La mochila invisible que llevo cada día cada mañana,
cuando intento dar el primer paso fuera de casa, siento que tengo que cargar con una mochila. No es una mochila cualquiera; es una carga invisible, pero tan pesada que parece que me arrastra hacia abajo. Me obliga a caminar más despacio, me recuerda en cada movimiento que no soy libre, que cada paso fuera de casa será un esfuerzo más.
Metáfora la mochila invisible
Dentro de esta mochila, la culpa ocupa una gran parte del espacio. Es esa sensación constante de que no estoy a la altura, de que no soy lo suficientemente buena o que siempre estoy fallando. La culpa pesa como una roca, y aunque intento ignorarla, siempre está ahí, clavada en mi espalda. A su lado, la autoexigencia, que nunca me deja descansar. La voz interior que me exige más y más, que me dice que siempre puedo hacer las cosas mejor, que no hay lugar para la imperfección. La mochila está llena de expectativas que no me puse yo misma, pero que me pesan como si estuvieran marcadas a fuego en mi piel.
Y luego está el miedo, que se cuela en cada r
incón de la mochila. Es un miedo que no se ve, pero se siente con cada paso que doy. Miedo a ser juzgada, miedo a no encajar, miedo a ser observada sin saber qué hacer o cómo reaccionar. Es un miedo que no puedo dejar atrás y que parece aumentar con el paso de los días. El miedo se mezcla con todo lo demás, haciendo que la mochila se vuelva aún más pesada, aún más difícil de llevar.
Dentro de esta mochila también está el sufrimiento, esa sensación de estar atrapada en mis propios pensamientos y emociones, incapaz de liberarme de ellos. Es como un peso adicional que no puedo soltar, una carga que nunca se aligera. El sufrimiento me acompaña a todas partes, me ahoga un poco más cada vez que intento moverme.
Reflexión final
La mochila que llevo cada día es mucho más que una carga física; es un recordatorio constante de lo que siento y lo que temo. A veces pienso que nunca podré quitármela de encima, pero con el tiempo he aprendido a cargar con ella, aunque sea un poco. Aunque no pueda deshacerme de todo lo que lleva dentro, cada día doy un paso más. Y aunque el peso a veces sea insoportable, sigo adelante. Tal vez no sea fácil, pero sé que cada paso es un pequeño triunfo sobre el miedo y sobre las expectativas que me pongo. A veces, simplemente el hecho de seguir caminando, con esa mochila a cuestas, ya es un acto de valentía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario