Una vez constituido el patrón de respuestas de ansiedad condicionada, a la actuación/relación en situaciones sociales, empezaría a funcionar y a retroalimentarse el bucle .A partir de este momento, si el sujeto se expone a una situación social temida, bien porque no puede escapar de ella («situación de prisión» por inundación) o bien porque quiere «probarse» cuando todavía la intensidad de la motivación para exponerse es mayor que la de la amenaza percibida, tal situación pasará a tener más connotaciones negativas que positivas.
La intensidad del malestar generado por la reacción inadecuada, excesiva, superará a lat del autorrefuerzo positivo y la situación comenzará a percibirse con tintes desagradables, incluso como peligrosa, debido a la elevada intensidad de la sobreactivación neurovegetativa y a todas las respuestas de ansiedad que desencadena (temblor, rubor, sudoración, elevada tasa cardiaca y respiratoria, problemas en la recuperación de información de la memoria), especialmente las que pueden ser percibidas por los demás; así, por ejemplo, un pequeño bloqueo, la aparición de leves temblores o del rubor se vive como una auténtica catástrofe y una pausa en la producción lingüística, valorada como inadecuada por el sujeto, puede ser interpretada como un fallo del que todos se darán cuenta .
En su expresión máxima, tal reacción excesiva e inadecuada puede llegar a dar lugar a la señal de alarma más intensamente desagradable que conocemos: el ataque de pánico. A partir de este momento se activará el estado de alerta máxima ante toda situación social potencialmente peligrosa (en función del gradiente de generalización por similitud) y el disparo de su correspondiente alarma ante la aparición de respuestas fisiológicas, cognitivas y/o motoras que se hayan asociado a la situación social temida.
Así mismo, en la medida que se incremente la generalización espacial/situacional y temporal, el modelo postula que también se incrementará la incertidumbre del sujeto ante la posibilidad de recibir castigo por parte de(los) interlocutor(es) o la audiencia (v. gr., observaciones inapropiadas, sarcasmos, ironías, comparaciones aversivas, ausencia de la respuesta esperada en el otro u otros, etc.). Esa consolidación y generalización hará percibir al sujeto un grado de control inversamente proporcional a la fortaleza de éstas, especialmente con respecto a sus propias respuestas y las de sus interlocutores o audiencia, es decir, lo que puede ocurrir(le) en la situación.
El gradiente de incertidumbre se hipotetiza proporcional al de la generalización y será menor en las fobias denominadas específicas o circunscritas, sean éstas de actuación o de relación; la magnitud de la intensidad de la incertidumbre puede ser parcialmente controlada por el sujeto en la primeras mediante las respuestas de escape (motoras y/o cognitivas) que desencadenan un estado/sentimiento de seguridad en el sujeto, porque la incertidumbre está referida al comportamiento propio. En cambio, en las segundas, en las de relación, la incertidumbre no se reduce a la posibilidad de que se descontrolen las respuestas propias (incluida la posibilidad de que no surtan efecto las respuestas de escape parcial), sino que también incluye las de los otros. Estos, además de observar, también pueden preguntar, cuestionar, rechazar, criticar, poniendo a prueba al fóbico social en el control tanto de sus respuestas «inoportunas e inadecuadas» como de la produción de las pertinentes y adecuadas.
La incertidumbre se constituye para el modelo en la dimensión básica de referencia para la operacionalización del constructo «fobia social», hipotetizándose el miedo a la evaluación negativa (MEVN) como una función de esta
Así, después de la exposición a una o varias situaciones sociales donde se ha pasado mal o muy mal, la asociación iniciaría su consolidación y generalización.
Tal malestar dependerá de la intensidad de la asociación entre situación y patrón de respuestas de ansiedad, del temor con que éstas se perciben y, a su vez, de la intensidad, frecuencia y duración de las respuestas de ansiedad desencadenadas y retroalimentadas por ese mismo temor a través de la activación o recuperación del recuerdo de lo vivido. Sería ahora, a partir del intenso malestar experimentado, cuando el sujeto empezaría a temer también por las repercusiones en el juicio de los demás de aquellas respuestas catalogadas por éste como inadecuadas e indeseables. Es decir, cree que éstas pueden ser percibidas por los demás como señales de la existencia de algún problema (generalización de la asociación); piensa que a partir de esta percepción también se puede producir en su(s) interlocutor(es) o en la audiencia un juicio negativo respecto de cómo está , además de la evaluación negativa de lo que hace o ha hecho.
Desde nuestra propuesta, el miedo a ser evaluado negativamente, de acuerdo a normas y modelos extremos de comportamiento, a ser considerado «enfermo», a «que piensen mal de mi», se hipotetiza determinado por un estado carencial de refuerzo social y un exceso de crítica negativa que terminará siendo autocrítica negativa, fundamentalmente.
