COMPARTIR

jueves, 10 de abril de 2025

Cuando sentir demasiado se convierte en peligro


 Cuando sentir demasiado se convierte en peligro 


La fobia social no se limita al miedo a hablar o a salir. Va mucho más allá. Tiene que ver con cómo sentimos, cómo nos afecta el entorno y cómo nos posicionamos frente a los demás. Algunas características que a menudo nos definen —como la vulnerabilidad, la sensibilidad, la empatía o la inseguridad— no son, en sí mismas, debilidades. Son formas de estar en el mundo que nos hacen más conscientes, más conectados con lo que ocurre, más atentos.

 La vulnerabilidad nos lleva a mostrarnos tal como somos, sin capas de defensa. La sensibilidad hace que percibamos con mayor intensidad lo que ocurre a nuestro alrededor. La empatía nos permite ponernos con facilidad en el lugar de otros, a veces incluso antes que en el nuestro. Y la inseguridad nos hace dudar, pensar mucho antes de actuar, medir cada paso como si no hubiera margen de error.

 En este caldo de cultivo, es fácil que surjan situaciones de acoso, bullying o mobbing. No porque seamos más débiles, sino porque nos cuesta más protegernos, responder o pedir ayuda. Nuestra forma de estar en el mundo —con más emoción, más intuición, más cautela— puede ser malinterpretada como debilidad. Y en entornos insanos, eso nos convierte en objetivo. 

 Por eso he querido representar estas vivencias a través de estas cuatro metáforas que he ido enviando. No para explicarlo todo, sino para que quien lo ha vivido se reconozca, y quien no lo entienda, al menos se asome un poco a esta realidad. 

 Piel sin escudo: la sensibilidad extrema ante el entorno, que convierte lo cotidiano en algo hiriente. Esta sensibilidad también nos hace proclives al acoso, pues el dolor que sentimos ante las críticas o comentarios puede ser tan intenso que no sabemos cómo responder o poner un límite claro. Esta percepción de vulnerabilidad nos hace fáciles de atacar para quienes buscan manipular o herir. 

  Esponja emocional:
 la empatía sin filtros, que absorbe lo de fuera hasta desdibujar lo de dentro. Esta falta de límites emocionales también nos hace proclives al acoso, ya que nos entregamos por completo a las emociones de los demás, sin dejar espacio para cuidar nuestras propias emociones. Nos volvemos especialmente sensibles a las manipulaciones o a los ataques emocionales de aquellos que no tienen en cuenta nuestros límites.

 Castillo amurallado: el aislamiento como refugio cuando ya no sabemos cómo protegernos sin escondernos. Aunque este aislamiento puede parecer una forma de protección, también puede dejarnos proclives al acoso, ya que al alejarnos de los demás, no aprendemos a defendernos ni a interactuar de manera saludable. Esta retirada constante puede ser vista como una invitación a que otros aprovechen nuestra falta de interacción para agredirnos emocional o socialmente. 

 Puente de cuerdas: la inseguridad que nos mantiene suspendidos, temiendo el próximo paso, sin la certeza de que el suelo debajo de nosotras sea firme. Esta inseguridad también nos hace proclives al acoso, pues al sentirnos constantemente inestables y sin la confianza de defendernos o poner límites, nos volvemos más vulnerables a personas que buscan aprovecharse de esa debilidad percibida. 

 Cada metáfora refleja una parte de lo que vivimos cuando sentir demasiado se convierte en un peligro. Y cómo, aunque parezcan formas de ser, muchas veces son simplemente formas de sobrevivir. 

 No somos débiles por sentir. Lo peligroso no es sentir, sino vivir en un entorno que no sabe acompañar esos sentimientos. Porque estas cualidades, en un espacio que las comprenda, también pueden ser fortaleza. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario