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lunes, 1 de septiembre de 2025

Cierre: Mini-desastres y supervivencia ninja


  • A lo largo de esta sección, hemos visto que sobrevivir a la vida social no es cuestión de talento, sino de estrategia. Tropezones, saludos fallidos, cumplidos imposibles… todo forma parte del entrenamiento.

    Te tropiezas con la silla y dices “¡perdón!” o “¡disculpa!” como si nada 😄

    Dices “hola” y la otra persona no te ve.

    Finges que revisas un mensaje urgente mientras buscas la salida más discreta.

    Te cruzas con alguien que ya saludaste y no sabes si reabrir la conversación o desaparecer.

    Te conviertes en planta, sombra o espía infiltrado según convenga.

    Intentas sonreír en el momento justo, asentir correctamente y mantener la postura perfecta… mientras tu cabeza ya planea la huida.



    Y al final, entre risas, silencios incómodos y escapes estratégicos, aprendes que ser un desastre social con estilo es todo un arte. Porque aunque nadie lo vea, cada interacción es una pequeña victoriao un desastre épico, pero siempre con humor.
    Si alguien te pregunta por qué a veces desapareces, solo sonríe y di: “Entrenamiento ninja nivel experto”. 🥷

     




    Todo este esfuerzo deja su marca: un agotamiento emocional que se va acumulando. En la siguiente entrada, entre secciones , trataré la "vigilancia y coste cognitivo en la fobia social", donde explicaré cómo la vigilancia constante y el esfuerzo mental generan un alto coste cognitivo y emocional en cada interacción social.


    Como adelanto dejo la metáfora del blog que lo explica para mejor entendimiento 

    Encantado de no conocerte: guía exprés para sobrevivir a fiestas y desconocidos


    Introducción 
    Salir de casa y enfrentarte a desconocidos puede ser un deporte de riesgo cuando tienes fobia social. Cada saludo, cada conversación inesperada se siente como un examen sorpresa. Aquí va mi guía exprés de supervivencia social.


    Encantado de no conocerte: guía exprés para sobrevivir a fiestas y desconocidos

    Conocer gente nueva debería estar prohibido. En 0,2 segundos deciden si eres simpática, rara o material para evitar en la próxima cena. La teoría dice: “Sonríe, da la mano, di tu nombre”. La práctica real es: “¿Sonrío demasiado? ¿Muy poco? ¿Y si me suda la mano? ¿Y si digo mi nombre mal?”.

    Una vez casi me presento como “Buenas noches, soy… pánico escénico”. Y otra vez, en un evento, me preguntan “¿Y tú a qué te dedicas?” Respuesta automática de mi cerebro: “A sobrevivir a conversaciones como esta”. Pero claro, no se puede decir. Así que balbuceas, metes una risa incómoda y rezas para que nadie te pida ampliar la información.

    En fiestas, el nivel de dificultad se dispara. Música alta, desconocidos por todos lados, gente que baila… Todo empieza en la puerta: sueltas el tímido “Hola” y ya sientes que te miran. Nota: no. Tu cabeza solo hace drama. Una vez estuve de pie junto a la mesa de comida, tratando de aparentar naturalidad, y alguien me preguntó “¿Conoces a alguien aquí?” Solo pude asentir como un robot averiado.

    Primer obstáculo: ¿dónde colocarte? En medio estorbas, en una esquina pareces sospechosa. Solución: barra libre o mesa de comida. Mano en plato, apariencia de socializar y escudo protector al mismo tiempo. Y si alguien propone bailar… olvídalo: no tienes ganas y además acabas siendo el espectáculo involuntario de la noche.

    Luego llega la pregunta de rigor: “¿Te lo estás pasando bien?” Respuesta automática: “Sí, claro”. Traducción real: “Estoy pensando en desaparecer como Houdini, gracias por preguntar”.

    Consejos exprés:

    1. El escondite perfecto: cerca de la mesa de comida. Socializas y no te expone
    2. Comodín del móvil: revisa la pantalla de vez en cuando. Mejor ocupado que perdido.
    3. Excusa elegante: “voy al baño” o “voy a saludar a alguien” funcionan siempre.
    4. Pregunta comodín: “¿Y cómo conoces al anfitrión?” Funciona en cualquier situación.
    5. Recuerda: nadie te observa tanto como crees. Cada uno está concentrado en su propio desastre.

    Si alguna vez me ves en un evento o fiesta y no te saludo, no es que sea borde. Es que conocerte ya es un deporte de riesgo extremo. Y sí, a veces sobrevivir implica simplemente sentarse con la copa en la mano y esperar que la noche termine.


    domingo, 31 de agosto de 2025


    Introducción

    Dicen que socializar es lo más natural del mundo. Claro, para quien no tiene un sistema nervioso que entra en pánico con solo hacer contacto visual. Para algunas personas, hablar con desconocidos es una oportunidad. Para otras, es como enfrentarse a una entrevista de trabajo sin haber dormido en tres días. Si tú también eres de las que ensaya un “hola” mentalmente diez veces antes de decirlo, este monólogo es para ti.


    Manual rápido para socializar sin morir (de vergüenza)

    Monólogo y consejos de supervivencia para encuentros sociales imposibles

    Hay un momento mágico en toda conversación incómoda, ese en el que alguien te suelta: “Cambia tu manera de socializar”. Y es como si te pidieran aprender a volar usando una cuchara y una tostadora. Porque socializar no es enchufar un aparato: no hay botón que transforme tus frases en chispeantes ni tus silencios en momentos épicos. Cada intento es como probar una receta inventada: a veces sabe raro, otras veces directamente explota en la cara de todos.

    Lo más surrealista es cuando te dicen esto justo mientras estás haciendo malabares para que tu comentario suene inteligente, tu risa parezca natural y tu cabeza no piense en mil formas de actuar normal. Como si no supieras ya que la mayoría de las veces tu cerebro decide lanzar confeti imaginario sobre tus meteduras de pata.

    Es como pedirle a un 🐧 pingüino que conduzca un coche de Fórmula 1: puede que sea adorable, pero el resultado será… caótico. Así que la próxima vez que alguien me diga “cambia tu manera de socializar”, sonrío, asiento y pienso: “Perfecto. Voy a improvisar mi número de circo personal: malabarismos verbales, acrobacias de sonrisa y, de bonus, el show de mímica de ‘no entiendo nada pero finjo que sí’”.

    Manual de supervivencia express 📝

    • 🕵️‍♀️ Llevar siempre un repertorio de excusas rápidas: útil para escapar o ganar tiempo.
    • 😅 Sonreír aunque no tengas idea de lo que pasa: funciona como escudo universal..
    • 🤯 Tu cerebro puede hacer cosas raras, pero tu cara no tiene por qué notarlo.
    • 🎭 Actúa como un actor: aparenta normalidad aunque sea un caos.
    • ✨ Cada desastre social es combustible para historias mejores que las conversaciones “normales”.
    • 📱 Comodín del móvil: mirar la pantalla de vez en cuando da sensación de ocupado y evita presión.
    • 🚪 Excusa elegante: “voy al baño” o “voy a saludar a alguien” siempre funciona.
    • 👀 Recuerda: la mayoría de la gente está concentrada en su propio desastre, no en ti.
    • 🍽️ Escoge tu escondite estratégico: cerca de la comida o la barra, socializas sin exponerte demasiado.
    • 🎵 Música de fondo: úsala a tu favor para cubrir silencios incómodos y ganar confianza.

    Vida secreta de un fobico


    Introducción

    ¿Quién dijo que la vida cotidiana era sencilla? Para un fóbico social, hasta saludar a un vecino puede sentirse como protagonizar una película de acción: cada mirada es un examen sorpresa y cada conversación trivial, una misión imposible. Si alguna vez te has sentido observado, juzgado o a punto de cometer un desastre invisible, prepárate para adentrarte en la vida secreta de quienes sobreviven a diario a su propio apocalipsis social, con humor y un poquito de ironía



    La vida secreta de un fóbico social 

    ¿Quién dijo que relacionarse con otras personas era algo normal? Para un fóbico social, cada encuentro es un mini-apocalipsis y cada mirada ajena un examen sorpresa de torpeza social.

    Entrar en una habitación llena de gente es un deporte extremo: intentas pasar desapercibido, calcular quién habla primero y, de paso, no derramar la bebida que llevas en la mano. Todo al mismo tiempo.

    Cosas que solo saben los fóbicos sociales:

    • Planear mentalmente cada interacción, incluso la más trivial, como si prepararas un guion para una película de acción.
    • Elegir la silla o el lugar más alejado, como si fueras a esconderte de una persecución internacional.
    • Imaginar las 50 formas posibles de meter la pata antes de decir “hola”.
    • Tensar los hombros para parecer confiado mientras por dentro estás congelado.
    • Tener listas excusas creativas para huir de cualquier plan social que se presente de repente.
    • Analizar cada interacción después de que ocurrió, como si fueras un detective de tu propia vergüenza.
    • Celebrar victorias invisibles: lograr decir algo sin sentir que el mundo se te viene encima.

    Las conversaciones son minas escondidas: cada frase pasa por un escáner de seguridad más estricto que el de un aeropuerto en plena crisis. ¿Y si digo algo ridículo? Mejor quedarse callado y que piensen que eres misterioso.

    Y lo mejor de todo: “Tienes que salir más, socializar, hacer amigos”. Claro, porque es tan fácil como darle al botón de encender la cafetera. Para un fóbico social, salir es como escalar el Everest sin cuerda ni oxígeno.

    La vida secreta de un fóbico social es un juego de supervivencia contra un mundo empeñado en que seas “más sociable”. Nota : el silencio es tu escudo, y la invisibilidad, tu superpoder.


    Lenguaje corporal


    El ritual de revisar el lenguaje corporal para asegurarse de que no se está enviando señales de debilidad

     1. La postura perfecta 🤖

    Cada vez que entro en una conversación, comienza el ritual. Evalúo mi postura: ¿estoy erguida? ¿Demasiado rígida? ¿Parezco alerta o como si hubiera entrado en modo robot? Luego vienen las manos: ¿las cruzo, las dejo colgando o en los bolsillos? Cada opción parece enviar un mensaje diferente. No quiero que nadie interprete “débil” lo que en realidad es solo miedo a equivocarme… o a parecer un espantapájaros.

     2. La cara y la mirada 😬

    Mientras hablo, reviso mi expresión facial:

    • ¿Sonrío demasiado y parezco robot feliz? 🤖
    • ¿Sonrío demasiado poco y parezco villano de película? 😈
    • ¿Mi mirada es firme o huidiza? ¿Transmite calma o terror silencioso? 😳

    Todo se analiza como un examen de la NASA. Y mientras hago esto, pienso: “Seguro que ya notaron mis movimientos secretos y mi plan maestro de control facial”.

     3. La distancia y los gestos ↔️

    Analizo la distancia: ¿demasiado cerca o lejos? Cada paso es un campo minado de interpretaciones. Mis gestos también pasan por revisión: ¿levanto la ceja? ¿Muevo la cabeza demasiado? ¿Parecerá que estoy de acuerdo o que estoy tramando un golpe secreto? Todo esto mientras intento hablar “normal” y no parecer que hago malabares con mi propio cuerpo.

     4. Reuniones de grupo 👥

    • Observo quién me mira, quién sonríe, quién parece amigable y quién juzga. 👀
    • Si alguien se inclina hacia mí, ¿es cercanía o amenaza mortal? ⚠️
    • Si alguien cruza los brazos, ¿está incómodo o planea acusarme de cualquier error social? 🤨

    Todo es un código secreto que debo descifrar mientras finjo una sonrisa que no traicione mi caos interno. 😅

     5. Saludos y primeras impresiones ✋

    Dar la mano, un simple “hola” o un abrazo puede ser un campo minado. Mi mente calcula:

    • Fuerza de la mano: ni floja ni como si quisiera quebrar la suya. 💪
    • Inclinación de la cabeza: ni muy seria ni como si quisiera besar el suelo. 🙃
    • Tiempo de la mirada: suficiente para parecer atenta, pero sin obsesionarme con cada parpadeo. 👁️

    Todo esto mientras pienso: “Si me equivoco, habré arruinado mi reputación social para los próximos cinco años”. 😬

    Día a día 6. Escenas del día a día ☕🛒🛗

    Los cafés, tiendas y ascensores son niveles extra de dificultad:

    • En un café: pido algo y calculo la posición de los brazos y la inclinación del cuerpo. Cada sorbo es un acto de equilibrio social: ni demasiado rápido, ni demasiado lento, ni como si quisiera desaparecer entre las migas de galleta. ☕
    • En tiendas: colas, miradas ajenas y gestos mínimos se convierten en un examen silencioso. ¿Me estoy adelantando? ¿Demasiado atrás? ¿Pareceré impaciente o desesperada por aprobación? 🛒
    • Ascensores o llamadas rápidas: cada inclinación de cabeza, cambio de peso o mirada se analiza para no parecer tensa ni que estoy tramando un plan secreto digno de película de espías. 🛗

    Silencio 7. Los silencios ⏱️

    Cada pausa en la conversación es un examen de conciencia: ¿demasiado larga o corta? ¿Qué estará pensando la otra persona? Mantener el equilibrio perfecto entre interés y naturalidad se vuelve agotador. 😶

     8. La conclusión 😅

    Al final, después de este desfile mental interminable, hablo. Tal vez torpe, tal vez ensayada, pero con la esperanza de que nadie note mis señales de debilidad. Es ridículo y agotador, pero mientras nadie vea mis movimientos internos, siento que gano la batalla del lenguaje corporal… hasta la siguiente conversación. 💪

    Así, cada interacción social se convierte en un manual secreto de posturas, gestos y miradas, donde lo importante no es lo que digo, sino lo que “no se nota” que siento. Y mientras nadie descubra mi plan maestro de supervivencia social, puedo seguir adelante… con café en mano y sonrisa fingida, lista para cualquier desastre que venga. ☕😬



    Instrucciones de uso para hablar conmigo

    Si de verdad quieres hablar conmigo, deberías saber que no vengo sola: traigo manual de instrucciones. No es que yo lo pidiera, es que la fobia social lo instala de fábrica.

    Modo saludo

    Funciona así: me ves, yo te veo, y arranca el sistema. Resultado: sonrisa incómoda, mirada perdida y un “hola” que suena como si lo hubiera grabado un robot de atención al cliente. Duración máxima: cinco segundos. Después me bloqueo y ya es tarde para reiniciar.

    Modo conversación

    Aquí las reglas son claras: frases cortas, asentir mucho y reír en lugares aleatorios, aunque no haya entendido la broma. Si me preguntas algo demasiado personal, el sistema se congela y muestra el mensaje: “esta persona no responde, inténtelo más tarde”.

    Modo grupo

    Ideal para eventos, fiestas o cualquier lugar donde se reúnan más de tres humanos. Mi estrategia es pasar desapercibida. Me convierto en parte del mobiliario: planta, perchero, sombra en la pared. Si me hablas, igual contesto… pero también puede que me apague de golpe.

    Modo preguntas incómodas

    Ejemplo: “¿por qué estás tan callada?”. Aquí no hay solución posible. El sistema entra en bucle, se me queda cara de error y lo único que pienso es: “ojalá pudiera ser invisible”.

    Modo huida

    Siempre disponible. Salir al baño, revisar el móvil o inventar una excusa para marcharme antes. Lo bueno: nunca falla. Lo malo: no incluye actualización para volver a entrar sin parecer sospechosa.

    En resumen: hablar conmigo es como usar un aparato delicado. No hay garantía, las instrucciones no siempre funcionan y, sobre todo, no admito devoluciones.

    .


    INTRODUCCIÓN

    Hay cosas que sabes hacer sin pensar: escribir, abrir una botella, pagar con tarjeta… hasta que alguien te mira. Entonces, tu cerebro dice “suerte con eso” y te deja solo ante el peligro. Porque cuando tienes fobia social, basta con sentirte observado para perder todas tus habilidades básicas. Da igual lo que estés haciendo. En cuanto hay público, entras en modo torpe.