La necesidad de «ser aceptado», de sentirse integrado socialmente, vendría determinada por la baja tasa de refuerzo social recibida/percibida durante la fase de vulnerabilidad, acrecentada ahora exponencialmente por el incremento de la amenaza
percibida y de la pérdida de consideración social que produce el aislamiento social.
Paradójicamente, esta necesidad de remediar las carencias de atención y consideración social, de «hacerlo bien», de percibirse aceptado, querido y valorado socialmente, lleva a los fóbicos sociales a adoptar y desarrollar un estilo de pensamiento que tiene como referencia, a la hora de valorar las respuestas propias, patrones de excelencia máximos y extremos, con lo que terminan poniéndose la soga al cuello ellos mismos, pues tales ideales conllevan umbrales de autoexigencia muy elevados e inflexibles a la hora de considerar «correcto», «adecuado», «pertinente», su propio comportamiento y, evidentemente, el propio juicio negativo es ya «la crónica de una muerte anunciada»
Es decir, ello les llevará a obtener el efecto opuesto al deseado: aislamiento social.
Un estilo educativo sobreprotector constituiría también un factor de riesgo, dado que, por una parte, dificulta, cuando no impide, aprender y desarrollar estrategias socialmente habilidosas para la actuación y relación con los otros que lo pueden llevar tanto al desarrollo de un estilo de respuesta sumiso como, en menor medida, a descubrir y generalizar el uso del refuerzo negativo como estilo de relación con los demás. De todo ello resulta un sujeto total o parcialmente sumiso o/y aversivo para los demás, que inicialmente es evitado por lo otros , pero que, tarde o temprano, será él o ella quien empiece a pasarlo mal como consecuencia de su falta de recursos para relacionarse socialmente de manera habilidosa. A partir de este momento se iniciará el proceso por el que va a terminar evitando a los demás por temor a hacer el ridículo, a no hacerlo bien.
La incertidumbre generada tanto por la falta de retroalimentación «creíble» proveniente del medio social (ellos saben que sus respuestas no se han adecuado a la excelencia exigida por sus referencias), así como la duda sobre la propia capacidad para adecuar su comportamiento a los ideales normativos adquiridos (en el contexto social negativo), se terminaría convirtiendo, tal como ya hemos indicado, en la dimensión más relevante a la hora de dar cuenta de la preocupación excesiva e inadecuada, del estado permanente de máxima alerta cuando se ha de estar o se
está en una situación social. Y ello tanto en relación con el control de «la calidad» de sus propias respuestas como de la opinión que éstas producen en los demás
La intensidad del malestar desencadenado por la incertidumbre se relaciona de forma directa tanto con el tipo de situación como respecto de quién está o puede estar y cómo lo percibe el sujeto. Es decir, dicha intensidad estará también determinada por:
las dimensiones propias de la situación tales como el número de personas presentes, el grado o nivel de formalidad y la estructura o grado de concreción con que están definidas las reglas sociales que han de orientar el comportamiento adecuado; la duración prevista de la situación o el modo en el que se ha producido la situación (programado o improvisado);
las características de los interlocutores o espectadores, tales como el sexo (la incertidumbre sobre cómo actuar frente a personas del otro sexo es mayor que respecto a las personas del mismo sexo), la edad (las relaciones asimétricas se viven con mayor incertidumbre, salvo que se trate de personas muy mayores o a las que socialmente se les atribuye más tolerancia y comprensión), el atractivo físico («los más atractivos serán más exigentes»), la posición social (a mayor distancia social mayor incertidumbre), el grado de autoridad del interlocutor/audiciencia en la materia de la que se hablará o se está hablando (a mayor autoridad mayor incertidumbre), la probabilidad de reencuentros futuros: a mayor conocimiento mayor probabilidad de que el otro u otros termine(n) dándose cuenta del problema y mayor incertidumbre respecto de poder controlar las respuestas propias en un número mayor de situaciones y ocasiones; si se cree que se ha(n) dado cuenta ya, mayor incertidumbre respecto del grado de control que se cree necesario para que el(los) otro(s) no lo perciba(n) en el siguiente encuentro), etc.;
(a) si se estará de pie o sentado; si en el caso de estar sentado siempre se estará frente a la misma persona o se tendrá la posibilidad de determinar cómo y con
quién se quiere estar o relacionarse, es decir, ¿qué probabilidad se tendrá de poder dar respuestas de escape sin ser observado?;
(b) si se ha de hablar en público, la disponibilidad de información relativa a la posibilidad de usar apoyos tales como notas, resúmenes, transparencias, etc., cuando se trata de exponer un tema ante compañeros, de participar en discusiones de grupo o de hablar frente a una audiencia donde se encuentren figuras de autoridad (incertidumbre en relación con la posibilidad de que sólo se dé la actuación o que tras o durante ésta pueda darse que los presentes pregunten, argumenten,cuestionen, etc.).
Durante el proceso de desarrollo de la asociación cada vez se va atendiendo menos a lo que realmente ocurre, aunque parezca preocupar mucho y así lo manifieste el sujeto. Es decir, cada vez se presta menos atención a la tarea que se está realizando o se va a realizar, al conjunto de reacciones positivas o negativas de los otros, centrando cada vez más la atención de una manera progresiva en los indicios y señales de peligro provenientes, primero, de uno mismo («descontrol») y, después, de la situación (focalización de la atención o atención selectiva); ignorando
cada vez más la ocurrencia tanto de los logros propios como la retroalimentación positiva y la ausencia de retroalimentación negativa que proviene de los demás, hasta desatender completamente cualquier información de este tipo. Durante este proceso de ensimismamiento y aislamiento, de criba de la información, la atención de los sujetos se centra fundamentalmente en:
(a) las respuestas somáticas y neurovegetativas alteradas que pueden ser observadas por los demás (y delatar el estado en el que se encuentran),
(b) los sentimientos de inquietud y temor experimentados (producto de la intensidad de la tensión muscular y de la de las respuestas fisiológicas percibidas, generadas en ambos casos por el incremento, a su vez, de la respuesta de alerta generalizada y las señales de alarma percibidas,
(c) diálogo interno directamente relacionado con el estado percibido («¡Me voy a quedar sin saber qué decir!», «¡Voy a decir tonterías!», «Me temblará la voz. ¡Se me va a notar que estoy enfermo!», «¡Voy a perder el control!», etc.) y
(d) la magnificación progresiva de lo que el sujeto interpreta como errores cometidos durante la actuación o la relación ante o con otros, con independencia de que lo sean o no, de que sean percibidos por los demás o no.
Tanto la focalización de la atención en las potenciales amenazas internas y externas , como el estado de ensimismamiento a que da lugar y su efecto directo, el aislamiento social progresivo, se suponen generados por la sobreactivación neurovegetativa producto, a su vez, de la interacción entre el contexto social negativo y las variables relativas a la vulnerabilidad elevada.
Dicho «ensimismamiento» o el consiguiente «autoaislamiento» progresivo de las situaciones sociales, así como la criba de la información externa e interna al sujeto, se hipotetizan en la presente propuesta como variables que también propician el desarrollo del estado de incertidumbre en el individuo, de su falta de certeza en relación a si lo que han hecho está bien o no, si las opiniones de los demás están referidas a él o a ella o no lo están, etc. Las magnitudes de tal estado serían directamente proporcionales a las de la interacción de las intensidades de aquellas variables que lo determinan: intensidad de la criba o focalización de la información y del ensimismamiento y aislamiento social, operacionalizados como la cantidad de tiempo pendiente de la ocurrencia de las amenazas potenciales, y el número y duración de las relaciones o actuaciones presenciales con personas distintas. La relación entre el ensimismamiento, el aislamiento y la incertidumbre se establece en razón a que la focalización selectiva y progresiva de la atención hacia la información externa e interna potencialmente amenazante y el «autoislamiento» irían bloqueando, de forma progresiva, el proceso de afrontamiento (coping). Este bloqueo sería el responsable, a su vez, de la reducción progresiva de la información generada por la retroalimentación producida por la actuación del sujeto. Esta mutilación progresiva del papel de la retroalimentación reduce de forma directamente proporcional la probabilidad de predecir sucesos futuros, de reducir la incertidumbre , lo que generará, a su vez, una activación proporcional del sistema adrenocortical , dado que el incremento de la incertidumbre se ha evidenciado como un potente catalizador de la actividad autónoma y endocrina, la cual, llegado el momento, también será activada por el recuerdo o evocación de la situación poniendo en marcha todo el proceso.
Delimitado ya el patrón de respuestas neurovegativas, de activación muscular y relativas a los supuestos, creencias y atribuciones disfuncionales ante situaciones estresantes de actuación o de relación social, así como el miedo a no actuar como se cree que se requiere y se exige, se produciría el incremento progresivo de la frecuencia, intensidad y duración de las respuestas de escape parcial (defensivas) y total (huidas bruscas) de las situaciones sociales, generándose tanto consecuencias positivas a corto plazo (alivio de la aversión, comprensión y apoyo de los allegados,
etc.) como negativas en uno mismo y en los demás (insatisfacción, vergüenza,
etc.). Es decir, a corto plazo, al alivio generado por el escape se une generalmente
el refuerzo positivo de tales respuestas, administrado por la red de apoyo social u otros sujetos significativos mediante «la atención» y «las muestras de comprensión» hacia el comportamiento del niño o el adolescente; a medio y largo plazo se irán desvaneciendo tanto los efectos del alivio como derivados de la «comprensión» y los relativos a la seguridad que se genera al «controlar» la situación, al menos en alguna medida. Finalmente, a todo ello se unirá la vergüenza producida por los efectos perversos de las respuestas de escape (parcial y total), lo que terminará abocando al sujeto a la evitación.
