Imagina despertar cada día con un peso invisible en el pecho, un miedo constante que te acompaña como una sombra. No es miedo a lo que puedas ver o tocar, sino a lo que podrías decir, hacer o ser frente a los demás. Así se vive la fobia social. Desde fuera, podría parecer timidez extrema, pero desde dentro es una batalla diaria. Cada interacción, por pequeña que sea, se convierte en un desafío titánico. Pedir un café, levantar la mano en clase o responder un mensaje de texto podría desencadenar un torbellino de ansiedad. "¿Y si digo algo estúpido? ¿Y si me rechazan?" Estas preguntas se repiten en bucle, minando poco a poco la confianza y la energía. El mundo, que para otros es un lugar lleno de posibilidades, para quien tiene fobia social se siente como un campo minado. Las reuniones sociales son agotadoras, los silencios en una conversación son aterradores, y los días de anticipación a un evento pueden ser más insoportables que el propio evento, una boda pej . No es que no quiera estar con otros; es que el miedo al rechazo y la vergüenza me paralizan. Es un sufrimiento silencioso porque pocas personas lo notan. Muchos piensan: "Es solo cuestión de animarse", pero no entienden que este miedo no es una elección, sino una prisión. La sensación de aislamiento es real. Quieres conectar, pero sientes que cualquier paso en falso te hará caer al vacío. A menudo, quienes vivimos con fobia social somos nuestros peores críticos. Cada palabra que decimos es analizada y desmenuzada después. Cada interacción se convierte en una fuente de arrepentimiento, por pequeña que sea. Este nivel de autoconciencia puede ser agotador, dejando poco espacio para disfrutar realmente el momento.
Lo que más me alivia es la empatía. Saber que alguien entiende, que no me juzga y que me acompaña en este camino hace que el peso sea más llevadero.
Si conoces a alguien que vive con fobia social, ten paciencia. Para ellos, el simple hecho de estar contigo puede ser un acto de valentía. Y si eres tú quien vive con esta fobia, recuerda que no estás solo. Tu lucha importa, y tu voz merece ser escuchada, aunque a veces sientas que no puedes encontrar las palabras.
Te voy a contar cómo se siente desde dentro, como si estuviera pasando por esto ahora mismo.
Cuando alguien me habla de manera casual, pej una cafetería o una reunión, todo dentro de mí empieza a gritar. No literalmente, claro, pero mi mente se llena de pensamientos como: “¿Qué debo decir ahora? ¿Estaré sonriendo demasiado? ¿Notará que estoy nerviosa?” Es como si mi cerebro estuviera en un constante estado de alerta, buscando cualquier señal de que he dicho o hecho algo mal.
Evito situaciones sociales siempre que puedo. No porque no quiera estar con la gente, sino porque el simple hecho de imaginarme allí me provoca un pánico enorme. Una fiesta, una reunión o incluso saludar a un vecino me hace sentir vulnerable, como si estuviera expuesto y todos estuvieran juzgándome. Es absurdo, lo sé. Mi lógica me dice que probablemente no les importa tanto lo que hago, pero ese miedo no desaparece.
Ir a un lugar nuevo es un desafío titánico. Antes de salir de casa, ensayo lo que voy a decir. Si voy a pedir algo en una tienda, me repito mentalmente la frase exacta una y otra vez. Si cometo un error, aunque sea mínimo, lo repaso en mi cabeza durante horas o días, castigándome por no haberlo hecho mejor.
Una de las peores partes es el miedo a ser observada. Si estoy en un lugar lleno de gente, siento que todas las miradas están sobre mí, como si estuvieran esperando a que tropiece o haga algo ridículo. Por eso evito comer en público, porque temo que me vean derramar algo o que mis manos tiemblen al sostener el tenedor.
En el trabajo o en la escuela, hablar en público era una tortura. Mi corazón latía tan rápido que creía que todos podrían escucharlo.
Mi voz tiembla y siento que mi rostro está ardiendo. Después de cada interacción, analizo todo lo que dije, convencida de que soné estúpida o que alguien se burlará de mí más tarde.
Es agotador vivir así. Siento que me pierdo de muchas cosas: amistades, oportunidades, momentos de felicidad. Quiero acercarme a la gente, pero el miedo a que me rechacen me mantiene atrapada. Es como si estuviera detrás de un cristal, viendo cómo el mundo sigue adelante mientras yo me quedo congelada, incapaz de dar un paso.
Lo peor es que sé que no debería sentirme así. Nadie me ha dicho que soy inadecuada . Pero esa voz dentro de mí no calla, y por más que intento ignorarla, siempre está ahí.
Quiero superarlo. Quiero vivir sin este peso. Pero cada día siento que esa montaña es demasiado alta para escalarla sola. ¿Entiendes lo que intento decir?
No hay comentarios:
Publicar un comentario