    MONÓLOGO

    Cuando alguien te mira mientras haces algo (y se te olvida cómo se hace)

    Estás haciendo algo simple. Muy simple. Tipo escribir en un papel. Todo va bien… hasta que notas una mirada.

    Alguien te está observando. No con mala intención. Solo… mirando. Y en ese momento, entras en pánico silencioso.

    —¿Estoy sujetando bien el boli? ¿Así escribe la gente normal? ¿Por qué mi mano parece de goma?

    Intentas seguir como si nada, pero ya no controlas nada. De repente te fijas en cada trazo, en cada movimiento, y todo se vuelve raro. Empiezas a escribir más lento. O más rápido. O simplemente mal.

    O estás pagando. Vas a meter el pin en la máquina. —Vale, cuatro números, sin equivocarme, sin temblar, sin parecer una señora de 97 años aprendiendo tecnología.

    Y entonces se te cae la tarjeta. O pulsas mal. O metes el pin en el lector de contacto. O intentas pagar con el DNI. Todo vale.

    O estás abriendo una botella de agua. Algo tan básico que podrías hacerlo dormido. Pero claro, hay alguien mirando. —¿Giro en sentido horario o antihorario? ¿Por qué esta tapa no se abre? ¿Y si explota?

    Todo se vuelve difícil. Tu cuerpo no responde con naturalidad. Pareces una persona imitando a otra persona que intenta parecer natural. Y lo peor es que lo sabes. Y eso te pone aún más nervioso.

    Cuando por fin acabas la tarea, respiras. Como si hubieras hecho una prueba de habilidad bajo presión. Nota: nadie te estaba evaluando. Pero tu cabeza sí.

    Resumen: Cuando tienes fobia social, no es que no sepas hacer las cosas. Es que, si alguien te mira mientras las haces, dejas de saber. Como por arte de magia. Pero al revés.

    viernes, 29 de agosto de 2025

    El arte del disimulo en la fobia social: técnicas básicas para sobrevivir



     DOS MONÓLOGOS :

    INTRODUCCIÓN :

    ¿Quién dijo que la fobia social era solo quedarse callado? No, no. Aquí hay todo un arsenal de técnicas para parecer que estás presente sin que se note que en realidad estás pensando en mil cosas menos en la conversación.

    Desde fingir que escuchas (aunque tu cabeza esté de viaje) hasta aparentar interés (cuando lo único que quieres es que te dejen en paz), estas estrategias son el kit de supervivencia que usamos para no acabar huyendo o diciendo alguna burrada.

    En esta entrada te dejo dos monólogos para reírte de esas maniobras maestras que todos dominamos y que, seamos sinceros, a veces son la única forma de sobrevivir a las charlas sociales



    1. El arte de fingir que estás escuchando cuando en realidad estás pensando en otra cosa 👂

    Escuchar es fácil… cuando te importa. El problema es cuando no te importa nada, pero tienes que aparentar que sí. Ahí entra el noble arte de fingir que escuchas.

    • Modo loro 🦜: asentir cada cierto tiempo y soltar un "sí", "claro" o "totalmente".
    • Micro-eco 🔊: repetir la última palabra de la otra persona con tono reflexivo.
      Ejemplo: — "Y entonces mi jefe me dijo que tenía que cambiar el informe…"
      — "El informe sí…" (mirada profunda).
    • Modo automático 🤖: contacto visual mientras tu cerebro repasa la lista de la compra o planea cómo salir sin parecer grosero.

    Fingir que escuchas no es ser falso: es cortesía social mezclada con autoprotección mental.



     2. El arte de fingir interés en la vida de los demás para evitar conversaciones incómodas 👀

    • Lanzamiento de preguntas abiertas ❓: "¿Y qué pasó después?", "¿Y eso cómo   ocurrió?", "¿Y entonces?".
    • Efecto periodista 📰: inclina la cabeza, frunce el ceño y asiente como si tomaras nota mental.
    • Silencio expectante ⏱️: callar y mirar con atención para que la otra persona siga hablando.

    La magia: sales de la conversación sin revelar nada personal y la otra persona piensa que eres un gran oyente. Nota: no lo eres, solo estás sobreviviendo.

     Epílogo: la verdad del disimulo 📝

    El disimulo en la fobia social no es engaño, es autopreservación.

    No es que no queramos hablar… es que preferimos que la batería se gaste en cosas más importantes.

    jueves, 28 de agosto de 2025

    INTRODUCCIÓN

    Hay muchas situaciones incómodas en la vida. Pero pocas tan universalmente humillantes como despedirte de alguien… y darte cuenta de que vais al mismo sitio. Para la mayoría es solo un momento tonto. Para quienes tenemos fobia social, es una especie de cortocircuito mental. Porque ya habías dicho adiós. Ya habías gastado tu energía social. Ya te habías quitado la “cara de persona”. ¿Y ahora qué?

    MONÓLOGO

    Despedirse... y seguir caminando juntos: el final que nadie pidió



    Acaba una conversación. Todo ha salido más o menos bien. Has sido cordial, has sonreído en el momento justo y no has dicho ninguna barbaridad (crees). Así que, con elegancia social, cierras el encuentro:
    —Bueno, pues nada, ¡nos vemos!

    Os despedís. Un gesto con la mano, una sonrisa de cierre.
    Das un paso. Ella también.
    Segundo paso. Ella también.
    Y ahí lo ves:
    vais en la misma dirección.

    Terror.

    Porque la despedida era el final. El cierre oficial. Pero resulta que la vida ha decidido que no, que hay una escena extra. Y tú no estabas preparada.

    Empieza el caos mental:
    —¿Tengo que hablar otra vez? ¿Reabrimos conversación? ¿O camino en silencio como si fuéramos dos desconocidas que casualmente coinciden?

    El silencio se vuelve denso. Te ríes por compromiso. Ella también. Intentas soltar alguna frase casual tipo:
    —Jajaja, qué casualidad, ¿eh?
    Pero suena rarísimo. Porque ya habíais hablado antes. ¿Ahora qué más puedes decir?

    La caminata se convierte en una coreografía incómoda.

    • Tú aceleras un poco para separarte.
    • Ella también acelera.
    • Tú finges que miras el móvil.
    • Ella también.

    Al final acabas diciendo algo como:
    —Bueno, ahora sí que sí. Me desvío por aquí.
    Aunque no te desvías. Pero haces como que sí. Te paras, finges que te interesa una papelera, un escaparate, una grieta en el suelo… Lo que sea para justificar que no estás caminando al lado de una persona con la que ya cerraste el ciclo social hace 15 segundos.

    Resumen:
    Despedirte de alguien y seguir caminando juntos es como ver los créditos de una película y que de repente empiece otra escena. Pero ya habías apagado el cerebro. Y la cara. Y las ganas.

    miércoles, 27 de agosto de 2025


    INTRODUCCIÓN 

    Recibir un cumplido debería ser un momento agradable, ¿no? Pues no para mí. Para mí es un ejercicio de supervivencia emocional con riesgo de colapso.

    Te sueltan un “qué guapa estás” y mi cerebro se apaga. Empiezo a buscar la reacción adecuada, pero es como si todas las opciones fueran un virus informático


    MONÓLOGO

    Reaccionar a un cumplido sin parecer un robot averiado


    ¿Digo “gracias” con voz normal? ¿Sonrío mucho? ¿Miro al suelo? ¿Hago un gesto raro con la mano? ¿O simplemente salgo corriendo y hago como que no he escuchado nada?

    Y mientras intento decidir, el tiempo se detiene y siento que todos los ojos están clavados en mí, esperando una respuesta que no sé dar.

    Pero lo peor no es eso. Es cuando el cumplido viene con segundas intenciones o en momentos raros. Tipo: “Qué guapa estás… para ser tú” (¿eso es un cumplido o una broma que no entiendo?).¿Qué significa  que normalmente no lo soy? 

    ¿ O que hoy hice un milagro?

    También están los cumplidos con pregunta: “Qué guapa estás, ¿te has cortado el pelo?”. Ahí ya tengo que procesar dos cosas al mismo tiempo: el cumplido y la pregunta, mientras por dentro pienso “sí, me lo corté… pero, ¿qué tiene que ver una cosa con la otra?”.

    Y ni hablemos de cuando el cumplido es sobre algo que ni sabía que podía recibir cumplidos: “Qué bien hablas” o “Qué lista eres”. Yo me quedo en plan: “¿Esto… cuenta como cumplido? ¿O es una auditoría?”.

    Al final, termino tartamudeando un “gracias” que suena más a error de software que a gratitud. Y si no tengo cuidado, me sale una sonrisa tan falsa que ni yo me la creo.

    Sé que debería aprender a aceptarlos mejor, pero cuando tienes fobia social, esas pequeñas cosas se convierten en un universo de inseguridades y dudas.

    Así que, la próxima vez que me digas “qué guapa estás”, prepárate para una respuesta que puede variar entre un “gracias” raro, un silencio incómodo o una fuga rápida digna de récord olímpico.

    Y ahora dime: ¿a ti también te pasa o solo soy yo? Porque si no, tendré que seguir practicando mi cara de robot feliz.


    jueves, 21 de agosto de 2025

    INTRODUCCÓN

    El ascensor parece un simple medio de transporte: subes, bajas y listo. Pero para alguien con fobia social, esos segundos pueden convertirse en una prueba de resistencia. No hay escapatoria posible: espacio reducido, silencio forzado y personas demasiado cerca. En cuestión de segundos tu cabeza empieza a calcular dónde mirar, cómo colocarte y qué hacer con las manos. Incluso el gesto más mínimo ,como decir a qué piso vas, puede sentirse como si todo el ascensor estuviera evaluando tu actuación.

    Lo que para la mayoría son unos instantes sin importancia, para mí se convierte en una situación de alerta total. No se trata de exagerar, sino de cómo funciona la ansiedad social: cada mirada, cada movimiento o cada palabra adquiere un peso que no debería tener. Y mientras dura el trayecto, solo pienso en una cosa: que se abran de una vez las puertas



    Monólogo práctico: sobrevivir a un ascensor lleno

    El ascensor es el laboratorio social perfecto: espacio mínimo, personas pegadas y cero instrucciones claras. Entras, giras medio cuerpo para no rozar a nadie y ya estás calculando ángulos como si fueras ingeniera en obras públicas.

    Primer dilema: ¿A qué piso vas? Dices el número tan bajito que el botón no se entera. Lo repites y ya es demasiado alto. Bienvenidos al karaoke del pánico.

    Luego llega el silencio ascensoril. Todo el mundo mira los números como si fueran fuegos artificiales. Tú dudas: ¿miro al suelo, al espejo, al techo? Solución oficial: observar el panel con cara de analista financiero.

    Peor aún es cuando alguien suelta el clásico “¿Bajas?” y te bloqueas porque bajabas, pero ahora ya no lo sabes. Y si suena un móvil… todos averiguan de repente que el altavoz del mundo existe.

    Consejos exprés para sobrevivir a un ascensor

    • Posición neutra: de lado, medio paso atrás si puedes. Brazos pegados y mirada al panel. Postura “pasajero profesional”.
    • Botón claro y al grano: di el piso en una frase corta: “Al 4, por favor”. No hace falta explicar tu vida.
    • Regla del ángulo: si hay espejo, mira tu propio reflejo o la línea de las puertas. Evita cruzar miradas por accidente.
    • Respira en 4-4: cuatro cuentas al inhalar, cuatro al exhalar. Nadie lo nota y baja la alarma interna.
    • Salida eficiente: cuando se abra, di “con permiso” y avanza. No pidas perdón por existir.

    martes, 19 de agosto de 2025

    Introducción

    Entrar en una tienda solo a mirar para muchas personas es lo más normal del mundo. Entras, curioseas, te vas. Fin. Para otras, es una misión suicida. Entras con ansiedad, te mueves con culpa y sales sintiéndote sospechosa de robo aunque no hayas tocado nada.

    Estar en una tienda sin comprar nada. Sospechosa oficial


    Entrar en una tienda sin intención de comprar ya es de por sí estresante. Pero cuando tienes fobia social, se convierte en una experiencia de alto voltaje.

    Desde el primer paso ya sientes que tienes que justificar tu presencia. Como si estuvieras entrando en una propiedad privada sin permiso.

    Y por supuesto, ahí están: los dependientes. Que no tienen la culpa de nada, pero tú los percibes como agentes encubiertos del FBI.
    —“¿Puedo ayudarte en algo?”
    No, gracias. Solo vengo a mirar.
    Y mientras lo dices, ya estás convencida de que suena a excusa de ladrona profesional.

    Miras las estanterías como si fueras a hacer una tesis sobre ellas. Coges algo y lo vuelves a dejar, con miedo de parecer demasiado interesada o muy poco. La presión es absurda.
    ¿Y si se piensan que estoy aquí para robar? ¿Y si estoy aquí desde hace tanto que ya me consideran parte del mobiliario?

    Cuando por fin decides salir, viene lo peor.
    Cruzar la puerta sin bolsa. Sin ticket. Sin nada.
    Pones tu mejor cara de “soy inocente”, caminas a ritmo normal (ni muy rápido ni muy lento, que parece fuga), y rezas para que no salte una alarma inexistente.

    Una vez fuera, suspiras. Has sobrevivido. No te han detenido. No te han acusado. Pero aún así te vas con la sensación de haber hecho algo mal.
    Tu único delito: mirar camisetas durante cinco minutos sin comprar nada.
    Culpable.

    sábado, 16 de agosto de 2025

    Introducción

    Entrar en un sitio lleno de gente debería ser tan fácil como abrir la puerta. Pero para quienes tienen fobia social, es como ser la estrella de un reality show con cámaras invisibles, solo que sin premio final y con mucha más vergüenza. La paranoia de que todos te están mirando puede convertir algo sencillo en un drama con banda sonora mental incluida. Este monólogo se ríe de esa locura interna que nos acompaña cuando pisamos cualquier lugar público.


    Monólogo: ¿Por qué me miran todos? (Y no, no lo hacen)
    Entrar a una sala llena de gente. Fácil, ¿no? Tú abres la puerta, pasas y ya. Pero en mi cabeza es otro plan. En mi cabeza, se activa el “modo escaparate”. Todos me están mirando. No es que me hayan visto de reojo. No. Me están analizando como si acabara de salir vestida de lechuga por accidente. Y todo mientras intento avanzar con dignidad, como si no llevara la paranoia pegada a la frente.

    Lo peor es que no están haciendo nada especial. Están a lo suyo: comiendo, hablando, mirando el móvil. Pero para mí, todo eso es una tapadera. En realidad, sus ojos periféricos están entrenados para detectar mi torpeza social en HD. Una risa baja por ahí y ya pienso: “¿se están riendo de mí? ¿Qué he hecho? ¿Camino raro? ¿Tengo algo en la cara? ¿He abierto la puerta al revés?” Todo es posible.

    Y claro, tú intentas disimular. Caminas con naturalidad... o lo que tú entiendes por naturalidad: una mezcla entre robot educado y figurante de serie que no quiere molestar. A medio camino te entra la duda existencial: ¿me siento ya? ¿Espero a alguien? ¿Pido algo? ¿Me voy por donde he venido?

    Pero lo peor no es lo que piensas. Es que sabes que estás exagerando. Lo sabes. Sabes que a nadie le importa tu entrada triunfal, que probablemente ni te han mirado. Pero eso no calma nada. Porque la lógica no le gana nunca a la fobia social. Esto va de instinto, no de argumentos.

