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lunes, 30 de junio de 2025


LA CULPA EN LA FOBIA SOCIAL: MÁS ALLÁ DE  LA EMOCIÓN


No siempre se habla de ella, pero la culpa aparece con frecuencia en quienes vivimos con fobia social. Y no es una culpa cualquiera. Es una culpa que a menudo no tiene un hecho claro detrás, pero que pesa como si lo tuviera. ¿Por qué está ahí?

Una emoción que se adelanta a los hechos

Las personas con fobia social pueden sentir culpa incluso antes de actuar. Solo imaginar una situación en la que podrían quedar mal, defraudar a alguien o simplemente “no estar a la altura” puede bastar para que aparezca ese malestar difuso que no se disuelve fácilmente. No es solo ansiedad: es anticipación de culpa.

Un estudio del Instituto Karolinska (2013) encontró que quienes tienen ansiedad social experimentan una combinación de culpa y vergüenza internalizadas, que les lleva a retroalimentarse emocionalmente. Es decir, se castigan incluso por pensamientos o suposiciones que nadie más ha confirmado como erróneas o negativas. Las diadas de la ansiedad con la vergüenza y la culpa – Mente Abierta Psicología

Una culpa sin juez, pero con condena

No hace falta que nadie nos acuse de nada. A veces, basta con salir a la calle, tener una conversación, o incluso no tenerla, para que se active una sensación de haber fallado: a los demás, al momento, a una versión idealizada de nosotras mismas. Y eso genera más retraimiento.

Hay estudios que relacionan esta culpa con un concepto distorsionado del deber social. La persona con fobia social no solo teme ser juzgada, sino que se exige encajar, agradar, no molestar… y cuando no lo consigue (o cree no haberlo conseguido), se culpa.

¿Qué dicen los datos?

  • Según Mente Abierta Psicología, la culpa puede actuar como disparador de conductas de evitación, reforzando el aislamiento social. Las diadas de la ansiedad con la vergüenza y la culpa
  • Se ha observado en neuroimagen que la culpa activa regiones cerebrales asociadas al dolor físico, lo que podría explicar su intensidad en personas con ansiedad social.
  • En el portal Menteamente, se señala que en la fobia social hay un sentimiento frecuente de “haber fallado” en el rol social esperado, lo que alimenta la autocrítica. Qué es la fobia social – Menteamente

¿Y qué hacemos con todo esto?

La culpa puede ser un lastre, pero también una pista. Nos habla de nuestras exigencias, de nuestras heridas, de lo que nos duele cuando sentimos que no “cumplimos”. Entenderla es un paso. Validarla, otro. No toda culpa merece su condena


El ciclo emocional en la fobia social

La fobia social nos envuelve en un ciclo de emociones que se van encadenando y retroalimentando.

  1. La vergüenza surge al sentir que no cumplimos con las expectativas sociales.
  2. De ahí nace la culpa, que nos responsabiliza de nuestra “falla”.
  3. La culpa provoca tristeza e incomodidad, que minan nuestro ánimo.
  4. La tristeza genera inseguridad y autoexigencia, intentando evitar el malestar.
  5. Esta inseguridad alimenta el sentimiento de inferioridad e inadecuación.
  6. Aparece el miedo, anticipando rechazo o fracaso.
  7. El miedo provoca ansiedad, activando cuerpo y mente.
  8. Cuando la ansiedad baja, llega un breve alivio.
  9. Pero el alivio puede dar paso a la desesperanza, que cuestiona si vale la pena seguir luchando.

Además, estas emociones se conectan de formas complejas:

  • La vergüenza también influye directamente en la inseguridad y la sensación de inferioridad.
  • La culpa intensifica la tristeza y el miedo.
  • La ansiedad y la tristeza se retroalimentan, manteniendo el ciclo activo.
  • El alivio es temporal y su contraste con la desesperanza puede hacer que esta última se sienta aún más profunda.

