COMPARTIR

jueves, 14 de agosto de 2025

INTRODUCCIÓN

Poner límites debería ser fácil. Pero con fobia social, decir que no se siente como provocar un conflicto. Es una lucha contra el miedo, la duda y la culpa. Así que acabas diciendo que sí… solo para no tener que justificar por qué no quieres ir a una barbacoa. Y ya me parece lo suficientemente social como para  querer mudarme a otro país.

MONÓLOGO

DECIR NO

MONÓLOGO

DECIR NO

Decir que no debería ser lo más simple del mundo. Pero para mí, es como si me pidieran hacer malabares con cuchillos mientras camino sobre cristales rotos.

Cuando alguien me invita a algo, mi cerebro entra en modo caos: “¿Y si se enfadan?” “¿Y si me dejan de hablar?” “¿Y si parezco una borde antisocial?” Y ahí ya he perdido la batalla antes de abrir la boca.

Así que suelo decir que sí, aunque quiera gritar que no. Porque decir que no es un arte que nadie te enseña. Nadie explica cómo poner límites sin sentir que estás rompiendo algo.

Y luego está el momento post-no: ese remordimiento que llega cuando piensas “¿De verdad debía decir que no?”, como si hubiera cometido un error.

Lo peor es que la gente celebra cuando dices que sí, pero se sorprende cuando dices que no, como si fuera un hechizo oscuro.

¿Y qué pasa si intentas explicarlo? A veces me lanzo y digo algo tipo: “No puedo, tengo cosas”. Sin más. Ni yo sé qué cosas, pero suena a que algo importante hay. Y ahí estoy, sintiéndome culpable por no querer ir… a algo que no quiero hacer.

En serio, decir que no debería venir con un manual, un curso intensivo y un aplauso al final.


No hay comentarios:

Publicar un comentario