"
A veces hablas... y solo responde el silencio. Esta imagen refleja ese eco que nunca vuelve."
Introducción personal
A veces siento que hablo al vacío. Que lanzo palabras, gestos, intentos de acercarme a otros… pero no hay respuesta. Como si mis palabras se perdieran en un espacio inmenso, como si nadie pudiera o quisiera recogerlas. La fobia social hace que cada comunicación sea un riesgo, un salto, una apuesta en la que, muchas veces, pierdo. No por falta de ganas, sino por esa extraña distancia que parece envolverme. Y entonces, cuando no hay respuesta, me repliego aún más, sintiéndome cada vez más pequeña, más invisible.
La metáfora
Imagino mis intentos de conexión como gritos en una cueva inmensa. Un lugar donde el eco debería volver, aunque sea distorsionado, aunque sea débil. Pero a veces, en lugar de sentir la respuesta, solo escucho el silencio. Es un silencio que pesa, que duele, que me recuerda todo lo que no sé hacer, todo lo que temo.
Cada vez que me atrevo a hablar, a escribir, a acercarme, estoy lanzando un eco al mundo. Un “estoy aquí”, un “quiero compartir esto contigo”, un “no quiero estar sola”. Pero con la fobia social, ese eco muchas veces no regresa. Y cuando no regresa, no es solo decepción: es la confirmación de mis miedos más profundos. Que no soy suficiente. Que no sé comunicarme. Que no encajo. Aunque sé que no siempre es así —que a veces el mundo simplemente está distraído, ocupado, en sus propios ruidos—, la fobia social no me deja ver esos matices. Solo veo el vacío, solo escucho el silencio.
Y así aprendo a hablar más bajito, a no molestar, a no arriesgar. Porque cada eco que no vuelve duele. Y duele más cuando te has esforzado en vencer el miedo inicial, cuando has reunido todo tu valor para lanzar esas palabras.
Reflexión final:
A veces me pregunto si el eco que no regresa es realmente un vacío, o si es solo una forma de protegerme. ¿Será que, al no recibir respuesta, aprendo a callarme, a quedarme en silencio, a no arriesgar más? ¿O quizás ese silencio es solo una ilusión creada por mis miedos, algo que veo porque estoy demasiado centrada en lo que me falta, en lo que no logro alcanzar? Lo cierto es que, aunque el eco no siempre regrese, el acto de intentarlo, el acto de alzar la voz, de hacer frente a mis propios miedos, es lo que realmente importa. Y, aunque a veces el eco no se escucha, sigo lanzando mis palabras al vacío, porque, de alguna manera, sigo creyendo que el mundo puede escucharme, aunque no siempre lo haga de inmediato.
La fobia social convierte cada gesto de comunicación en una apuesta de alto riesgo. Y cada silencio en una herida que cuesta cicatrizar.
Reflexión final:
A veces me pregunto si el eco que no regresa es realmente un vacío, o si es solo una forma de protegerme. ¿Será que, al no recibir respuesta, aprendo a callarme, a quedarme en silencio, a no arriesgar más? ¿O quizás ese silencio es solo una ilusión creada por mis miedos, algo que veo porque estoy demasiado centrada en lo que me falta, en lo que no logro alcanzar? Lo cierto es que, aunque el eco no siempre regrese, el acto de intentarlo, el acto de alzar la voz, de hacer frente a mis propios miedos, es lo que realmente importa. Y, aunque a veces el eco no se escucha, sigo lanzando mis palabras al vacío, porque, de alguna manera, sigo creyendo que el mundo puede escucharme, aunque no siempre lo haga de inmediato.