Introducción personal
Introducción personal
A veces me siento en una estación, esperando un tren que no sé si va a venir. Otras veces, simplemente no sé si me atreveré a subirme cuando llegue. La fobia social es eso para mí: esperar. No desde la calma, sino desde la duda, la ansiedad, la sensación constante de estar en pausa mientras la vida parece seguir para los demás. Es como si todo tuviera un ritmo que no encaja con el mío, como si me hubieran dejado en un andén donde los trenes no se detienen o, si lo hacen, no son para mí.
La metáfora
La vida es como un tren. Un tren que avanza, se detiene, cambia de vía, se retrasa, y a veces no llega cuando lo esperas. Hay personas que se suben con facilidad, como si fuera algo natural. Pero para mí, cada tren es una incógnita. Cada uno representa una decisión, un esfuerzo, una exposición. Coger el tren no es solo “hacer algo”, es enfrentarse al miedo a fracasar, al miedo a no saber estar, al miedo a no poder volver atrás si algo va mal.
Subirme al tren implica dejar mi refugio, aunque solo sea durante unos minutos. Las paradas no siempre son descansos. Para quienes vivimos con fobia social, a veces son bloqueos. Momentos en los que nos quedamos congeladas, incapaces de avanzar ni retroceder. Son días que pasan sin nada, solo con el ruido de fondo del mundo que sigue sin ti. El retraso no es solo del tren: es una forma de vida. Te esfuerzas, haces lo que puedes, y aun así sientes que todo llega tarde, o que tú llegas tarde a todo.
Cambiar de vía puede parecer una oportunidad, pero también puede ser una desorientación. Cuando todo cambia a tu alrededor ,una rutina, un tratamiento, una persona cercana, no es fácil adaptarse. A veces parece que cada pequeño cambio exige una energía que no tienes. Como si para otras personas el tren cambiara suavemente de vía… y para ti descarrilara un poco cada vez.
Y luego está eso de moverse de vagón en vagón. Para mí, es algo inalcanzable muchas veces. Significa cambiar de ambiente, de rol, de contexto. Hablar con alguien nuevo, participar, exponerte a lo desconocido. Hay personas que se sienten seguras donde sea que vayan. Yo a veces solo intento mantenerme en mi sitio, con el corazón latiendo fuerte, esperando que nadie me mire, que nadie me pregunte, que nadie espere algo de mí. Respirar ya es suficiente.
Bajarme antes de tiempo también es parte del viaje. No es rendirse, aunque lo parezca desde fuera. Es protegerte. Es decir “hasta aquí puedo llegar hoy”. Porque aunque no llegue al destino que tenía en mente, he recorrido parte del camino. Y eso también cuenta, aunque nadie lo vea.
Y luego están esos trenes que dejé pasar. Esos trenes llenos de oportunidades que no pude aprovechar por miedo. Los estudios que dejé atrás, los trabajos que rechacé, las experiencias que perdí. A veces siento que esos trenes se alejan de mí, llevándose consigo lo que podría haber sido. Y aunque no siempre los vea, sé que algunos seguirán pasando, dejando huellas de lo que podría haber sido, de lo que ya no será. La fobia social se convierte en esa barrera invisible que me impide subir, que me hace pensar que cada oportunidad es un tren que se va, y yo solo puedo mirar cómo se aleja, sabiendo que no pude o no supe cómo tomarlo.
Reflexión final
Cada trayecto tiene sentido, incluso cuando no lo parece. Avanzar no siempre es cambiar de ciudad o de vida; a veces es simplemente atreverse a esperar, a mantenerse en pie cuando todo en ti quiere huir. El tren sigue su camino, y aunque no siempre lo vea, yo también.
Seguir adelante no significa ir deprisa. Significa no rendirse del todo. Significa volver a la estación una vez más, con el miedo a cuestas, con la incertidumbre, con las manos temblando, y decirte que quizás hoy tampoco sea el día… pero que aún estás aquí. Y eso, para nosotras, ya es mucho.