    Así que sí, entrar en un sitio puede parecer un gesto sin importancia. Pero desde este lado, es como pasar por una alfombra roja imaginaria. Solo que en vez de flashes hay ansiedad, y en lugar de periodistas, tu mente diciendo: “todo el mundo te está mirando”.


    jueves, 14 de agosto de 2025

    INTRODUCCIÓN

    Poner límites debería ser fácil. Pero con fobia social, decir que no se siente como provocar un conflicto. Es una lucha contra el miedo, la duda y la culpa. Así que acabas diciendo que sí… solo para no tener que justificar por qué no quieres ir a una barbacoa. Y ya me parece lo suficientemente social como para  querer mudarme a otro país.

    MONÓLOGO

    DECIR NO

    MONÓLOGO

    DECIR NO

    Decir que no debería ser lo más simple del mundo. Pero para mí, es como si me pidieran hacer malabares con cuchillos mientras camino sobre cristales rotos.

    Cuando alguien me invita a algo, mi cerebro entra en modo caos: “¿Y si se enfadan?” “¿Y si me dejan de hablar?” “¿Y si parezco una borde antisocial?” Y ahí ya he perdido la batalla antes de abrir la boca.

    Así que suelo decir que sí, aunque quiera gritar que no. Porque decir que no es un arte que nadie te enseña. Nadie explica cómo poner límites sin sentir que estás rompiendo algo.

    Y luego está el momento post-no: ese remordimiento que llega cuando piensas “¿De verdad debía decir que no?”, como si hubiera cometido un error.

    Lo peor es que la gente celebra cuando dices que sí, pero se sorprende cuando dices que no, como si fuera un hechizo oscuro.

    ¿Y qué pasa si intentas explicarlo? A veces me lanzo y digo algo tipo: “No puedo, tengo cosas”. Sin más. Ni yo sé qué cosas, pero suena a que algo importante hay. Y ahí estoy, sintiéndome culpable por no querer ir… a algo que no quiero hacer.

    En serio, decir que no debería venir con un manual, un curso intensivo y un aplauso al final.


    miércoles, 6 de agosto de 2025

    Participar en una conversación en grupo: el arte de estar y no estar


    INTRODUCCIÓN

    Hay quien entra en una conversación de grupo como si fuera una piscina: se lanza, chapotea, nada y hasta hace volteretas. Y luego estamos los demás. Los que nos quedamos en el borde, dudando, con cara de “¿me meto o mejor finjo que estoy interesadísima en este azulejo?”. Hablar en grupo no es solo hablar. Es medir tiempos, ritmos, interrupciones. Es un deporte que se entrena. O se sufre.

    Participar en una conversación en grupo: el arte de estar y no estar


    Estás en un grupo. Todos hablan, ríen, se interrumpen con la seguridad de quien nació en una sobremesa familiar ruidosa. Comentan algo que tú también has vivido. Y piensas:
    "Vale. Este es mi momento. Tengo anécdota. Estoy lista."

    Empiezas a preparar la frase:
    —Voy a decir que a mí también me pasó. Pero sin parecer intensa. Ni exagerada. Ni como una que lleva ensayándolo desde que llegó. Normal. Natural. Casual. Muy bien.

    Y justo cuando vas a abrir la boca...
    ZAS. Cambio de tema. Otra vez.

    Pero tú ya habías hecho el gesto. Has abierto la boca. Te has inclinado un poco. Y ahora toca fingir que solo ibas a bostezar o que te acabas de acordar de que tienes boca. El clásico “abro-cierro como si nada” de la fobia social. Nivel ninja.

    Y mientras haces eso, por dentro estás celebrando una reunión de emergencia contigo misma:
    —¿Reformulo? ¿Hablo más alto? ¿Mejor no digo nada nunca más en la vida y aprendo a comunicarme por señales de humo?

    Y cuando por fin te decides, ¡milagro! Vuelven al tema.
    Tu oportunidad ha resucitado. ¡Ahora o nunca!
    Suelta la frase. Sale. ¡Ha salido!

    Pero nadie la oye. Porque justo en ese segundo alguien estornuda, o ríe, o tose, o tose mientras ríe estornudando, lo que sea.
    Tu frase se va flotando al cielo como un globo de helio sin público.

    Y tú ahí, sonriendo como si solo estuvieras estirando los labios por deporte. Mientras piensas:
    —Muy bien. Has hecho el ridículo en HD. En Dolby Surround. En versión extendida.

    Y lo sabes. Porque ya estás repasando mentalmente la escena como si fueras analista del VAR:
    —Has hablado flojo. Has interrumpido. Has tardado. Has fracasado. Y además tu voz ha sonado rara.
    (Y eso que solo has dicho cuatro palabras.)

    Probablemente nadie se ha dado cuenta. Pero tú ya has escrito tres capítulos de autocrítica y vas por el epílogo.
    Y lo peor es que aún estás en el grupo. Aún puedes hablar. Pero ya has usado toda tu energía social intentando decir una frase.
    Queda claro: hablar en grupo no es improvisación. Es estrategia militar.

    Resumen:
    Participar en una conversación en grupo cuando tienes fobia social es como intentar subirte a un tren en marcha. O lo pillas a la primera, o te quedas en el andén fingiendo que no ibas a cogerlo.


    Quedarte a solas con alguien y no saber si hay que hablar


     ¿Hay que hablar o mejor callar?

    Se cierra la puerta. Quedamos solos. La otra persona se acomoda en la silla. Yo empiezo a sudar. No por el calor, sino porque esto activa el modo “incomodidad máxima”. ¿Qué se hace en estos casos? ¿Se habla? ¿Se espera? ¿Se mira al infinito?

    Hay que hablar? ¿O es mejor quedarse callada para no incomodar? Porque el silencio puede ser incómodo... pero abrir la boca también. Empiezo a pensar temas: el tiempo, lo que sea. Pero todo me suena forzado incluso antes de decirlo.

    Y entonces, lo peor: contacto visual. Esa mirada de “bueno, ¿y ahora qué?”. En mi cabeza suena una alarma. ¿Digo algo o finjo que estoy muy concentrada en mirar al vacío?

    Si saco un tema, me da miedo que la conversación muera a los 10 segundos. “¿Qué tal el día?” “Bien.” Punto. Y ya está. La angustia aumenta y empiezo a pensar que debería haber fingido una llamada de urgencia o irme al baño.

    Y si la otra persona tampoco dice nada, entramos en ese limbo social donde ambos nos hacemos los interesados en cualquier cosa: una pared, una planta, una mota de polvo.

    Lo más ridículo es que desde fuera parece algo mínimo, pero por dentro estoy haciendo malabares mentales para parecer tranquila y normal. Y no lo estoy.

    Y luego llega el clásico: “¿Por qué estás tan callada?” Que encima te lo dicen como si no te hubieras dado cuenta. Ahí ya solo me queda sonreír y decir: “No, nada, estoy bien”. Y por dentro estoy gritando.

    jueves, 31 de julio de 2025



    Cuando tu cerebro se va de vacaciones justo en medio de la conversación

    Ahí estás, hablando con alguien. Todo va bien. De repente, plof. Tu cerebro decide desconectarse. No porque estés cansada, ni distraída, sino porque parece que tiene su propio plan de sabotaje.

    Olvidas la palabra más sencilla, tartamudeas, haces pausas incómodas que parecen horas. Intentas pensar rápido, pero es como si tu cabeza se hubiera puesto en huelga sin avisar.

    La otra persona te mira con una mezcla de paciencia y sorpresa, mientras tú empiezas a sudar frío, deseando que el suelo se abra y te trague.

    Intentas retomar el hilo, pero tu mente sigue en modo avión. Te preguntas si han notado que estás a punto de estallar en nervios o si piensan que eres un bicho raro.

    Después, cuando la conversación termina, viene el tormento: repasar cada palabra, cada pausa, cada error, como si fueras un mal estudiante castigado.

    “¿Por qué no fui capaz de seguir hablando normal? ¿Por qué tuve que ponerme tan nerviosa? ¿Por qué ahora me siento agotada y con ganas de desaparecer?”

    Y lo peor es que, aunque la mayoría no se dio cuenta, tú viviste un desastre interno épico, una tormenta que nadie vio pero que te dejó hecha polvo.

    domingo, 27 de julio de 2025

    El club secreto de los tímidos anónimos



    El club secreto de los tímidos (alias Fóbicos sociales ) anónimos

    Bienvenidos al club más exclusivo que no existe... porque, claro, nadie quiere que se sepa que estás aquí.

    Reglas del club:

    1. No hablar del club (porque no hablamos mucho en general).
      La discreción es clave. Que te vean callado es normal, pero que te pillen organizando un club para tímidos… eso sí que da vértigo.
    2. Entradas solo con excusas válidas.
      ¿Vienes a la reunión? Mejor que sea porque “tengo que devolver un libro” o “mi gato está enfermo”. Lo típico de siempre para no levantar sospechas.
    3. Saludo con mirada esquiva.
      Nada de abrazos ni apretones de mano. Aquí saludamos con una ligera inclinación de cabeza y mirada al suelo, para mantener la coherencia.
    4. Terapia de grupo: silencio incómodo garantizado.
      Compartir es importante, pero las palabras sobran. Un par de murmullos y mucho lenguaje corporal. El que más hable, paga una ronda… de aire.
    5. Código secreto: “¿Quieres un café?” = “¿Quieres que nos evitemos un rato?”
      Los cafés se usan para romper el hielo sin hablar demasiado. Si alguien dice “¿café?”, sabes que es hora de un escape sutil.
    6. Vestimenta oficial: ropa cómoda y que no llame la atención.
      Nada de colores estridentes ni prendas que griten “mírame”. Aquí ganan los tonos neutros y las sudaderas con capucha.
    7. Actividades favoritas: evitar eventos, inventar excusas, revisar el móvil sin razón y practicar el “no te he oído bien, ¿puedes repetir?” en bucle.

    Si alguna vez te sientes identificado, tranquila. No estás solo, y este club, aunque secreto, te entiende.

    Más reglas no oficiales (pero igual de sagradas)

    1. El “modo ninja” es obligatorio cuando alguien te señala para hablar.
      Desaparecer en el acto o fundirte con la pared es el talento más valorado. Quien no lo domina, no es miembro real.
    2. Reuniones en lugares con muchas salidas.
      Si el lugar no tiene mínimo tres puertas para una fuga rápida, no cuenta. Seguridad ante todo.
    3. La técnica del “me muerdo la lengua” para evitar decir lo primero que piensas.
      Imprescindible para no meter la pata. Spoiler: no siempre funciona, pero nadie se rinde.
    4. Competición secreta: quién hace el silencio más largo sin parecer raro.
      Un clásico que nunca pasa de moda. El ganador tiene derecho a no hablar hasta la próxima reunión.
    5. El arte de sonreír sin que se note que estás nervioso.
      Nivel avanzado: sonrisa pequeña, mirada hacia abajo y respiración controlada. Es la contraseña para sobrevivir.