Reconocer este ciclo y sus conexiones es clave para entender la fobia social y comenzar a buscar caminos para romperlo


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Otras emociones relacionadas


Esta entrada forma parte de una serie sobre los sentimientos que acompañan a la fobia social. Puedes explorar cada uno según cómo se conectan entre sí a medida que se van publicando 

sábado, 28 de junio de 2025



LA VERGÜENZA EN LA FOBIA SOCIAL  


La vergüenza constante: una sombra que me acompaña desde niña

Desde pequeña, la frase que más usaba para explicar por qué evitaba situaciones era "me da vergüenza". Todo me daba vergüenza. Pero al crecer, esa expresión empezó a parecerme insuficiente, casi infantil, y la fui sustituyendo por evasivas más adultas, como "no voy" o "no me apetece". El "me da vergüenza" parecía quedarse obsoleto, como si decirlo abiertamente fuera un signo de debilidad o incapacidad.

Recuerdo que quería comprar golosinas que estaban justo al lado de casa, pero sentía tanta vergüenza que pagaba a mi hermana para que las comprara por mí. Cuando estaba con mis primas y queríamos pedir un vaso de agua en un bar , yo no me atrevía, así que les pedía a ellas que lo hicieran y aprovechaba para decirles que pidieran otro para mí. Mis tías me decían que tenía que ser como ellas, que espabilara, y se burlaban de mí por ser tan tímida. Pero yo seguía con mis "me da vergüenza".

Más tarde, en la adolescencia y la edad adulta, la vergüenza se transformó en un infierno invisible: pedir algo en una cafetería se convertía en una batalla por captar la atención del camarero sin sentirme ignorada o invisible viendo atender a otros que habían llegado más tarde que yo . Comprar ropa era horrible cuando una dependienta insistente no me dejaba tranquila. En el ascensor, después de un saludo, no sabía dónde mirar;,  mirar hacia otro lado me parece de mala  educación . Vivir con esta vergüenza constante es como estar atrapada entre el deseo de conectar y el miedo paralizante a ser vista.

Una emoción persistente en la fobia social: ¿qué se sabe?


La vergüenza  que empieza siendo una emoción , pero cuando nos afecta durante más tiempo se convierte en un sentimiento .

Esta emoción/ sentimiento  está especialmente presente en la fobia social. A diferencia de la timidez puntual, la vergüenza social puede instalarse como una constante, generando un malestar anticipatorio ante la posibilidad de ser evaluado por los demás. En este trastorno, la vergüenza no aparece únicamente cuando algo embarazoso ocurre, sino incluso antes de que ocurra nada: solo imaginar una posible mirada crítica o un juicio basta para despertar esa sensación de exposición.

Los estudios actuales relacionan la vergüenza con lo que se conjoce como “autoconciencia pública elevada”, es decir, un estado mental en el que la persona se observa a sí misma desde fuera, como si estuviera bajo el escrutinio constante de los demás (Vergüenza social: qué es y cómo afecta). Esto hace que incluso gestos pequeños ,pedir algo, saludar, hacer una pregunta, se vivan con una incomodidad intensa.


Paul Gilbert, creador de la Terapia Centrada en la Compasión, explica que la vergüenza en personas con ansiedad social suele ir acompañada de una autocrítica intensa, dificultades para sentirse merecedoras de afecto y una fuerte necesidad de aprobación externa (fuente). No es solo timidez, sino un patrón emocional complejo y persistente.



 No es solo timidez, sino un patrón emocional complejo y persistente.

Este enfoque teórico ayuda a entender por qué la vergüenza no desaparece simplemente “exponiéndose” más o “arriesgándose”: requiere comprensión emocional, reducción de la autocrítica y una mirada más compasiva hacia uno mismo

Conclusión

Reconocer la vergüenza como una emoción que nos acompaña y condiciona no es fácil, pero es un primer paso para entendernos mejor. No se trata de eliminar la vergüenza, sino de aceptar que existe y que forma parte de nuestra experiencia. Vivir con vergüenza constante puede ser agotador, pero no estamos solos en esta lucha. Comprenderla nos ayuda a no sentirnos culpables por lo que sentimos y a buscar caminos que nos permitan seguir adelante, sin dejar que el miedo a ser vistos nos quite la vida que deseamos.


