COMPARTIR

jueves, 15 de mayo de 2025

Metáfora: La casa sin puertas: vínculos bloqueados



Introducción personal

Hay vínculos que no llegan a formarse nunca, aunque una parte de ti los haya imaginado mil veces. A veces me cuesta explicarlo. Puedo hablar con alguien, incluso sentir que conectamos un instante... pero ese hilo no se refuerza, no se transforma en algo más. Se queda en el aire, como si nunca hubiera existido. Y así, una vez y otra vez.

Me pregunto si hay algo en mí que impide ese paso. No es desinterés, no es falta de afecto. Es otra cosa. Algo más sutil, más profundo. Como si las emociones no encontraran un canal para salir o como si la otra persona no pudiera verlas aunque estuvieran ahí.

Hay días en los que el vacío pesa más que de costumbre. No es que no haya nadie, es que no hay nadie cerca de verdad. Las relaciones no se mantienen en el tiempo, los lazos se aflojan, desaparecen. Y no es fácil explicarlo sin que suene a exageración.

A veces no se trata de no tener con quién hablar, sino de no sentir que se ocupa un lugar especial para alguien. Como si una presencia pudiera borrarse sin dejar huella. Como si nunca se hubiera sido la favorita de nadie, ni la niña de los ojos de alguien. Como si una misma fuera invisible, sin vínculos afectivos que duren, ni con la familia ni con amistades. Y cuando surge alguno, no logra mantenerse en el tiempo. Es posible iniciar una interacción, pero no lograr que vaya más allá. Lo profundo no llega. Y eso deja un vacío difícil de nombrar.

La metáfora: La casa sin puertas

Me siento como si viviera en una casa sin puertas. Una estructura sólida, con habitaciones llenas de pensamientos, recuerdos, deseos... pero sin una salida por donde todo eso pueda compartirse. La gente puede asomarse por las ventanas y yo puedo mirar hacia fuera, pero no hay manera de cruzar el umbral.

Los vínculos, cuando aparecen, se quedan atascados en el umbral de esa casa. No llegan a entrar, ni yo consigo salir a su encuentro. Se quedan como fantasmas entre el adentro y el afuera.

Y con el tiempo, esa casa se convierte también en refugio y en cárcel. Porque me protege del rechazo, sí, pero también me aísla del calor. Porque ya no duele tanto lo que los demás hagan, sino lo que no pueden hacer: entrar, quedarse, verme de verdad.

Reflexión final

No sé cuántas conexiones no se dieron por no saber cómo dar ese paso hacia fuera.

No es que no quiera compartir, es que no encuentro el camino. Y cuando lo intento, me tropiezo con la sensación de que todo lo que tengo que ofrecer no va a importar, no va a dejar huella.

Pero sigo intentándolo porque quizás algún día encuentre la salida. O alguien encuentre la forma de entrar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario