¿Qué estudio? ¿En qué trabajo?
Las elecciones académicas y laborales suelen estar condicionadas por la fobia social. No se trata solo de intereses o habilidades, sino de la evitación de situaciones que generen ansiedad. Tal vez querría estudiar algo que implique interacción constante con personas, pero lo descarto porque no me veo capaz de enfrentarlo. O elijo un trabajo con menos exposición social, aunque no sea el que más me guste.
Yo, por ejemplo, estudié una carrera porque íbamos tres conocidas del instituto. Me agobiaba encontrarme entre desconocidos aunque todos estuvieran en la misma situación. Y dejé pasar mi vocación: trabajar con niños y estudiar magisterio con especialidad en los pequeños. Pero nadie se fue por ahí y yo sola no me atreví.
Pedir ayuda: el obstáculo invisible
A veces, la decisión de no hacer algo no es por falta de ganas, sino porque implica pedir ayuda. Preguntar una dirección en la calle, solicitar información en una oficina, hablar con un profesor, llamar para pedir una cita médica… Son cosas sencillas para otros, pero un muro para alguien con fobia social. Así, la vida se llena de soluciones alternativas o de problemas que no se resuelven.
El ocio como terreno restringido
Las actividades de ocio también están marcadas por la fobia social. No es solo cuestión de gustos, sino de lo que genere menos ansiedad. Tal vez me gustaría ir a una fiesta, pero el solo hecho de imaginar la interacción con desconocidos hace que lo descarte. Se terminan eligiendo actividades solitarias, incluso si en el fondo hay ganas de algo más.
Tomar decisiones en grupo: el peso del silencio
Cuando hay que decidir algo con otras personas, la fobia social puede silenciarme. No porque no tenga opinión, sino porque expresarla me genera tensión. Decir “prefiero esto” o “no quiero aquello” puede parecer fácil, pero en mi cabeza hay muchas barreras: ¿y si molesto?, ¿y si piensan que soy rara?, ¿y si mi opinión no vale? Y así, las decisiones las toman otros.
Qué ropa usar
No siempre elijo la ropa que realmente me gusta, sino la que me haga sentir menos observada. Evito colores llamativos, prendas ajustadas o cualquier cosa que pueda hacer que alguien se fije en mí. No es cuestión de estilo, sino de pasar desapercibida.
Dónde y cuándo salir
Si tengo que salir, intento hacerlo cuando haya menos gente en la calle o en lugares donde sea menos probable cruzarme con conocidos. A veces, cambio mis horarios o rutas para evitar interacciones inesperadas.
Cuánto y cómo hablo
No es que no tenga nada que decir, pero muchas veces decido callarme por miedo a equivocarme, a no ser interesante o a que mi voz tiemble. O hablo poco y de manera calculada para no llamar la atención.
Qué contactos mantengo
Hay amistades o relaciones que se van perdiendo porque el simple hecho de mantener el contacto me resulta angustiante. No es desinterés, es que escribir, llamar o proponer quedar implica una ansiedad que a veces prefiero evitar.
Cuándo y cómo demostrar emociones
Reír, mostrar entusiasmo, expresar tristeza… todo esto implica exposición. A veces decido no hacerlo, aunque lo sienta, porque temo que los demás lo juzguen o lo malinterpreten.
Si pido o no lo que necesito
Desde reclamar algo en una tienda hasta pedir ayuda o incluso decir que algo me molesta. En lugar de hacer valer mis necesidades, muchas veces decido adaptarme a los demás para evitar confrontaciones o situaciones incómodas.
Qué experiencias me permito vivir
No es solo que no pueda hacer ciertas cosas, sino que ni siquiera me las permito desear. Viajar sola, probar una actividad nueva, apuntarme a un curso… a veces, la decisión ya está tomada antes de que siquiera me lo plantee, porque en mi mente no es una opción realista.
Una vida moldeada por el miedo
No siempre me doy cuenta de hasta qué punto la fobia social ha decidido por mí. A veces, solo años después veo las oportunidades que dejé pasar, las cosas que podría haber intentado si el miedo no hubiera estado ahí. No es simplemente que me afecte en momentos puntuales, sino que va moldeando el camino, a veces sin que lo note, hasta que miro atrás y veo todas las bifurcaciones donde elegí la vía más segura, aunque no fuera la que realmente quería.
La fobia social no solo impide hablar o salir, sino que determina qué vida termino viviendo.