Veamos el proceso que proponemos con un poco más de detalle.
Las respuestas de «exposición a medias», defensivas o de escape parcial, cuyo efecto es reducir la incertidumbre, es decir, incrementar «el control» y el estado de seguridad percibido , aparecen como intentos de eliminar o reducir el malestar experimentado en la situación social, habida cuenta de que todavía se quedaría peor con uno mismo si abandonase súbita y bruscamente la situación. Con las respuestas defensivas se intenta controlar las respuestas de ansiedad, empleando estrategias tales como: hablar poco para no ser centro de atención o bien estar hablando siempre con la misma persona; utilizar gestos o mirar hacia otro lado para no exponerse a que le pregunten por miedo a no saber qué contestar o a que le pueda temblar la voz al hacerlo; contraer fuertemente la musculatura del brazo y de la mano al saludar o coger algún objeto con la pretensión de que no tiemblen;«quitarse del medio» cuando se intuye que puede aparecer el rubor o bien estar siempre con el mismo compañero para evitar «sorpresas»; apretar fuerte los brazos contra las axilas para que no se vean las marcas de la sudoración; no mirar o mirar menos en la dirección de los otros para reducir la posibilidad de que se dirijan a ellos (como ocurre con una elevadísima frecuencia durante el desarrollo de las clases en los centros educativos) o bien aparentar estar distraídos mirando cosas que nada tienen que ver (por ejemplo, con el desarrollo de la fiesta en la que están invitados); pedir a otro que realice aquellas tareas en las que se le puede notar que no funciona adecuadamente o bien consumiendo alcohol u otras sustancias tóxicas para reducir la intensidad de las respuestas de ansiedad; dándose instrucciones positivas para mantener la motivación por la exposición; concentrándose en la tarea para intentar detener el flujo de los pensamientos negativos; incrementar el número de preguntas que se le hacen al otro u otros para reducir así la probabilidad de que le pregunten, tener que responder y no saber cómo hacerlo en ese momento, es decir, «quedarse sin saber qué decir»; etc.
La huida brusca o respuesta de escape total puede tener su origen bien en situaciones sociales intensamente ansiosas o, en su defecto, en la suma de experiencias sociales negativas de moderada intensidad ansiosa. Tanto en un caso como en el otro, el modelo postula que su efecto es que los sujetos previamente vulnerables empiecen a escapar de tales situaciones de forma repentina, brusca e inesperada para los demás, en vez de seguir enfrentándose a las situaciones sociales que ya temen, tal como harían sus pares no vulnerables a este trastorno. Ya no se defienden ni se muestran sumisos; necesitan huir y escapan. Ya no pueden aguantar durante más tiempo el estado neurovegetativo, muscular y cognitivo que les generan tales situaciones, pero todavía no las evitan; cuando esto último empiece a ocurrir se habrá iniciado la fase de mantenimiento del problema.
Tanto tales respuestas de huida brusca y aparentemente repentina, como las de escape parcial, siguen estando controladas por «la trampa del alivio» y resultarán variables de gran peso a la hora de entender y explicar el curso del desarrollo inicial del problema. Escapando, huyendo, el sujeto hace efectiva la aplicación del control de estímulos, porque mediante su eliminación termina también con las respuestas a ellos asociadas. Con su cese, por una parte, aparece el alivio de la aversión, se reduce o elimina el malestar que se estaba padeciendo y, por otra, desaparecida la situación, ya no puede ocurrir lo que se temía que pudiera pasar en ella. Ahora bien, tal como estamos diciendo, esto es sólo inicialmente y de manera temporal; con el paso del tiempo, las cosas se irán complicando y el alivio, cada vez será de menor intensidad. Por ello, en este devenir de sufrimientos cada vez más intensos y alivios cada vez más raquíticos, los sujetos intentarán poner remedio a lo que ya empiezan a entender que era una falsa solución: escapar complica aún más el problema y exponerse sólo sirve para constatar una y otra vez lo mal que se pasa en estas situaciones (¡pero no saben hacer nada mejor!).
En consecuencia, el chico o la chica empieza a no ver ya las situaciones sociales temidas como estímulos a los que enfrentarse para superarse, sino como la confirmación de que no pueden superarlas, de que ellos no son como los demás. Las presiones y la autocrítica desproporcionada e inflexible, propia y ajena, así como la intensificación de la atención selectiva se encargarán de mantener la velocidad de crucero, cuando no de acelerar brusca e intensamente el desarrollo del proceso previamente iniciado.
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