueden estar siendo observados. Es como si mi cuerpo se volviera demasiado visible para mí, demasiado torpe, demasiado presente. Y ese exceso de conciencia me incomoda profundamente, incluso cuando no hay nadie realmente pendiente de mí.
Por eso muchas veces, cuando hablo de fobia social, no hablo tanto de miedo o de pánico (aunque a veces también), sino de ese malestar físico sutil y constante que me acompaña.
Y luego está la tristeza. No la tristeza dramática que se llora con lágrimas, sino una tristeza de fondo, silenciosa, que a veces ni sé de dónde viene. Tal vez es la tristeza de sentir que hay algo dentro de mí que no encaja, que me aleja de los demás incluso cuando quiero estar cerca. Tal vez es la tristeza de haberme perdido tantas cosas por no haber sabido estar, o por haber estado de forma incómoda.
A veces siento que estas dos emociones no solo coexisten, sino que se retroalimentan. La incomodidad me lleva a evitar situaciones, y esa evitación me lleva a la tristeza. La tristeza me hace más vulnerable, y al sentirme vulnerable me incomoda aún más que me miren, que me pregunten, que esperen algo de mí.
Un aspecto importante que muchas veces no se explica con claridad es cómo no solo sentimos las señales de nuestro cuerpo, sino que las interpretamos, y no siempre de forma correcta.
No solo sentimos mal, sino que interpretamos mal. Por ejemplo, un simple temblor o palpitación puede convertirse en la prueba de que “algo va mal”, que “me están viendo” o que “voy a fallar”. No es solo que el cuerpo se active, sino que lo que sentimos lo vivimos como una amenaza directa, y eso lo convierte en angustia.
Y esto no es algo puntual: es constante. Lo que para otras personas puede ser solo un pequeño detalle (como un cruce de miradas, un saludo dudoso, un movimiento torpe) para mí es algo que se agranda, que se vuelve significativo, y sobre todo, incómodo.
Este mecanismo crea un círculo vicioso: cuanto más siento, más lo interpreto mal, y más me angustio. Por eso esa incomodidad que describo no es solo física, sino también emocional y mental.
---------------------------‐-
🔗
El ciclo emocional en la fobia social
La fobia social nos envuelve en un ciclo de emociones que se van encadenando y retroalimentando.
- La vergüenza surge al sentir que no cumplimos con las expectativas sociales.
- De ahí nace la culpa, que nos responsabiliza de nuestra “falla”.
- La culpa provoca tristeza e incomodidad, que minan nuestro ánimo.
- La tristeza genera inseguridad y autoexigencia, intentando evitar el malestar.
- Esta inseguridad alimenta el sentimiento de inferioridad e inadecuación.
- Aparece el miedo, anticipando rechazo o fracaso.
- El miedo provoca ansiedad, activando cuerpo y mente.
- Cuando la ansiedad baja, llega un breve alivio.
- Pero el alivio puede dar paso a la desesperanza, que cuestiona si vale la pena seguir luchando.
Además, estas emociones se conectan de formas complejas:
- La vergüenza también influye directamente en la inseguridad y la sensación de inferioridad.
- La culpa intensifica la tristeza y el miedo.
- La ansiedad y la tristeza se retroalimentan, manteniendo el ciclo activo.
- El alivio es temporal y su contraste con la desesperanza puede hacer que esta última se sienta aún más profunda.
Reconocer este ciclo y sus conexiones es clave para entender la fobia social y comenzar a buscar caminos para romperlo.
PROXINAMENTE INFOGRAFÍAPuedes explorar cada uno según cómo se conectan entre sí amedida que se van publicando