Más sobre la vergüenza en este blog:

Ya hablé de la vergüenza en una entrada anterior, cuando intenté describir cómo me invade en situaciones mínimas del día a día. 

Hoy vuelvo a ella para ir un poco más allá.


Para entender mejor la verguenza en este blog : Metáfora: Piel de papel – La vergüenza


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PARTE FIJA(Sentimientos)

El ciclo emocional en la fobia social

La fobia social nos envuelve en un ciclo de emociones que se van encadenando y retroalimentando.

  1. La vergüenza surge al sentir que no cumplimos con las expectativas sociales.
  2. De ahí nace la culpa, que nos responsabiliza de nuestra “falla”.
  3. La culpa provoca tristeza e incomodidad, que minan nuestro ánimo.
  4. La tristeza genera inseguridad y autoexigencia, intentando evitar el malestar.
  5. Esta inseguridad alimenta el sentimiento de inferioridad e inadecuación.
  6. Aparece el miedo, anticipando rechazo o fracaso.
  7. El miedo provoca ansiedad, activando cuerpo y mente.
  8. Cuando la ansiedad baja, llega un breve alivio.
  9. Pero el alivio puede dar paso a la desesperanza, que cuestiona si vale la pena seguir luchando.

Además, estas emociones se conectan de formas complejas:

  • La vergüenza también influye directamente en la inseguridad y la sensación de inferioridad.
  • La culpa intensifica la tristeza y el miedo.
  • La ansiedad y la tristeza se retroalimentan, manteniendo el ciclo activo.
  • El alivio es temporal y su contraste con la desesperanza puede hacer que esta última se sienta aún más profunda.

Reconocer este ciclo y sus conexiones es clave para entender la fobia social y comenzar a buscar caminos para romperlo


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Otras emociones relacionadas

Esta entrada forma parte de una serie sobre los sentimientos que acompañan a la fobia social. Puedes explorar cada uno según cómo se conectan entre sí a medida que se van publicando:


martes, 24 de junio de 2025

Metáfora la piel de papel: verguenza



Introducción personal

Hay momentos en los que algo tan mínimo como tropezar con una palabra, equivocarme al saludar o decir algo fuera de lugar me enciende por dentro. No porque haya sido grave, ni siquiera importante, pero noto ese calor que sube al rostro, como si me ardieran las mejillas. Una oleada repentina que me deja paralizada, deseando que la tierra me trague. No es miedo, no es tristeza. Es vergüenza. Esa sensación absurda y brutal a la vez de haber hecho el ridículo por nada. De que todos lo han visto. De que yo misma no puedo soportarlo. Y me quedo ahí, con la impresión de haber quedado marcada por una tontería que no puedo borrar. Como si mi cuerpo entero lo estuviera gritando sin quererlo.

Recuerdo una vez cuando fui a pagar la cuenta en un bar. El camarero me miró con cara de sorpresa y me preguntó si me pasaba algo. Yo ni me había dado cuenta de lo mucho que mi expresión mostraba mi miedo y vergüenza interior. No era un momento de gran importancia, pero la sensación de que mi rostro mostraba un temor que no podía controlar me hizo sentir aún más expuesta. Incluso llegué a pensar si realmente debería haber esperado en la mesa en lugar de acercarme a la barra.

Otra vez, en una situación similar, traté de pedir algo en la barra. Mi voz, por alguna razón, salió tan bajita que el camarero no me oyó. Al ver que no me hacía caso, traté de hacerme notar, pero mi vergüenza se multiplicó. Cuanto más trataba de llamar su atención, más me sumía en esa sensación de incomodidad. Era como si todo el mundo pudiera ver mi angustia, aunque no la manifestara abiertamente.

La metáfora: la piel de papel

Imagínate vivir con una piel tan fina y frágil como una hoja de papel. No puedes protegerte del roce, del viento ni del sol. Todo deja marca. Un susurro se convierte en eco. Un gesto ajeno, en una herida. Así es la vergüenza cuando convive con la fobia social: todo traspasa.

Esa piel de papel no te defiende, solo revela. Revela lo que sientes, lo que temes, lo que no quieres que se vea. Porque la vergüenza no es solo sentirse mal por algo: es tener la certeza de que los demás también lo están viendo. Como si tus errores, tus inseguridades o tus silencios estuvieran escritos en tinta sobre esa piel expuesta.

Y entonces haces lo posible por ocultarte. Por no moverte. Por no arrugarte ni romperte. Pero eso también duele, porque estar quieta tampoco te protege de la mirada que imaginas, de la crítica que anticipas, del juicio que temes.

Reflexión final

Con el tiempo he entendido que no es que yo sea más débil, sino que todo me afecta más porque no tengo con qué protegerme. La vergüenza no es un sentimiento que se elige ni se razona. Aparece sin permiso y lo impregna todo.

No hay forma de endurecer esta piel sin perder partes de mí. Así que convivo con ella. Me hago pequeña. Me escondo. Y cuando no puedo esconderme, simplemente espero que no me rompa demasiado. Porque vivir así no es una elección, es una forma de resistir en un mundo que no sabe cuánto duele algo tan invisible..

domingo, 22 de junio de 2025

El mensaje que nadie descifra .Metáfora 1 – El código QR invisible .Metáfora 2: El volumen bajado



Introducción personal

A veces siento que quiero comunicar algo esencial de mí, como si dentro llevara un mensaje que no sé expresar. Me esfuerzo por dar señales, por decir con palabras o gestos lo que me pasa, pero es como si ese mensaje no llegara. Y entonces me invade esa sensación de que el problema no es solo mío, sino también del canal: que el lenguaje que uso no se puede leer, o que mi voz no suena con la claridad suficiente para ser oída.

Metáfora 1 – El código QR invisible

Siento que llevo un código QR invisible tatuado en la piel. En él está grabado todo lo que soy y lo que siento. Pero es como si nadie pudiera escanearlo, como si la información que contiene no se pudiera leer. Quien me mira no ve nada. Aunque esté justo ahí, nadie sabe cómo acceder a mi interior. Es frustrante vivir con la sensación de que quieres ser comprendida, pero los demás no tienen las herramientas, o el interés, para descifrarte.

Metáfora 2 – El volumen bajado

Otras veces es como si el volumen de mi voz estuviera bajado al mínimo. Hablo, pero apenas se oye. Me esfuerzo, pero el sonido no llega. Tengo tanto que decir, pero el miedo y la inseguridad me hacen hablar con un hilo de voz que se pierde antes de alcanzar a nadie. Y cuando alguien parece intentar escuchar, me dan ganas de llorar. Porque no estoy acostumbrada a eso. Porque no esperaba que alguien se acercara a subir el volumen.

Reflexión final – El mensaje que nadie descifra

Estas dos imágenes me acompañan muchas veces en silencio. Siento que estoy hecha de mensajes no leídos, de palabras apenas audibles. Pero me aferro a la esperanza de que alguna vez alguien se acerque, se detenga, mire con calma, busque la forma de leer ese código y gire lentamente el volumen hacia la claridad. Porque sí, hay personas que lo intentan. Y a veces, incluso, lo consiguen.


miércoles, 18 de junio de 2025

Metáfora : La selva densa


Introducción personal 

En casa todo está más o menos en su sitio. Puedo moverme, respirar, pensar. Pero cuando salgo, o simplemente sé que tengo que estar en un lugar con gente, todo cambia. No de golpe, sino como una sensación que va creciendo. Empieza con una tensión en el cuerpo, una duda que se cuela en cada gesto. Y sin darme cuenta, ya estoy ahí: en la selva.

Porque estar en una fiesta, en una tienda, en la calle... no es simplemente estar. Es atravesar una jungla en la que todo se vuelve imprevisible. Donde hablar es como cruzar una zona llena de maleza, donde cada palabra puede hacer ruido o dejarme al descubierto. Donde decidir algo es como elegir una ruta sin saber si lleva a un claro o a un precipicio. Todo se vuelve espeso, confuso. Y aunque los demás solo vean a alguien callada o tensa, yo estoy luchando por no perderme entre las ramas de mi propia ansiedad.

Metáfora


La fobia social es como una selva en la que cada movimiento exige un esfuerzo tremendo. No hay caminos marcados, no hay señales claras. Solo árboles que tapan la luz, sonidos que no sé de dónde vienen, y la sensación constante de estar expuesta a algo que me supera. Cada mirada de alguien es como un crujido entre los matorrales: me sobresalta, me hace pensar que me han descubierto, que estoy haciendo algo mal.

Las palabras se enredan en mi garganta como lianas. Quiero avanzar, decir algo, parecer natural, pero es como si la vegetación se cerrara a mi paso. El cuerpo se tensa, la mente se acelera, y solo quiero desaparecer entre los arbustos, que nadie me vea.

No hay atajos. No hay machete. Solo ese esfuerzo constante por parecer que no pasa nada, por sobrevivir sin que se note el caos que llevo dentro.

Reflexión

No sé si alguna vez saldré de esta selva, o si aprenderé a moverme entre sus ramas con algo menos de miedo. Pero sé que no estoy sola en ella. Que muchas otras personas la atraviesan también, aunque desde fuera parezca que caminan con seguridad. No siempre hace falta una salida; a veces basta con saber que alguien más entiende el idioma de la espesura, y que no hay vergüenza en sentirse perdida entre tanta maleza.

domingo, 15 de junio de 2025

La frontera invisible


Introduccion personal

Hay días en los que siento que voy a hacerlo. Que voy a participar en esa conversación, enviar ese mensaje pendiente, levantar la mano en clase o en una reunión. Nada extraordinario desde fuera, pero dentro de mí se convierte en un desafío enorme. Y justo cuando estoy a punto de actuar, algo se tensa. No hay una alarma real, ni una amenaza concreta. Y sin embargo, me siento incapaz de dar el paso. Como si una línea invisible marcara el límite entre lo seguro y lo expuesto. Como si más allá de ese gesto empezara otro mundo en el que no sé estar. 

 Metáfora 

 La fobia social, a veces, se parece a eso: una frontera invisible. No es un muro de ladrillos ni una reja cerrada con candado. Es algo mucho más sutil y por eso más desconcertante. Desde fuera nadie la ve, nadie entiende por qué no simplemente “hablo”, “respondo”, “me muestro”. Pero yo la siento. Está ahí, entre lo que deseo y lo que puedo. Entre lo que imagino con claridad y lo que logro llevar a cabo. No tiene un punto fijo. A veces aparece cuando me miran, otras cuando todos están en silencio esperando mi respuesta, o incluso cuando me acerco a alguien para iniciar una conversación. Es una línea que cambia de lugar, que aparece justo cuando quiero dar un paso adelante. Y no duele como una herida, pero paraliza como el miedo más profundo. No siempre es evidente que esa frontera existe, porque nadie más tropieza con ella. Eso lo hace más solitario. Más desesperante. Porque parece que soy yo la que se lo inventa todo. Y sin embargo, cada vez que intento cruzarla sin estar preparada, el cuerpo me avisa: con temblores, con sudor, con ese pensamiento insistente de que algo va a salir mal. Y vuelvo atrás. 

Reflexión 

 Y aquí viene lo más difícil: no culparme por no haber cruzado. Aceptar que a veces quedarse en este lado de la línea también es una forma de cuidarse. Y que las fronteras, aunque invisibles, pueden ir moviéndose poco a poco si no me obligo a atravesarlas a la fuerza, sino que me doy el permiso de acercarme cuando esté lista. Porque tal vez el día que la cruce, ya no me parezca tan imposible. O incluso ya no esté. 

sábado, 14 de junio de 2025

Metáfora: El agua que no hierve



Introducción.
 

