COMPARTIR

martes, 19 de agosto de 2025

Introducción

Entrar en una tienda solo a mirar para muchas personas es lo más normal del mundo. Entras, curioseas, te vas. Fin. Para otras, es una misión suicida. Entras con ansiedad, te mueves con culpa y sales sintiéndote sospechosa de robo aunque no hayas tocado nada.

Estar en una tienda sin comprar nada. Sospechosa oficial


Entrar en una tienda sin intención de comprar ya es de por sí estresante. Pero cuando tienes fobia social, se convierte en una experiencia de alto voltaje.

Desde el primer paso ya sientes que tienes que justificar tu presencia. Como si estuvieras entrando en una propiedad privada sin permiso.

Y por supuesto, ahí están: los dependientes. Que no tienen la culpa de nada, pero tú los percibes como agentes encubiertos del FBI.
—“¿Puedo ayudarte en algo?”
No, gracias. Solo vengo a mirar.
Y mientras lo dices, ya estás convencida de que suena a excusa de ladrona profesional.

Miras las estanterías como si fueras a hacer una tesis sobre ellas. Coges algo y lo vuelves a dejar, con miedo de parecer demasiado interesada o muy poco. La presión es absurda.
¿Y si se piensan que estoy aquí para robar? ¿Y si estoy aquí desde hace tanto que ya me consideran parte del mobiliario?

Cuando por fin decides salir, viene lo peor.
Cruzar la puerta sin bolsa. Sin ticket. Sin nada.
Pones tu mejor cara de “soy inocente”, caminas a ritmo normal (ni muy rápido ni muy lento, que parece fuga), y rezas para que no salte una alarma inexistente.

Una vez fuera, suspiras. Has sobrevivido. No te han detenido. No te han acusado. Pero aún así te vas con la sensación de haber hecho algo mal.
Tu único delito: mirar camisetas durante cinco minutos sin comprar nada.
Culpable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario