Hay momentos en los que no me reconozco como adulta. Siento que, por dentro, todavía soy aquella niña que se escondía detrás de su madre cuando alguien le hablaba, que se sentía diferente, torpe, demasiado sensible.
Aunque haya pasado el tiempo, esa parte sigue viva. Aparece cuando algo me sobrepasa, cuando no entiendo una situación social, cuando me siento fuera de lugar o en peligro emocional. De pronto, todo se vuelve demasiado grande, y yo demasiado pequeña.
Esa niña no sabe cómo actuar, ni cómo defenderse. Solo quiere desaparecer. O que alguien venga y la proteja. A veces me doy cuenta de que sigo esperando eso: que alguien entienda mi miedo sin que tenga que explicarlo, que me cuide sin juzgar.
He aprendido a disfrazarla con gestos de adulta: con respuestas cortas, con una falsa calma, con la apariencia de control. Pero por dentro, en ciertos momentos, esa niña sigue llorando bajito.
No es una parte débil. Es una parte que no fue escuchada. Que necesitó seguridad y no la encontró. Que aprendió que el mundo era un lugar hostil y que lo mejor era callar, huir, observar desde la sombra.
A veces me gustaría abrazarla de verdad. Decirle que ya no está sola, que no necesita esconderse. Que puede salir, poco a poco, sin miedo. Porque quizá esa niña/o que sigue viva/o en mí no es un fallo. Es una raíz.
El yo niño y el trauma infantil
El yo niño es la parte emocional y espontánea de la personalidad. No desaparece con la edad: sigue actuando dentro de cada persona, sobre todo en los momentos de vulnerabilidad. Según Actúa Psicología , describe el yo niño como las emociones y necesidades infantiles que permanecen y se activan en momentos de estrés.
Cuando durante la infancia se vivieron situaciones difíciles, de rechazo, humillación o falta de seguridad, esa parte puede quedar herida. Entonces, el yo niño se convierte en lo que muchas corrientes de la psicología llaman el niño interior herido, un conjunto de reacciones emocionales y patrones aprendidos que se repiten en la vida adulta, como explica Psicología y Mente , reconocer y cuidar al yo niño es un proceso emocional real y necesario.
Comprender esta relación ayuda a necesitar identificar por qué ciertas emociones parecen desproporcionadas o automáticas. No son de ahora: vienen de una etapa en la que no había recursos suficientes para afrontarlas. Como añade El Prado Psicólogos , atender al niño interior permite reparar inseguridades emocionales y patrones automátic
Reconocer al yo niño no significa quedarse anclada en el pasado, sino darle voz y cuidado desde la parte adulta, para reparar lo que entonces no pudo resolverse.
→ Próxima entrada: Las piezas del yo
En esta entrada exploro las piezas que componen mi yo: qué son, cómo actúan y qué efectos concretos provocan en mi forma de relacionarme.
FINAL DE SERIE
 


 
 


