Hay días en los que siento que estoy a punto de estallar, pero nunca llego a hacerlo. Como si algo dentro de mí estuviera en constante ebullición… pero sin hervir. Es una tensión sorda, persistente, que no encuentra salida. Así es como he acabado imaginando la ansiedad social: como el agua que no hierve.

A veces una imagen ayuda a explicar lo que cuesta tanto decir con palabras. .

El agua que no hierve: una representación de la ansiedad social

Imagina una olla al fuego. El calor está ahí, creciendo poco a poco, y esperas que el agua hierva en algún momento. Pero no lo hace. Se forman burbujas tímidas, casi imperceptibles, pero nunca llega a ese punto de ebullición que permitiría liberar toda esa presión acumulada.

Así se siente muchas veces la ansiedad social: un estado constante de tensión que no explota, pero tampoco se va. No hay alivio, ni desenlace. Solo una especie de espera interminable en la que todo parece estar a punto… pero nunca sucede nada.

Comparación con otras metáforas relacionadas

Mientras buscaba ideas para metáforas  encontré otras metáforas que también usan el agua para hablar del malestar interno.

Por ejemplo, el llamado “síndrome de la rana hervida” describe cómo una rana, si se calienta el agua muy lentamente, no se da cuenta del peligro y termina muriendo hervida.


Se usa para ilustrar cómo a veces normalizamos situaciones dañinas sin darnos cuenta.

También está la imagen del agua hirviendo que transforma de forma distinta una patata y un huevo: la patata se ablanda, el huevo se endurece. Esta metáfora quiere decir que lo que nos ocurre no es tan importante como la forma en que lo vivimos o estamos preparados para enfrentarlo. [Fuente: LinkedIn]

Pero la metáfora del agua que no hierve va por otro camino. No habla de transformación ni de falta de reacción. Habla de estancamiento. De esa sensación de vivir con la ansiedad siempre encendida, pero sin posibilidad de soltarla. Ni estallar, ni calmarse. Solo quedarse ahí, atrapada en el fuego lento de cada día.

Conclusión

La imagen del agua que no hierve me ayuda a explicar lo que muchas veces me cuesta expresar. Es una manera de contar lo invisible: ese estado de alerta constante, esa tensión que no cesa, ese malestar que no encuentra forma de salir.

Tal vez tú también lo hayas sentido. Tal vez vivas con esa sensación de calor interno que no se disipa, de emociones que no encuentran su cauce. Si es así, esta metáfora también es tuya.


lunes, 9 de junio de 2025

Metáfora : Los pasos en la nieve



Introducción personal


Hay días en los que cada paso que doy se siente como una decisión trascendental. No importa si es un gesto pequeño o una palabra casual; todo parece dejar una huella imborrable. Es como si caminara sobre un campo de nieve recién caída, donde cada movimiento marca el paisaje, y no hay forma de retroceder sin evidenciar mi presencia.


La metáfora


La fobia social se asemeja a caminar sobre nieve virgen: cada paso deja una marca visible, y la blancura inmaculada amplifica la sensación de exposición. Siento que todos pueden ver mis huellas, juzgar su dirección, profundidad o torpeza. Esta percepción constante de ser observada y evaluada me lleva a cuestionar cada acción, a veces hasta el punto de preferir no moverme, no avanzar, para evitar dejar rastro alguno.


Reflexión final


Con el tiempo, he aprendido que, aunque la nieve se derrite y las huellas desaparecen, la memoria de esos pasos persiste en mi mente. No se trata de buscar finales felices o soluciones rápidas, sino de reconocer y validar la experiencia. Entender que cada paso, por pequeño que sea, es un acto significativo en un camino que no siempre es visible para los demás. Y aunque no siempre encuentre respuestas, sé que no estoy sola en este sendero.

viernes, 6 de junio de 2025

Lo que no se ve: Metáfora : la capa invisible



Introducción personal

A veces tengo la sensación de que camino por el mundo como si llevara un velo que me cubre sin dejarme mostrarme del todo. Me veo a mí misma desde fuera, hablando con esfuerzo, disimulando gestos, midiendo palabras. Y sé que la mayoría de la gente ni se da cuenta de mi esfuerzo y lo que más pesa… es lo que no se ve.

Metáfora: La capa invisible

La fobia social es como una capa invisible. No suena, no se nota, pasa desapercibido . Pero está ahí. Me acompaña en cada conversación, en cada mirada, en cada paso que doy fuera de casa. Me hace revisar lo que digo una y otra vez, aunque ya haya pasado una semana. Me obliga a fingir calma cuando por dentro tiemblo. Me impide mostrar espontaneidad, aunque por dentro me muera de ganas de conectar. Y como nadie ve todo ese esfuerzo, a veces siento que tampoco ven lo que soy.

Porque lo que no se ve no se valora. Lo que no se ve no se entiende. Y entonces llegan los “es que no pareces tímida”, o los “no será para tanto”, como si mi esfuerzo diario por parecer normal borrara de un plumazo todo el sufrimiento que hay detrás. Pero yo sé lo que me cuesta. Yo sé lo que callo. Lo que me obligo a hacer. Lo que me reprimo por miedo. Y aunque no se vea, está.

Reflexión

Quizá por eso me empeño en escribir, en poner palabras donde otros no miran. Para darle forma a todo lo que no se ve. Porque la fobia social se lleva a cuestas, silenciosa e invisible para quienes la miran desde fuera. No se ve, no se comprende… pero existe. Y merece ser contada.

¿.

martes, 3 de junio de 2025

Las decisiones que la fobia social toma por mí



¿Qué estudio? ¿En qué trabajo?

Las elecciones académicas y laborales suelen estar condicionadas por la fobia social. No se trata solo de intereses o habilidades, sino de la evitación de situaciones que generen ansiedad. Tal vez querría estudiar algo que implique interacción constante con personas, pero lo descarto porque no me veo capaz de enfrentarlo. O elijo un trabajo con menos exposición social, aunque no sea el que más me guste.

Yo, por ejemplo, estudié una carrera porque íbamos tres conocidas del instituto. Me agobiaba encontrarme entre desconocidos aunque todos estuvieran en la misma situación. Y dejé pasar mi vocación: trabajar con niños y estudiar magisterio con especialidad en los pequeños. Pero nadie se fue por ahí y yo sola no me atreví.

Pedir ayuda: el obstáculo invisible

A veces, la decisión de no hacer algo no es por falta de ganas, sino porque implica pedir ayuda. Preguntar una dirección en la calle, solicitar información en una oficina, hablar con un profesor, llamar para pedir una cita médica… Son cosas sencillas para otros, pero un muro para alguien con fobia social. Así, la vida se llena de soluciones alternativas o de problemas que no se resuelven.

El ocio como terreno restringido

Las actividades de ocio también están marcadas por la fobia social. No es solo cuestión de gustos, sino de lo que genere menos ansiedad. Tal vez me gustaría ir a una fiesta, pero el solo hecho de imaginar la interacción con desconocidos hace que lo descarte. Se terminan eligiendo actividades solitarias, incluso si en el fondo hay ganas de algo más.

Tomar decisiones en grupo: el peso del silencio

Cuando hay que decidir algo con otras personas, la fobia social puede silenciarme. No porque no tenga opinión, sino porque expresarla me genera tensión. Decir “prefiero esto” o “no quiero aquello” puede parecer fácil, pero en mi cabeza hay muchas barreras: ¿y si molesto?, ¿y si piensan que soy rara?, ¿y si mi opinión no vale? Y así, las decisiones las toman otros.

Qué ropa usar

No siempre elijo la ropa que realmente me gusta, sino la que me haga sentir menos observada. Evito colores llamativos, prendas ajustadas o cualquier cosa que pueda hacer que alguien se fije en mí. No es cuestión de estilo, sino de pasar desapercibida.

