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domingo, 15 de junio de 2025

La frontera invisible


Introduccion personal

Hay días en los que siento que voy a hacerlo. Que voy a participar en esa conversación, enviar ese mensaje pendiente, levantar la mano en clase o en una reunión. Nada extraordinario desde fuera, pero dentro de mí se convierte en un desafío enorme. Y justo cuando estoy a punto de actuar, algo se tensa. No hay una alarma real, ni una amenaza concreta. Y sin embargo, me siento incapaz de dar el paso. Como si una línea invisible marcara el límite entre lo seguro y lo expuesto. Como si más allá de ese gesto empezara otro mundo en el que no sé estar. 

 Metáfora 

 La fobia social, a veces, se parece a eso: una frontera invisible. No es un muro de ladrillos ni una reja cerrada con candado. Es algo mucho más sutil y por eso más desconcertante. Desde fuera nadie la ve, nadie entiende por qué no simplemente “hablo”, “respondo”, “me muestro”. Pero yo la siento. Está ahí, entre lo que deseo y lo que puedo. Entre lo que imagino con claridad y lo que logro llevar a cabo. No tiene un punto fijo. A veces aparece cuando me miran, otras cuando todos están en silencio esperando mi respuesta, o incluso cuando me acerco a alguien para iniciar una conversación. Es una línea que cambia de lugar, que aparece justo cuando quiero dar un paso adelante. Y no duele como una herida, pero paraliza como el miedo más profundo. No siempre es evidente que esa frontera existe, porque nadie más tropieza con ella. Eso lo hace más solitario. Más desesperante. Porque parece que soy yo la que se lo inventa todo. Y sin embargo, cada vez que intento cruzarla sin estar preparada, el cuerpo me avisa: con temblores, con sudor, con ese pensamiento insistente de que algo va a salir mal. Y vuelvo atrás. 

Reflexión 

 Y aquí viene lo más difícil: no culparme por no haber cruzado. Aceptar que a veces quedarse en este lado de la línea también es una forma de cuidarse. Y que las fronteras, aunque invisibles, pueden ir moviéndose poco a poco si no me obligo a atravesarlas a la fuerza, sino que me doy el permiso de acercarme cuando esté lista. Porque tal vez el día que la cruce, ya no me parezca tan imposible. O incluso ya no esté.