Introducción personal
A veces imagino la vida como un edificio de muchos pisos. Hay personas qen con facilidad, casi sin mirar, como si conocieran cada rincón. Algunas incluso toman el ascensor. Yo, en cambio, siempre he tenido que subir por las escaleras. Y no unas escaleras cómodas ni cortas, sino largas, empinadas y solitarias.
Desarrollo de la metáfora
El séptimo piso representa, para mí, una vida sin fobia social. No es una meta gloriosa ni un lugar idealizado, simplemente es un estado en el que las relaciones no duelen, donde hablar no se convierte en un obstáculo, donde salir a la calle no es una amenaza constante. Pero ese séptimo piso parece inalcanzable. Yo sigo subiendo, día tras día, sin llegar nunca. Cada escalón es una interacción. Cada planta que dejo atrás, un progreso que me ha costado mucho: hablar con alguien, aguantar una mirada, no huir. Lo que para otros es cotidiano, para mí es un esfuerzo constante.
Para ellos, los pisos se suceden sin dificultad. Algunos hasta bromean por el camino, charlan entre sí. Van en ascensor o suben a paso ligero. No tienen fobia social. No necesitan alcanzar ningún piso concreto: simplemente se pasean por la vida con tranquilidad y soltura. Fluyen. Yo no. Yo me detengo, me agoto, a veces retrocedo. Porque con fobia social, a veces subir no es lo más difícil: lo es mantenerse arriba, no caer, no volver atrás. Y a pesar de todo, sigo.
El ascensor que no funciona
El ascensor está ahí, visible, con sus puertas cerradas y su botón brillante. Pero para mí no funciona. Es como si no reconociera mi presencia. Tal vez representa las habilidades sociales innatas, la seguridad aprendida, el entorno sin juicios. Y ese ascensor está reservado para los que no necesitan justificar su ansiedad, para los que no tiemblan al ser vistos, para los que no viven con miedo.
Mi ascensor está roto. No tengo ese acceso directo. Así que todo lo que consigo, lo logro a través del esfuerzo diario: escalón a escalón. A veces pienso que es injusto, que debería poder llegar como los demás. Otras veces, simplemente me concentro en subir el siguiente peldaño.
Reflexión final
No sé si alguna vez llegaré al séptimo piso. Tal vez no. Tal vez nunca alcance esa vida sin fobia social. Pero eso no quita valor a todo lo que he subido. Cada escalón cuenta. Cada caída también. Porque hay días en los que bajo, en los que pierdo fuerzas, en los que me toca volver a empezar desde un piso más abajo. Pero sigo.
Porque la fobia social no se supera con grandes saltos, sino con pasos pequeños que la mayoría no ve. Y si algún día alguien me pregunta por qué sigo subiendo, podré decirle que lo hago porque cada peldaño subido —y cada vez que me levanto tras bajar— es una victoria. Porque el valor no está en llegar, sino en luchar por cada tramo, incluso cuando el edificio es invisible para los demás.
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