Dónde y cuándo salir

Si tengo que salir, intento hacerlo cuando haya menos gente en la calle o en lugares donde sea menos probable cruzarme con conocidos. A veces, cambio mis horarios o rutas para evitar interacciones inesperadas.

Cuánto y cómo hablo

No es que no tenga nada que decir, pero muchas veces decido callarme por miedo a equivocarme, a no ser interesante o a que mi voz tiemble. O hablo poco y de manera calculada para no llamar la atención.

Qué contactos mantengo

Hay amistades o relaciones que se van perdiendo porque el simple hecho de mantener el contacto me resulta angustiante. No es desinterés, es que escribir, llamar o proponer quedar implica una ansiedad que a veces prefiero evitar.

Cuándo y cómo demostrar emociones

Reír, mostrar entusiasmo, expresar tristeza… todo esto implica exposición. A veces decido no hacerlo, aunque lo sienta, porque temo que los demás lo juzguen o lo malinterpreten.

Si pido o no lo que necesito

Desde reclamar algo en una tienda hasta pedir ayuda o incluso decir que algo me molesta. En lugar de hacer valer mis necesidades, muchas veces decido adaptarme a los demás para evitar confrontaciones o situaciones incómodas.

Qué experiencias me permito vivir

No es solo que no pueda hacer ciertas cosas, sino que ni siquiera me las permito desear. Viajar sola, probar una actividad nueva, apuntarme a un curso… a veces, la decisión ya está tomada antes de que siquiera me lo plantee, porque en mi mente no es una opción realista.

Una vida moldeada por el miedo

No siempre me doy cuenta de hasta qué punto la fobia social ha decidido por mí. A veces, solo años después veo las oportunidades que dejé pasar, las cosas que podría haber intentado si el miedo no hubiera estado ahí. No es simplemente que me afecte en momentos puntuales, sino que va moldeando el camino, a veces sin que lo note, hasta que miro atrás y veo todas las bifurcaciones donde elegí la vía más segura, aunque no fuera la que realmente quería.

La fobia social no solo impide hablar o salir, sino que determina qué vida termino viviendo.


domingo, 1 de junio de 2025

Metáfora: La pieza que no encaja: sentimiento de insdecuación



Hay momentos en los que no me siento simplemente apartada o incómoda. Me siento fuera de lugar. Como si hubiera una estructura social, una especie de plano que todo el mundo entiende, y yo no hubiera sido diseñada para encajar en él. No se trata solo de no saber qué decir o cómo actuar. Es más profundo. Es esa sensación persistente de que algo en mí es incompatible con lo que me rodea.

La metáfora que mejor representa esto para mí es la de una pieza que no encaja.

Es como si todo el mundo fuera parte de un puzle. Cada persona tiene su hueco, su forma, su encaje natural con los demás. Y yo también soy una pieza, pero no pertenezco a ese mismo puzle. No es que me falte algo, ni que esté incompleta. Es que mi forma no coincide con ninguna de las ranuras del tablero. Lo intento una y otra vez, con cuidado, buscando mi sitio, pero no hay hueco donde encaje bien. A veces incluso fuerzo un poco, tratando de adaptarme, pero solo consigo sentirme más fuera de lugar.

Esta metáfora me ayuda a poner nombre a una emoción concreta: la sensación de inadecuación.

No se trata solo de no gustar a los demás o de que no me acepten. Es algo más interno: sentir que, simplemente, no estoy hecha para esto. Para hablar con soltura. Para estar tranquila en una reunión. Para formar parte de un grupo sin miedo ni tensión. No porque me falte valor o porque no lo intente. Es más bien como si hubiera una incompatibilidad entre cómo soy por dentro y lo que se espera socialmente.

Entenderlo no lo arregla, pero al menos me permite respirar un poco.

Ponerle palabras, aunque haga daño, hace que me sienta menos perdida. No soluciona nada de inmediato, pero al menos me recuerda que esto que siento tiene sentido. Y que no soy la única que se ha sentido así.